Conforme se incide en la importancia de la Nueva Evangelización, en su aplicación a través de nuevos movimientos y estrategias, las cifras de la Iglesia en cuanto a fieles, práctica sacramental y presencia continúan en caída. Se podría pensar que esta fórmula ha fracasado de forma rotunda. Hay quien, lejos de afirmarlo, lo expone como una pregunta y emite propuestas para comprender y aplicar este concepto -en ocasiones equívoco- de forma coherente. Es el caso del sacerdote Manuel María Bru, que acaba de publicar un libro que condensa en 700 páginas la respuesta a esta pregunta y más de tres décadas de experiencia evangelizadora en medios de comunicación, catequesis y ministerio sacerdotal.
En ¿Ha fracasado la Nueva Evangelización? (San Pablo) el sacerdote plantea "qué es y qué no es" realmente este concepto y, partiendo de la definición, ofrece algunas claves para comprender que "aunque hay iniciativas de Nueva Evangelización que tienen mucho éxito, no es necesariamente un éxito real" pues, "puede ser inmediato, pero deberse a que están muy ideologizadas o que son solamente de primer impacto". Por el contrario, agrega, "puede haber otras iniciativas que a primera vista no se vea un éxito inmediato y siembren verdaderamente el Evangelio en las personas, sociedades y culturas", explica a Ecclesia.
La principal tentación evangelizadora de la Iglesia
También advierte de "una de las grandes tentaciones de la Iglesia", como es dejarse llevar por esas realidades de impacto en el momento concreto.
El sacerdote observa que la sociedad actual "vive todo con un ritmo muy acelerado" y que "todo lo que nos mueve queda viejo al día siguiente".
"Eso hace que tengamos la tentación de que las actividades que tienen que ver con el anuncio del Evangelio tengan ese mismo dinamismo, que nos dejemos llevar por planteamientos de primer impacto, que no es necesariamente primer anuncio o por la emotividad, sin la capacidad de asumir lo que experimentamos", agrega.
Para él, la pregunta no es tanto si la Nueva Evangelización ha fracasado o no, sino "qué tenemos que hacer para que no fracase".
Una de sus principales claves la recoge de Benedicto XVI y sus "comunidades creativas", llamando a poner el foco en iniciativas "realmente testimoniales, misioneras" en las que los laicos tienen mucho que decir.
Para él, los laicos "son los que están más directamente en la vanguardia de la evangelización", en un mundo donde son cada vez más las nuevas generaciones que no están bautizadas, por lo que "el acompañamiento y el catecumenado de niños, adolescentes y jóvenes que no se quede en ese primer impacto" es crucial. También alude al "testimonio de la propia vida", pues "nada humano es ajeno a la vida cristiana" y el Evangelio puede anunciarse "dando testimonio de que el hombre y la sociedad de hoy pueden tener el espejo de los rasgos del reino de Dios".
Se refiere al papel de los jóvenes como algo crucial en la Nueva Evangelización, pues hoy "vienen sin prejuicios ideológicos y ya no son alejados, sino lejanos".
Ellos, explica, "no conocen y son más abiertos al Evangelio". La dificultad de los jóvenes y el anuncio a esos "lejanos" es un mundo plagado de "contravalores", por lo que "las experiencias de impacto no son suficientes": deben "encontrar comunidades vivas donde vivir alegremente la fe".
Especialmente en los jóvenes, observa que "la pérdida de sentido" es un fenómeno lacerante que la Iglesia puede paliar, pues "se hacen las mismas preguntas que antes pero de otra forma y ahí debe estar la Iglesia, cerca de ellos, para darles sentidos y acompañarles en la búsqueda de sentido".
Concluye remarcando los principales desafíos de la transmisión de la fe, cifrando el primero en encontrar "un testimonio que sea provocativo" sin plantearlo como "combate cultural", sino emulando la "encarnación": "Tenemos que hacernos uno, escuchar más que hablar, amar más que convencer, una dinámica a la que nos resistimos porque tendemos a mundanizar la evangelización y a convertirla en un marketing de convencimiento, provocación y manipulación. Y eso jamás puede hacerse".