Es propio del hombre (varón y mujer, para aquellos que quieren rizar el rizo) hacerse preguntas. No sólo nos admiramos de las cosas, sobre todo de las sumamente grandes y de las extremadamente pequeñas; también nos preguntamos por qué son así. ¿Por qué la tierra tiene vida? ¿Por qué el sol no se apaga, al menos durante tantos miles de años, ni se cae? ¿Por qué llueve, o no llueve? Los niños son expertos en preguntase, y en ellos surgen los más variopintos porqués.
Todo animal respira, y en ese acto reflejo percibimos que tiene vida. Igualmente toda persona se hace preguntas, más existenciales o más cotidianas, porque dejar de preguntarse es vegetar, morir. Incluso en el ámbito religioso abundan las preguntas, y no necesariamente porque se dude de la fe o de la religión. Preguntar no es dudar, es buscar.
Muchas de esas preguntas, sobre todo aquellas más existenciales, se orientan al futuro. ¿Cómo será mi vida mañana, dentro de un año, dentro de diez? Y sobre todo con quién será esa vida, en qué sociedad viviré, si crecerá o se reducirá mi entorno familiar. Y al pensar en el futuro de la sociedad siempre nos plantemos el futuro de la natalidad; de ello depende, junto con la mortalidad, nuestro futuro, el futuro de nuestra sociedad. Numéricamente, en muchos países, la cantidad de personas ya está disminuyendo. En España, por ejemplo, cada vez nacen menos niños, el número de muertes ya está superando al de nacimientos. Con una tasa de fecundidad situada en el 1,18 (y bajando…), las perspectivas de crecimiento son nulas. Además, en el ámbito demográfico, los cambios de tendencias son lentos, muy lentos, y por ello también bastante previsibles. Con lo que tardaremos en volver a tener una tasa de natalidad que garantice el relevo generacional, una tasa de 2,1 hijos por mujer.
¿Tenía razón Malthus y sus seguidores, los iniciales y los actuales? Según decían, el mundo se ahogará por un crecimiento desmesurado. No habrá alimento para tantos millones de personas. Sus cálculos asustaban a sus contemporáneos, pero creo que minusvaloró un factor importante: el mundo crece numéricamente, los alimentos parece que disminuyen, pero los avances científicos, el rendimiento del trabajo humano, crecen exponencialmente. Es decir, que gracias a la ciencia, a la inteligencia, podemos mejorar mucho el aprovechamiento del medio ambiente, de la agricultura, de la ganadería. ¿Tenía razón Malthus? ¿Se equivocó? ¿Cuál es la mejor postura?
Bajemos la pregunta a la barra del bar, a los asientos del autobús: ¿por qué las personas, sobre todo los jóvenes, parece que no quieren tener hijos y en cambio se multiplican las mascotas? ¿Por qué muchos se arriesgan con la hipoteca, con el lanzamiento de una empresa, pero temen arriesgarse con un hijo, o con el segundo? Es cierto, no es lo mismo una casa o un trabajo que un hijo, pero la pregunta sigue en el aire: ¿por qué hay tan pocos arriesgados a la hora de planificar el futuro de la familia?
¿Por qué, mirando sólo a una de las caras del problema, hay tan pocas ayudas para quienes se lanzan a construir una familia? Están construyendo el futuro de la sociedad, que es más serio que construir una casa o una empresa. Los gobiernos, de un color u otro, dedican grandes partidas a la defensa, a la propaganda (camuflada sobre el bienestar del ciudadano), a la gestión burocrática de papeles y papeleos. ¿Y a la natalidad? ¿Y al apoyo a la familia? Creo que, como he oído varias veces, hay poco trabajo vocacional, e incluso profesional, y demasiado cortoplacismos, que en política se traduce en votos, en economía equivale a las cuentas a corto plazo, y en el ámbito más inmediato a vivir de fin de semana en fin de semana. ¿Y el trabajo por el bien de la sociedad: el bien, no el bienestar?
¿Por qué -hablo de la realidad española- no se ha hecho casi nada ante el continuo aumento de gasto en pensiones y la disminución constante de la natalidad? Desde 1984, como mínimo, ya se conocían los serios problemas que habría a partir de 2020, no es un problema que haya crecido de la noche a la mañana. Tal vez un tema tan materialista como éste refleje que ni siquiera por la contrapartida económica nos hemos preocupado por el verdadero futuro de la sociedad.
¿Buscamos una paternidad confortable, en bien del individuo, o una paternidad responsable, en bien de la persona y de la sociedad?