La tempestad desencadenada días pasados por las declaraciones de Barack H. Obama, sobre el proyecto del Instituto Córdoba de Nueva York de construir una mezquita a pocos pasos de las Torres Gemelas abatidas el 11 de setiembre de 2001 por terroristas musulmanes, ha llevado a primer plano el interrogante sobre cuál es la visión general del actual presidente de Estados Unidos de América.
En un primer momento, el 13 de agosto, Obama le había dicho al centenar de huéspedes de fe islámica que había invitado para celebrar el inicio del Ramadan:
"Como ciudadano y como presidente, creo que los musulmanes tienen el mismo derecho de practicar su religión como cualquiera de los otros en este país. Esto incluye el derecho de construir un lugar de culto y un centro comunitario en un terreno privado en la parte sur de Manhattan, acorde con las leyes y las ordenanzas locales. Esto es América, y nuestro compromiso por la libertad religiosa debe ser inquebrantable".
Pero al día siguiente, desbordado por las reacciones, se sintió obligado a dar marcha atrás, no sobre el principio sino sobre el caso particular:
"Yo no estuve comentando y no comentaré sobre la sensatez de tomar la decisión de construir allí una mezquita, estuve haciendo un comentario muy específico sobre un derecho que se remonta a la fundación de nuestro país. Y pienso que es muy importante, en tanto es difícil, que no perdamos de vista lo que somos como pueblo y cuáles son nuestros valores ".
Los críticos de Obama han jugado bien al poner en evidencia su juicio oscilante, lo cual es sólo el último de una larga serie y torna incierto también sobre él.
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Obama es un enigma también para la Iglesia Católica. Sobre él se han formulado juicios entusiastas y condenas inexorables, de las que www.chiesa ha hecho referencias una y otra vez. Entre los elogios impactó hace un año, en el Vaticano, el del cardenal Georges Cottier. Entre los anatemas se cuentan el de monseñor Michel Schooyans y el del arzobispo Roland Minnerath. Para el primero, Obama es un nuevo Constantino, cabeza de un moderno imperio preparado por la Iglesia. Para los segundos es un falso mesías, al que es necesario desenmascarar.
La amplitud de juicios divide también al episcopado católico americano, cuyos máximos dirigentes son muy críticos respecto a algunas decisiones de Obama en materia de vida y familia, y la Secretaría de Estado vaticana, que por el contrario es más comprensiva, como lo es también "L´Osservatore Romano".
Hace poco han salido a la venta en Italia dos libros que estudian al personaje Obama, poniendo particular atención en su visión general del mundo, que es además la cuestión que interesa a la Iglesia.
El primero tiene por autor a un periodista de Radio Vaticana, Alessandro Gisotti, profundo conocedor de América.
El segundo tiene por autor a Martino Cervo, redactor en jefe del diario "Libero", y Mattia Ferraresi, corresponsal en Washington del diario "il Foglio".
Tanto uno como otro libro exponen claramente, con una profusa y esmerada documentación que, en efecto, la visión de Obama tiene mucho de contradictorio.
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Un ejemploevidente de contradicción es cuando Obama cita al teólogo protestante Reinhold Niebuhr como su inspirador.
Niebuhr (18921971), gran admirador e intérprete de san Agustín, fue uno de los maestros del "realismo" en la política internacional. En este sentido, sostuvo el primado del interés nacional y del equilibrio entre los poderes, en una humanidad signada por el mal.
Niebuhr definía a la democracia como "una búsqueda de soluciones provisorias a problemas que no tienen solución". Una famosa oración suya decía: "Dios me conceda la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar". Es todo lo opuesto a la retórica mesiánica que invade los discursos de Obama, a su permanente proclamación del advenimiento de una "nueva era", de un "nuevo inicio", de una "edad de paz", de un mundo redimido porque "Yes, we can" [Sí, nosotros podemos].
