La Palabra de Dios en este domingo subraya la importancia de la fe en nuestra vida, recordándonos que “el justo vive de la fe” o trayendo aquella petición de los discípulos a Jesús: “Auméntanos la fe”. Para qué sirve la fe, me preguntaba un joven hace pocos días. La fe es un don de Dios, no es fabricación humana. La fe es una virtud infusa que Dios siembra en el alma. La fe es ver las cosas con la visión de Dios.
Una vía común de conocimiento es la razón. A partir de nuestra experiencia, razonamos, llegamos a conclusiones, percibimos la evidencia o deducimos otros conocimientos. La fe se sitúa a otro nivel, que no contradice la razón. Fe y razón son como dos alas que nos impulsan en el vuelo del conocimiento. La razón no es capaz de llegar hasta donde llega la fe, porque la razón ve con su propia luz, mientras que la fe ve con la luz de Dios. Sin embargo, no entran en conflicto ni contradicción. La fe no es la suma de razonamientos, viene de lo alto. Pero la fe es razonable, no cree porque sí, sino verificando en signos razonables aquello que conoce por la fe. Fe y razón se complementan.
“Auméntanos la fe” ha de ser la súplica continua del corazón creyente. Con toda humildad, sabe que no puede producirse a sí mismo la fe que tanto le aporta, sino que para ver con los ojos de Dios, Dios mismo tiene que darle ese conocimiento superior. Por otra parte, la fe no le hace perezoso en la búsqueda de la verdad y del bien, sino que desde esa actitud creyente busca entender su propia vida y los planes de Dios en la historia humana.
La fe crece si la alimentamos, con la Palabra de Dios, con los sacramentos –sobre todo la Eucaristía-, con las buenas obras, con el testimonio dado y recibido. La fe crece con su ejercicio. La fe no es sólo para las grandes ocasiones, sino que constituye una postura habitual en la vida del creyente. Cuando llegan las dificultades o la noche oscura, la fe se arraiga más fuertemente y es capaz de mover toda la persona en momentos de gran dificultad. El momento supremo de la fe sería el martirio, donde confluye el don de fortaleza con la virtud de la fe. Pero sin llegar hasta ese extremo, la fe crece por su ejercicio, sobre todo en situaciones en las hay que ponerla en juego plenamente.
Por el contrario, la fe se debilita cuando introducimos en nuestra vida las maneras de pensar del mundo, o los planteamientos sin Dios. En una sociedad que plantea construirse sin Dios, el creyente debe afirmar una y otra vez su actitud creyente, debe remar contracorriente, de manera que los músculos de su fe se fortalezcan. Y lo hace con la certeza de que la fe vencerá el mundo y sus planteamientos ajenos a Dios. “Esta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe” (1 Jn 5,4).
Que el mes misionero extraordinario, Bautizados y enviados, que el Papa Francisco ha proclamado en este mes de octubre 2019 (centenario de la primera encíclica misionera de Benedicto XV, Maximum illud) nos centre cada vez más en Jesucristo, el que inicia y lleva nuestra fe a plenitud (cf Hebr 12,2); nos sintamos estimulados por los testigos de la fe, los que han hecho de su vida un anuncio permanente; repasemos la rica doctrina de los Papas sobre las misiones. Y sobre todo renovemos el impulso misionero diocesano dirigido especialmente a los jóvenes de nuestra diócesis, en el Sínodo de Jóvenes de Córdoba, y en la apertura a la Iglesia universal.
Publicado en el portal de la diócesis de Córdoba (España).