Por Tutatis! Las autoridades británicas han reconocido el druidismo como «religión genuina». En lo que obran con gran coherencia y rectitud, considerando el concepto de religión que postulan. Un atisbo de lo que las autoridades británicas entienden por religión nos lo ofrecía aquel texto descacharrante que el bueno de David Cameron perpetró, con motivo de la reciente visita al Reino Unido de Benedicto XVI, a quien dispensó los mismos piropos que podría haber dirigido.. al mismísimo druida de Stonehedge. Cameron hilaba allí una sarta de paparruchas buenistas que no se le habrían ocurrido ni a un fulano que acabase de zamparse un guiso de setas lisérgicas aderezadas con anisete: que si la Iglesia católica «es un socio en la búsqueda para alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio», que si la Iglesia católica «es una aliada en la campaña global contra el cambio climático», que si la Iglesia católica colabora con «otros grupos de fe en los temas de bienestar», etcétera. La mera imagen de una Iglesia católica colaborando en temas de «bienestar», aliada en la campaña global contra el cambio climático y empeñada en alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio causaría irrisión... si no fuera porque antes causa horror; pues así, exactamente así, es como San Pablo nos describe la impostura religiosa a la que, hacia el final de los tiempos, se entregarán las naciones, «poniendo al hombre en el lugar de Dios».
En sus Cuatro sermones del Anticristo (recién publicados por El Buey Mudo), John Henry Newman analiza esta impostura religiosa descrita por San Pablo, cuando los hombres se hagan «amadores de sí mismos», negando el poder de Dios «con una apariencia de piedad». Tal «apariencia de piedad» es fácilmente distinguible en los discursos de los políticos; y Cameron, en aquella salutación grotesca al Papa, hacia gala de ella sin rebozo. El objetivo último consiste en otorgar el mismo rango a todos los «credos religiosos», con tal de que se sumen al gran proyecto de «promoción del bienestar del individuo» (o sea, de «adoración del hombre»). Si la Iglesia católica desea seguir siendo considerada ese «aliado» o «socio» habrá de convertirse, según expresión del Apocalipsis, en una ramera que fornica con los reyes de la tierra: esto es, en una mera organización «humanitaria» que renuncia a su misión, para convertirse en una suerte de capataz solidario. Y si se resiste a desempeñar este papel que la última impostura religiosa le ha adjudicado, ya sabe lo que le espera.
Para que la impostura religiosa final triunfe habrá de generalizarse primero la apostasía, que en contra de lo que muchos ingenuos piensan no vendrá impuesta —o no solamente— desde fuera, sino que se desarrollará en el propio seno de la Iglesia. «La persecución más grande a la Iglesia no procede de enemigos externos, sino que nace del pecado en la Iglesia», nos recordaba hace poco Benedicto XVI. Claro que también desde fuera se le puede echar una mano. Este reconocimiento del druidismo como «religión genuina» se presenta como un episodio más —si se quiere especialmente chusco o estrafalario— en el intento de igualar todos los «credos religiosos», con tal de que se sumen al gran proyecto de «promoción del bienestar del individuo». ¿O es que acaso los druidas no pueden ser unos aliados estupendos en la campaña global contra el cambio climático y en la búsqueda para alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio? Pues claro que sí. ¡Por Tutatis!
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