Regresaba de Vistalegre tras el multitudinario concierto de los Hakuna mascando un titular para este texto y al llegar a casa estaba ya decidido: "Huracán Hakuna" hubiese sido el más apropiado y el más descriptivo. Apropiado, porque Huracán es el título de su último hit, canción que se ha colado entre las 30 canciones más oídas de Spotify las últimas semanas; y descriptivo, porque de las canciones de Hakuna emerge un huracán interior que no deja nada como estaba.
Sin embargo, la mañana del domingo, mi hija Lucía, de seis años, me cambió el titular. Me dio sin saberlo la mejor noticia que un padre puede recibir. No me lo dijo a mí, sino a su madre, mi esposa, que es quien todos los días la brea a ella y a los demás niños en la furgoneta, camino del colegio, con las pegadizas y armónicas canciones de Hakuna Music Group. Se las salpica con U2, Picapica, alguna de Coldplay y muchas del tío Bruce. Y entre medias, pues que si "Enciéndeme", que si la de la misericordia, que aquella de los "fósforos"..., sí hombre, la de que seamos todos uno.... "Se dice foroooofos"... ¡Pues esa!
Lucía, como digo, tiene seis años. Le ofrecimos venir al concierto tanto a ella como a su hermano Santi, de 7. Pero Santi pasa. Su madre dice de él que es un poco despistado. Yo creo que lo que pasa es que es, como yo, un poco bohemio y necesitamos nuestros tiempos... Pero Lucía se apuntó desde el primer momento. Es una lanzada. Para ella, ir con sus padres a un concierto de los Hakuna, los de verdad, era una aventura. Yo dudaba porque la veía un poco pequeña para aguantar un evento de unas dos horas y no querer irse antes de que acabara. La parte del medio del espectáculo se le hizo un poco bola, pero al final se recuperó con algunas de las canciones que mejor se sabía. Yo le comenté a mi mujer que, al menos, lo recordaría siempre: su primer concierto, con papá y mamá, el de Hakuna. Ya solo eso merecería este texto, pero hay más... mucho más.
La sorpresa fue mayúscula cuando el domingo en la mañana, ya descansada y habiendo digerido el fiestón que le habíamos metido, con los ojos como luciérnagas y la sonrisa de una niña absolutamente feliz, dijo: "Mamá, yo quiero ir a todos lo conciertos de Hakuna que haya". No dijo yo quiero ir a todos los conciertos de Rosalía que haya, o a todos los conciertos de Dua Lipa que haya. No. Dijo "a todos los conciertos de Hakuna que haya", y yo se lo recordaré toda su vida. Los que no tenéis hijos no tenéis ni idea de qué significa el deseo de tu hija de seis años, pero yo podría arrancarme un brazo por ella, morder a un caballo vivo para darle de comer. Quitarme un riñón, el hígado y lo que haga falta con tal de verla sonreír, contenta, alegre y cerca de Dios. Disfrutando a Dios. Gracias a vosotros cumplir su deseo va a ser menos dramático que arrancarme los ojos. Bastará con sacar otra vez las entradas.
Jesús y su mujer llevaron a la pequeña Lucía a un concierto que siempre recordarán. El grupo Hakuna presentó este sábado, en la madrileña plaza de toros de Vistalegre, su nuevo disco, 'Qaos'.
Ayer, a ratos, por la mañana, la oía cantar letritas por casa sobre la Misericordia y cosas así. Y ahora es cuando voy al meollo de lo que hemos vivido María, Lucía y yo el pasado sábado. Queridos chicos de Hakuna: Cuando eres padre y oyes cantar a tu hija de seis años "Enciéndeme y déjame ser tu luz", el corazón te estalla. Te explota en silencio, como una carga de profundidad que aparentemente no ilumina nada, pero lo ilumina todo. Te da esperanza, te da consuelo y te da ganas de seguir batallando esta guerra que vivimos en este mundo, porque te das cuenta de que has conocido y encontrado a unos aliados.
