En la estación de las débiles pasiones civiles y de las incertidumbres existenciales la Iglesia propone a una mujer joven -Chiara Badano, fallecida a los dieciocho años consumida por una enfermedad que asusta- como ejemplo de la posibilidad de salir del torpor del alma y de vidas que se han quedado sin alegría y sin esperanza.
Hoy que la fe cristiana vuelve a ser un camino estrecho que se elige, sólo aparentemente la nueva beata es una cuestión de interés puramente católico, concluida dentro de las fronteras de un ritual religioso. Por como Chiara vivió su vida, de repente demasiado breve para no suscitar dolor, su beatificación encierra fuertes mensajes y se cruza con preguntas comunes a hombres y mujeres de todas partes y de toda convicción. Chiara Badano no es un ejemplo de cristianismo percibido como residuo de leyendas embelecadoras para simplones, sino más bien un ejemplo de libertad de espíritu encarnada dentro de las dinámicas cotidianas de nuestra vida contemporánea, cuando en las sociedades más secularizadas se plantea la pregunta de si la fe religiosa es una evasión superflua. Un cristianismo que cambia la vida porque toca la mente y el corazón. Ante todo de los jóvenes, pero también de toda persona que busca un sentido.
Beatificando a una joven la Iglesia escucha seriamente la petición de autenticidad que se eleva de los jóvenes hacia todo tipo de autoridad. La joven Chiara adquirió sabiduría de vida no tanto de teorías abstractas sino más bien de una decisión típica de la adolescencia que, en cambio, los adultos viven con desencanto: apostarlo todo y desde el principio por el amor, con el deseo de hacerlo eterno. Que por otro lado es el denominador común en los santos, independientemente de su edad: todos están enamorados de Jesucristo, elegido como bien total de la propia vida. De este seguimiento hacen derivar una vida cargada de energías impensables, que emplean por la felicidad de los demás. Los santos alcanzan la propia felicidad consumiéndose al servicio del prójimo, en particular pobres y débiles, considerados imágenes vivas de Dios. Se trata de una felicidad misteriosa y resistente al mal y a los sufrimientos de los que está entretejida la trama de vida de cada uno.
Con la santidad no se propone una vida de magias o de poderes paranormales, sino un camino hacia el cual para todos, sin distinción, es posible encaminarse y que todos pueden recorrer viviendo el Evangelio y el mandamiento más grande que contiene: amarás a Dios con todas tus fuerzas y al prójimo como Jesucristo te ha amado a ti.
Chiara Badano es una joven que, muy pronto, se enamoró con ardor de Jesucristo. Al vivir y morir en compañía de este gran amor, no tuvo tiempo para su sufrimiento, sino ojos y corazón para los demás. En diálogo constante con este Hombre vivo, sin predicar, se convirtió en una prueba concreta de que Dios no es un azar por el cual hacer a ciegas nuestra apuesta en la vida, sino un interlocutor interesante que, si le buscamos y le interrogamos, puede cambiar la calidad de la vida y de la muerte humanas.
Cuando la Iglesia reconoce la santidad de un muchacho o de una mujer joven, enciende una luz en la oscuridad de los tiempos en lugar de maldecir esa oscuridad. A la percepción de la fatiga de vivir que todos experimentamos diariamente, se añade una ayuda alternativa: comprender que la vida no está toda aquí, que el sentido de la existencia no está encerrado sólo entre el nacimiento y la muerte y que, si amamos, se puede vivir responsablemente contentos incluso en cualquier tipo de sufrimiento y de precariedad.
Los jóvenes son por definición portadores de vida y mal se concilian con el dolor. De la juventud se siente nostalgia, envidia; es un bien deseado pero pasajero. Se sueña con reconquistarlo. La santidad cristiana tiene mucho en común con este sentimiento humano, porque lo experimenta y trata de curarlo con algunas garantías distintas de la ciencia: el amor, la capacidad de amar es el único elixir que asegura la juventud del corazón y del espíritu, incluso en la decadencia física más repugnante e imparable.
Antes que un razonamiento, los santos son un recorrido de vida vivida. La Iglesia se juzga por los santos y no sólo por los pecadores. Cada vez que proclama beata o santa a una persona, especialmente si es joven, renueva su determinación a cambiar para mejor. En los santos del siglo XXI Benedicto XVI deposita su confianza del éxito de una verdadera reforma de la Iglesia que comenzó con el concilio Vaticano II.
Chiara Badano es la primera persona del movimiento de los Focolares que llega a ser beata. Otra gran Chiara, fundadora de este vasto movimiento de hombres y mujeres que querrían transformar el mundo con el amor, quiso añadir al nombre de su joven discípula el de Luz, tanto que la nueva beata se identifica como Chiara Luz Badano. Y la luz interior, como es sabido, abre la mente y despierta el corazón .
Carlo Di Cicco es subdirector de L´Osservatore Romano.
Zenit