El humor, la risa, relajan el cerebro, pueden ayudar a captar la atención, a atender y entender más y mejor, a generar comunidad y evitar el tedio. Los oradores clásicos y los mejores predicadores y maestros de escuela lo saben: para captar la atención del oyente, y su benevolencia, nada mejor que empezar con una anécdota divertida, o un chiste. Y con miel se pueden decir cosas duras, serias, que se aceptan así mejor.
Una herramienta que puede ayudar a cualquiera -y divertirnos a todos- es el nuevo librito "100 chistes con la gracia de Dios", seleccionados por José Luis Rubio en Creo. Los hay sobre parroquianos, sobre Jesús y los apóstoles, sobre niños de catequesis, sobre ateos y devotos. No todos sirven para todos los públicos pero ninguno es blasfemo.
Si nuestro párroco o catequistas es muy aburrido, quizá le podemos regalar este libro y pedir que use los chistes en sus charlas o sermones. El libro tiene un deseo: "Ojalá puedan ser muchas las veces que podamos decir lo mismo que dijo Sara, la mujer de Abraham: 'Dios me ha hecho reír' (Génesis 21,6)".
A modo de ejemplo, reproducimos aquí 7 de esos 100 chistes. Hemos elegido 7 que incluyeran a un sacerdote.
Un sacerdote está en el confesionario y acude un penitente.
- Tú no eres de esta parroquia, ¿verdad? No te había visto antes.
- No, padre, soy un artista del circo que acaba de llegar.
- ¿Y qué haces en el circo?
- Soy saltimbanqui.
- ¿Y eso que es?
- Espere que le hago una demostración.
El hombre se levanta y se pone a dar saltos mortales, volteretas y cabriolas por encima de los bancos de la iglesia.
Dos abuelitas que esperaban a confesarse lo ven y una dice:
- Mejor volvemos cuando venga el otro cura, ¡que este pone penitencias muy difíciles!
La homilía del sacerdote era larga y aburrida y uno de los feligreses se quedó dormido y empezó a roncar.
El sacerdote, enfadado, se dirige a una mujer que estaba a su lado.
- Disculpa, hija, ¿podrías despertar al hombre que tienes a tu lado?
- Ah, no, padre, no me meta usted en sus líos -dijo ella. -Usted le ha dormido, usted le despierta.
Un cura y un alcalde eran muy amigos, aunque el alcalde era muy ateo y a veces discutían sobre Dios o los milagros.
Un día se fueron ambos a pescar al lago con un bote de remos. Cuando estaban en mitad del lago, los remos se les cayeron por error y quedaron flotando a varios metros de la barca.
El cura sacó una medallita que llevaba al cuello, hizo una pequeña oración, la besó... y saliendo de la barca fue caminando sobre el agua, tomó los remos y volvió con ellos a la barca.
Al llegar a casa la mujer del alcalde le preguntó qué tal fue el día.
- Muy bien, por cierto, ¿te puedes creer que el cura no sabe nadar? -dijo el alcalde.
El sacristán está preocupado porque llega la hora de misa y el cura no aparece, así que lo va a buscar a casa. Allí está el sacerdote, ojeroso.
- Dios mío, me quedé dornido, pasé malana noche y no he oído el despertador - dice el cura al sacristán. -Vete a la parroquia, reza el rosario con la gente para hacer tiempo mientras me visto y llego.
El sacristán vuelve a la parroquia y organiza un rosario, sin darse cuenta de que el cura, muy somnoliento, vuelve a quedarse dormido.
Al cabo de dos horas, el cura despierta, comprueba el reloj, y sale corriendo y abochornado hacia la iglesia, convencido de que ya no habrá nadie esperando.
Pero a medida que se acerca oye que la gente sigue rezando el rosario. Se acerca discretamente, sorprendido, y escucha la voz del sacristán:
- Misterio ciento cincuenta: la Magdalena se casa con el Cireneo...
Un sacerdote se encuentra en la plaza del pueblo a un joven a cuya familia conoce.
- ¿Cómo es que no vienes nunca por misa?
- Pues la verdad, padre, es que está llena de gente que son unos auténticos hipócritas.
- Bueno, por eso no te preocupes, hijo, ¡siempre hay sitio para uno más!
Un ratero va a confesarse a la parroquia y al acercarse al confesionario ve que el cura se ha quedado dormido dentro. En eso ve que tiene un precioso reloj en la muñeca y sin poder resistirse se lo quita con mucho cuidado. Después lo despierta suavemente:
- Padre, he venido a confesarme... resulta que he robado un reloj. ¿Usted lo quiere?
- ¿Yo? Para nada. Debes devolvérselo a su dueño.
- Pero es que me ha dicho que no lo quiere.
- Bueno, pues en ese caso, quédatelo.
Un sacerdote recién ordenado, gran estudiante de teología, es enviado como párroco a un pueblo de montaña de gente muy sencilla. Los vecinos organizan un acto para recibirle y él les dirige unas palabras.
- Hermanos, estoy aquí para todos vosotros. Vengo con mi hermenéutica, mi homilética, con exégesis y apologética.
- No se preocupe, padre -le dice un parroquiano. - Yo estoy con artritis, diabetes, conjuntivitis y reúma, pero el médico del pueblo es magnífico.
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