La visita de Benedicto XVI a Gran Bretaña en la coyuntura presente es la más incómoda que uno imaginarse pueda: a la hostilidad «antipapista» que ciertos sectores anglicanos profesan casi a modo de atávico signo de identidad, se suma la hostilidad desatada por las campañas difamatorias contra la Iglesia, a la que la propaganda anticatólica pretende presentar como una especie de secta de sórdidos pedófilos. Benedicto XVI, a quien no ha temblado el pulso a la hora de condenar y castigar a los sacerdotes infieles a su ministerio, tampoco se ha arredrado ante este cóctel explosivo de hostilidades, aunque podemos imaginarnos que en su fuero interno haya pasado en algún momento por las angustias de Getsemaní: «Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya». Y obedeciendo esa voluntad ha viajado a Gran Bretaña, para presidir la ceremonia de beatificación del cardenal John Henry Newman (18011890), una de las personalidades más influyentes del pensamiento católico de los últimos siglos.
Que sea Benedicto XVI quien beatifique al cardenal Newman no es baladí. Ambos están hechos de la misma fibra: la de los maestros que enseñan no sólo mediante el pensamiento y la palabra, sino también mediante la propia vida, la de quienes tocan al corazón a la vez que iluminan la inteligencia. En diversas ocasiones, el Papa ha reconocido su deuda intelectual y vital con Newman, a quien leyó con gran aprovechamiento en sus años de estudio y cuya conversión al catolicismo siempre ha presentado como ejemplo de encuentro personal de Dios con el hombre. Newman, que en la juventud coqueteó con las tesis liberales, llegó a ordenarse como presbítero anglicano, antes de iniciar un gradual movimiento hacia el pensamiento católico y liderar el Movimiento de Oxford, que se rebeló contra el sometimiento de la iglesia de Inglaterra a una autoridad secularizada, reivindicando el legado de la Tradición. Tras diversos conflictos con las jerarquías anglicanas, Newman acabaría ingresando en la Iglesia católica en 1845 y ordenándose sacerdote dos años más tarde. Fueron muchos sus méritos en el ámbito académico y pastoral; pero fue, sobre todo, un escritor superdotado, de estilo límpido y vibrante, autor de una copiosísima obra —sermones, ensayos, novelas, etcétera—, entre la que se halla una autobiografía, Apologia Pro Vita Suaque, con permiso de San Agustín, puede considerarse el más hermoso testimonio literario jamás escrito sobre un proceso de conversión.
Los lectores curiosos podrán encontrar muchos títulos disponibles de Newman (mientras escribo estas líneas se anuncia la publicación, en El Buey Mudo, de sus Cuatro sermones sobre el Anticristo, de palpitante actualidad), en especial en la editorial Encuentro, que es la que más denodadamente se ha esforzado por divulgar la obra de este gran titán de la pluma; y les aseguro que nunca agradecerán suficientemente el tesoro de delicias (para el corazón y para la inteligencia) que Newman les tiene reservado. Leer a Newman es la mejor manera de entender y acompañar al Papa en esta visita a Gran Bretaña, tan erizada de hostilidades. Seguramente, Benedicto XVI tiene muy presentes aquellas palabras de San Agustín que Newman hace suyas en Apologia Pro Vita Sua: «Sean duros para con vosotros los que no saben por experiencia lo difícil que es distinguir el error de la verdad, y dar con el camino de la vida en medio de los engaños del mundo».
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