En su libro, Gisotti recuerda que el católico George Weigel, célebre biógrafo de Juan Pablo II, puso en evidencia que la visión de Obama es precisamente "el e1ejemplo perfecto de ese tipo de utopía contra la que Niebuhr, con su profundo sentido de la fragilidad de la historia y de las capacidades autodestructivas de los seres humanos, se batió durante tres décadas".
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Mucho más que en Niebuhr, los discursos de Obama parecen adherir íntimamente a la utopía de un famoso monje y teólogo medieval: Joaquín de Fiore, profeta de una "edad del Espíritu" luego de las concluidas por el Padre y el Hijo, una tercera y definitiva edad de paz, de justicia, de humanidad de ahora en más sin divisiones, ni siquiera entre las religiones.
En este aspecto parece fuerte el parentesco entre Obama y Joaquín de Fiore, tanto que en el año 2008 recorrió los medios de comunicación de todo el mundo la noticia que el futuro presidente de Estados Unidos se había referido tres veces a él en discursos claves de su campaña electoral.
La noticia fue tan bien recibida que el 27 de marzo de 2009 el franciscano Raniero Cantalamessa, predicador oficial de la Casa Pontificia, la volvió a lanzar en una de sus predicaciones de Cuaresma al Papa y a la curia romana.
En realidad, la noticia era falsa. Obama jamás ha citado a Joaquín de Fiore en alguno de sus discursos. En su libro, Cervo y Ferraresi reconstruyen con precisión la génesis y la historia de este falso dato periodístico, en el que ha caído también el predicador del Vaticano.
Por haber recordado en su sermón que Joaquín de Fiore fue un hereje, el padre Cantalamessa fue interrogado por la agencia on line "Catholic News Service", propiedad de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos, a la que declaró lo siguiente:
"Alguno ha utilizado mis palabras para insinuar que también considero a Obama un hereje como lo fue Joaquín [de Fiore], si bien tengo una estima profunda por el nuevo presidente de Estados Unidos".
Pero cuando se le pidió que dijera como se había enterado de la triple cita hecho por Obama, el padre Cantalamessa dijo cándidamente:
"Digitando ´Obama Joaquín de Fiore´ en Google, se encuentran todas las noticias sobre las que me he basado para mi discurso".
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En consecuencia, pese a la inexistencia de las citas, queda en pie la semejanza entre la retórica de Obama y la visión de Joaquín de Fiore. El teólogo y cardenal Henri De Lubac no habría tenido dificultad alguna en agregar a Obama a la densa comitiva de "La posteridad espiritual de Joaquín de Fiore", título de un voluminoso ensayo de su autoría, publicado hace treinta años, sobre la influencia que la utopía de ese monje ha tenido hasta nuestros días, dentro y fuera del catolicismo.
Pero una vez más reaparece la contradicción cuando se comparan los discursos de Obama con sus decisiones concretas.
Las tropas siguen presentes en Afghanistán, no se cierra Guantánamo, sobre el aborto incombono los fondos federales... Día tras día, las decisiones operativas del presidente contrastan con los anuncios. Siempre remiten a un impreciso "mañana" l´inverarsi de la utopía mesiánica que sus discursos vuelven a proponer una y otra vez.
Aunque la "nueva era" de Joaquín de Fiore no se cumplió en el año 1260, el año que él había fijado. Pero el sueño sobrevivió, y Obama lo vuelve a proponer hoy en su rol de hombre más poderoso del mundo.
Escriben Cervo y Ferraresi:
"El hecho que las palabras de Joaquín hayan sido puestas en boca de Obama es un toque de ironía que tiene todo el aire de un destino. L´afflato milenarista, joaquinista, totalitario en el fondo, borra la inexorable limitación humana para confiar la salvación del hombre al hombre, o al menos a aquél que se muestra capaz de encarnar el deseo de cambio. Poco cambia que sea un rey, un filósofo, un medio santo o el presidente de Estados Unidos".