Él propone estos diez "ejercicios de calentamiento" (así los llama él) para ayudar a vaciarnos de nosotros mismos y así facilitar el llenarnos de Dios.
Hay que vaciar la voluntad; dice, no hacer las cosas que yo quiera, como yo quiera, sino aceptarlas tal como son, pues es Dios mismo quien así las quiere. De esta forma, dice Manglano, se alcanza la verdadera mortificación, que no consiste en “meterse piedras en los zapatos”, sino en “la aceptación de la voluntad de Dios”.
Es importante liberarse de hábitos y costumbres que atan. Muchas veces, la gente dice “si no duermo siesta, no soy persona” o “si no me tomo un café, no puedo funcionar”, y para justificarse razonan con “falsa humildad” que “son así”. Estos falsos apoyos no permiten liberarse totalmente de cadenas que atan y no dejan “tener el espíritu de Cristo”.
Liberarse de esas pequeñas cadenas que nos atan ayuda a poner primero a Dios
Rezar; rezar es educarse, porque en cada ejercicio de oración la gente se abre a nuevos puntos de vista, a la iluminación. Así, cuando se va a misa o se lee el evangelio hay que ir con actitud de vaciarse de la propia palabra para “llenarse de la suya”. Lo que tiene que importar es lo que Dios hace con cada uno en estos ratos, no si se hace “bien o mal”.
El ejercicio de la humildad consiste en saber cuál es la posición de cada uno respecto a Dios. Se debe ser conscientes de que la existencia es por y para Él. Por ello, como dice Manglano, “no juzgo la bondad de Dios por lo que me pasa, sino que juzgo lo que me pasa a partir de la bondad de Dios”. Eso es la humildad, es reconocer que “aunque a mí me ocurren cosas malas, Él sigue siendo bueno”.
Si la humildad es la posición respecto a lo que me rodea, confiar es la acción que sigue. El ejercicio de confiar supone un “esfuerzo” por el que “nos vaciamos de la confianza en nosotros mismos” y se aumenta la confianza en Él.
Vaciamiento y lucha es atender al prójimo en todo, sacrificando las comodidades. Hay que decirle a los demás: “lo que necesites, aquí lo tienes”.
Jesús llevó su sacrificio a dar la vida por todos en la cruz
Según Manglano, debemos “vaciarnos de las mil necesidades que el cuerpo pretende imponernos”, rechazando así ciertos instintos “animales” propios del ser humano. Sin embargo, esto no significa que se deba ignorar el cuerpo material, que no es algo que “se tiene”, sino que “se es”.
Es necesario cuidar la interioridad, tan ahogada con prisas y miles de actividades. No hay que tener miedo a aburrirse o a estar desconectado. Hay que disminuir el ruido exterior para poder “respirar” interiormente.
Vivir en comunidad exige un esfuerzo personal de vaciamiento. Hay que “entregarse por aquellos con los que vivimos la fe”, ya sea, haciendo un voluntariado o rezando por los demás. Para que este ejercicio sea completo, hay que “vivir los sacramentos” no solo celebrarlos.
La vida en comunidad adquiere su pleno sentido en el seno de la Iglesia
Como decía Santa Teresa de Calcuta, “un corazón alegre es el resultado lógico de un corazón ardiente de amor”. ¡No hay que tener miedo de amar hasta el extremo! Así se alcanza la plena alegría y el total vaciamiento, al igual que Cristo en la cruz.
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