Ya sabéis, seguramente, que en mi casa el sursum corda de la música es Bruce Springsteen. Mi sueño musical, desde que soy padre, es... era... que el primer concierto de mis hijos, al que irían conmigo, fuese alguno de El Boss, difícil objetivo porque el músico de New Jersey tiene 72 años y no sé si llegaremos a cuadrar sus fechas y las nuestras... Pero he de deciros que ese sueño, al menos con Lucía, no se ha truncado, sino que se ha superado. Ver sus ojos de pasmo, su ritmo bailando, sus labios moverse canturreando vuestras letras y dando palmas, y, sobre todo, su alegría mientras recibía versos inspirados por el Espíritu Santo, para unos padres como nosotros que ya hemos conocido al Señor y que nuestro único objetivo en esta vida es facilitar ese encuentro único de nuestros hijos y Dios, ver eso que os he dicho, es la mayor de las alegrías, la mejor de las sorpresas, la más nueva de las ilusiones. De modo que, gracias. Por vuestro sí, por vuestro valor, por vuestra presencia.
Como Juan Cadarso ya ha dejado una exacta y brillante crónica, ahora prefiero dejar de lado los hechos para centrarme en lo intangible, en lo de más adentro. Y para ello voy a hablar de dos canciones. He oído gran parte del repertorio de Hakuna y está plagado de buenas canciones, algunas muy buenas; digamos que pocos son los descartes. Pero hay dos canciones que se desmarcan del adjetivo de buenas y que en su composición y autoría ha entrado de lleno algo que marca la diferencia, lo que distingue algo muy bueno de una obra magistral: la genialidad... Tomando de ejemplo mis ídolos, y perdonad por la diferencia de edad, en la discografía de Dire Straits, por ejemplo, hay decenas de buenísimas canciones: Sultans of swing, Tunnel of love, Solid rock, Brothers in arms... Sin embargo, entre medias de una discografía amplia y variada, en el disco Love over Gold de 1983, Mark Knopfler, alma mater del grupo, se descuelga con un tema de más de 10 minutos de duración que no pega con nada: ritmos cambiantes, punteos sueltos de guitarra, solos de flauta... Se llama Telegraph road y es una obra maestra, la mejor canción de entre todas las de los Dire Straits. Lo mismo pasa con Bruce Springsteen. Sus más de 100 canciones registradas son todas muy buenas, pero hay una que es magistral, eterna, que nunca pasará de moda. Se encuentra en el disco Born to run, de 1978, y se titula Thunder Road. Esta canción es la historia de América. El sueño buscado de la mano de tu chica. Su estrofa final, "este es un pueblo de perdedores, y nosotros nos largamos de aquí para ganar", es el grito que todo joven del mundo lleva dentro.
Pues bien, Hakuna tiene su Telegraph road y su Thunder road. Esa canción es Noche. Noche es todo. Noche contiene todo. Mi todo y el tuyo. Noche contiene al Todo. Noche contiene El Antiguo Testamento. La sorpresa y el drama del Génesis, alma y pecado; El desconcierto de Abraham -sal de tu tierra-. La Sabiduría de los Proverbios, la alabanza de Los Salmos, el llanto de Los Lamentos, la debilidad de los profetas -sólo soy un muchacho- junto a su fe y su fuerza. El valor de los reyes como David mezclado con su pecado con Betsabé, la intuición de las mujeres como Débora, la determinación de Judit al matar a Olofernes de un espadazo. Todo eso contiene Noche, pero con música y en seis minutos. Cualquier Biblista me sacudirá por haber escrito esto, y en su derecho está, pero la inmensa mayoría del mundo de hoy no lee jamas la Biblia y sin embrago sí tiene una suscripción premium a Spotify.
