Leyendo una entrevista con un nuevo e importante prelado de la Iglesia católica en España, constataba en mi fuero interno la bondad de la persona que se traslucía en sus palabras y su vocación de entrega, y, al mismo tiempo, cómo buena parte de estas virtudes se diluían en un planteamiento tan discreto en la llamada de la fe, tan menor, que hace muy difícil a partir de él expresar la grandeza cristiana, a la que somos llamados a través de nuestros actos: hijos de Dios creados para alcanzar la semejanza con Él; y esto es tan grande, que debe comportar un relato que lo exprese, y aquel discurso mínimo no lo hace. Existe como un desistimiento de la grandeza cristiana, que no de las personas cristianas, sino de Jesucristo y lo que Él nos ha revelado y nos llama a ser.
No es una característica estricta de este nuevo prelado, sino de un cierto tono eclesial de parte de la Iglesia, que podríamos definir como una especie de pudor de llamar y anunciar algo grande.
Y esto empieza por la función de los propios pastores. Ellos deben escuchar, claro que sí, y acompañar a la gente en lo que vayan desarrollando. Pero, atención, porque la escucha es un medio y no un fin. El fin del Pastor es guiar, es aportar el horizonte de sentido y señalar con su tarea las líneas de avance. El acompañamiento al pueblo de Dios es un servicio para que la senda sea la adecuada y no un simple seguidismo del Pastor en relación a sus fieles. Y si no es así, la figura del obispo, sucesor de los apóstoles, se difumina.
Tampoco es un buen programa asumir como un hecho dado la pérdida de fieles. Afirmaciones como las de que “no se trata de aumentar su número” o “podemos perder en número, pero si crecemos en fe y en identidad esto nos va a ayudar a ser la Iglesia que Dios espera” no expresan el camino evangélico.
He de confesar con franqueza que no entiendo demasiado este tipo de razonamiento. Primero, porque no sé verlo en los evangelios, que dicen más bien lo contrario, y también porque se presenta como una opción “ser menos y ser más fieles”, lo que no es. Jesús significa una Revelación, que define algo definitivo extraordinario para el ser humano, el camino de salvación. Es Jesucristo el que salva y ¿cómo va a salvarnos si no lo conocemos? Y ¿cómo van a seguirlo?, como advierte San Pablo. El mandato es que el anuncio llegue a muchísimos y que sea seguido por muchos. Esa es la cuestión, el propósito, no otro.
En el evangelio no está escrito que, si las ovejas se han escapado, te quedes cuidando a las pocas que te quedan. Lo que nos dice es que, si una sola se va, anda, corre, ingéniatelas para encontrarla, para atraerla de nuevo. La secularización, que no es nada más que la desvinculación en el plano religioso, no puede ser aceptada como una fatalidad, sino asumida como un reto. Y el reto dice que ser pocos está mal, que hemos de procurar con empeño ser más, y dejar a Dios el resultado, pero el empeño total debe ser nuestro.
Y una consideración final al hilo de estas declaraciones: “La Iglesia reclama ahora mismo, con el Papa a la cabeza, que tengamos un puesto para anunciar a la sociedad la forma de ver la vida que tenemos los cristianos. Queremos que se nos reconozca. Para dialogar con los otros. Pero con nuestra propia voz”.
¿A quién le reclamamos tener un puesto para el anuncio? ¿A quién le decimos que nos reconozca para dialogar con nuestra propia voz? Si esto no se precisa, la frase no quiere decir nada. Olegario González de Cardedal advierte: “El lenguaje cristiano tiene que permanecer concreto, y personal histórico, destinativo. Cuando se hace abstracto y evanescente, se vacía” (La entraña del Cristianismo, 2001, 5) ¿Es al estado, a los poderes públicos, a los medios de comunicación a quienes les reclamamos un lugar en el sol? No creo que en una sociedad plural y más o menos democrática, cada vez menos, se trate de reclamar mirando al tendido, sino de hacer, de movilizar, organizar, formar, acompañar, para que la Iglesia en sus distintos niveles, y en especial los laicos, se haga presente y no sea marginal, y se constituya en un interlocutor necesario debido a su presencia, a su fuerza, porque ser fuerte para servir es una virtud necesaria para servir a la voluntad de Dios y al bien de los seres humanos.
Publicado en Forum Libertas.