Hace unos días el diario ABC publicó una foto del Santo Padre frente a un estanque, lleno de placidez, dando de comer migas de pan a los peces. Me pareció un retrato lleno de ternura que merecía reflexión. Ha sido un año repleto de problemas para la Iglesia católica, muchas veces magnificados por quienes quieren destruirla. Pero había llegado la hora del descanso, ese momento en el que, alejados de la corriente turbulenta de los días, el hombre se encuentra consigo mismo y hace aquello que durante el año nunca pudo hacer: descansar, leer ese libro que quedó siempre en la mesita de noche, dar de comer a los peces o interpretar alguna sonata de Mozart. Benedicto XVI, el líder espiritual más emblemático de la tierra, se envolvía con la naturaleza y, apartado de los ruidos, probablemente daba sus últimos retoques al tercer volumen de su profundo estudio sobre Jesús de Nazaret.

El verano también nos sirve para pensar en algunas cosas que a veces olvidamos durante los meses de trabajo. Yo pienso estos días en algo tan simple como la amistad, ese espacio de confianza que hace sentirnos acompañados cuando la soledad llama a nuestras puertas. Amistad, soledad, compañía, autoestima, amor al prójimo… Y esa foto del Papa, que he recortado, porque parece salido el estanque de un lienzo de Monet; y su figura, como aquella de los versos de san Juan, va mil gracias derramando.

¿Porqué a veces tenemos una idea tan lúgubre de nuestras creencias, como si sólo la muerte del crucificado resumiese la vida, cuando lo más glorioso del legado cristiano es la resurrección del cuerpo? Quien habla solo espera hablar a Dios un día, decía Machado mientras paseaba junto a los álamos del río. Soledad y amistad, no parece un mal programa para estos días de vacaciones, que me ha sugerido la fotografía de Ratzinger.

Publicado en el ABC.