Noche contiene el Nuevo Testamento cantado al ritmo de batería y bajo y al son de guitarras eléctricas. Noche contiene a ese Dios, todo un Dios, que se hace hombre, solo un hombre. Su nacimiento, su persecución, su Noticia, Buena, su tortura y asesinato cantados en los pecados y miserias de cada hombre de hoy, de cada pueblo, de cada barrio, de mi ciudad y de la tuya y de todas las demás. Si san Juan de la Cruz le cantó versos a la oscuridad de su noche, la Noche de Hakuna le canta a la luz escondida en el corazón de cada hombre, allí donde sus miserias, mis miserias, solo pueden ser amadas por Dios: que el Kyrie Eleison sea voceado por un coro de 8000 personas, es la constatación más palpable de que Dios sigue clamando a sus hijos porque muere de amor. Porque vive de amor. Porque "te ama sin que tú puedas hacer nada tan grave como para que te ame menos", dice Lola, la chica que la canta.
Dios me ama en mi miseria. En mi noche. En mi pecado. Y amándome, como me enseña esta canción, hay una esperanza, una luz y un camino para hacer nuevas todas la peores situaciones imaginables y reales no que puedan existir, sino que existen: La misericordia de Dios. Kyrie Eleyson. Ten piedad. ¿De quién? ¡De mí! Que no soy capaz de mejorar sin tu ayuda, sin tu mirada, sin tu aliento, sin tu gracia... y sin tu música.
La otra canción de la que quiero hablar es con la que iba a titular: Huracán. La puso mi mujer en la furgo hace unas semanas. Le pedí que la pusiera de nuevo unas tres veces seguidas. Si Noche es La Biblia en formato canción pop, Huracán soy yo y mi primer encuentro con el Señor. Pero fundamentalmente, soy yo. Me pasé años buscando a Dios, dando palos de ciego, desencantando y acudiendo, por tanto, donde mi alma no se podía saciar. No voy a contaros mi vida aquí, pero recuerdo el día en que un huracán rompió el Cielo desde mi garganta gritándole donde estaba cuando me hacía falta. Yo iba andando por la calle y pasé al lado de la parroquia de Santa Paula, en el barrio de Canillas. Entré y había adoración, el Santísimo estaba expuesto en la custodia, en medio del altar. Me arrodillé y le grité desde dentro: "¿De qué vas? Si tuvieses la cara de verdad, el cuerpo de verdad, te cogería ahora mismo por la pechera de la túnica y te la arrancaría gritándote a la cara: ¿De qué vas? ¿Por qué no haces algo ya?". Esa misma noche, de la forma más imprevisible, Dios aconteció. Por eso, Huracán me habla de mí, y lo sé, de todos vosotros también. Me habla de un Dios que está muy lejos del que me enseñaron de niño y, por tanto, que está muy, muy cerca de mí.
Mis hijos me protestan. Lloran y patalean cuando no obtienen de mí lo que consideran necesario. Huracán me confirma que yo tengo a quien patalear. Que puedo gritarle a mi Padre del Cielo porque Él sabe de mi necesidad y de mi dolor, de mis sufrimientos y de mi límite. Si Noche es toda una catequesis en sí misma, Huracán es liberadora. Y por tanto, necesaria.
Aquí puedes ver el vídeo del concierto de Hakuna de este sábado.
Huracán es tan verdad que sana sin pretenderlo, tan solo siéndolo. Me hace gracia, porque hace poco le decía a un grupo de personas: "Dios me lo ha dado todo en la vida. Todo, salvo una cosa: Explicaciones". Y es verdad, Dios no da explicaciones. Sí que da pistas, y tú las tienes que seguir. Yo, que no pertenezco a Hakuna, que no tengo ni idea de quién escribió esta letra y seguramente no haya hablado con él jamás en nuestras vida, vi en esta canción precisamente esta misma idea. Que ellos y yo -¡nosotros!- hemos prometido seguir sin entender, porque tenemos el mismo eco en lo hondo, que nos empuja hacia Él.
A todos los lectores de este texto, no dejéis de escuchar las canciones de Hakuna. Dadles una oportunidad y recibiréis un vendaval de gracia, estoy seguro. Y a los chicos de Hakuna, no dejéis de cantar. No dejéis de bailar. No dejéis nunca, nunca, nunca, nunca, de adorar. Yo ya doy gracias por vosotros. Nos volveremos a ver, porque mi hija Lucía, de seis años, quiere ir "a todos los conciertos de Hakuna que haya". Aunque me costara un brazo.