Uno de los sacerdotes más conocidos en Francia a través de los medios de comunicación es Pierre-Hervé Grosjean, párroco de Saint Cyr l´École y secretario de la comisión de Ética y Política de la diócesis de Versailles. Joven, buen dialéctico y por tanto muy solicitado en debates y tertulias (sobre todo a raíz de las Manif pour Tous contra el "matrimonio" homosexual), es uno de los inspiradores de Padreblog y ha publicado varios libros de éxito, como Aimer en veri [Amar en la verdad] en 2014 y hace pocas semanas Catholiques, engageons-nous [Católicos, comprometámonos], ambos en la editorial Artège.

Buen representante del nuevo catolicismo galo, inconformista y desacomplejado, dispuesto a ganar la calle, fue entrevistado por Eléonore de Vulpillières para Le Figaro, expresando puntos de vista sobre la nueva evangelización que sobrepasan el ámbito de su país:


-Si miramos con lucidez la situación de nuestro país -la realidad se impone-, a pesar de todo no es tan desesperada. La práctica religiosa por conveniencia o por costumbre social se ha derrumbado. La sociedad se ha secularizado. La ignorancia religiosa es impresionante, incluida la de nuestras élites mediáticas o políticas. Esto no es un problema sólo para la Iglesia, sino para todo el país. Efectivamente, lo que hace la fuerza de un pueblo es su alma. Un país que no conoce su historia, que no asume sus raíces, que no transmite la cultura y la fe que lo han construido es un país que duda de sí mismo, que no se ama y que es frágil. La secularización de la sociedad francesa es parte de esta fragilidad. Por todo esto a Francia no le es útil el laicismo, no le sirve, sobre todo cuando es contrario a la fe cristiana que ha formado nuestra identidad.


Miles de jóvenes católicos franceses se movilizaron durante meses en las Manif pour Tous en defensa del matrimonio y la familia.

»Pero, paradójicamente, todo esto es estimulante. Los jóvenes católicos comprometidos ciertamente son una minoría, van contracorriente…. pero de golpe se sienten «forzados» a ser fervientes, generosos y radiantes. Una minoría no tiene elección, pues no tiene el número para «pesar» en el curso de la historia. Sólo le queda el fervor, la fuerza de su testimonio, la convicción. Benedicto XVI decía: «El futuro pertenece a las minorías creativas». Creo profundamente en esto. Los católicos no serán nunca una minoría entre otras minorías de Francia, porque Francia, en su historia, su cultura y su ADN sigue siendo un viejo país cristiano. Pero en la época en la que vivimos, en el desierto espiritual en el que se ha convertido Francia -que hoy en día es un país de misión-, todo esto resuena como un llamamiento muy fuerte para testimoniar, para salir de nuestra comodidad, para redescubrir la capacidad formidable que tiene el cristianismo de transformar el mundo. Este es, en el fondo, mi motivo de esperanza: esta juventud católica es frágil, cierto, pero es generosa y cuando cree, ¡no cree a medias o por conveniencia! Las circunstancias le facilitarán que sobresalga en lo mejor que tiene: su capacidad de compromiso.


-Toda minoría conoce estos riesgos. A veces es agotador ir contracorriente, en el grupo de amigos, en la universidad, en el trabajo, en el partido político, en la asociación… Podemos sentir el deseo de «diluirnos», de adoptar un cristianismo soft, que ya no sería signo de contradicción para el mundo, limando todas las asperezas, todo lo que el mundo no entiende de nuestro modo de vida o de nuestras convicciones. Pero este cristianismo no salvaría a nadie. Y al contrario, podemos sentir la tentación de encerrarnos en nosotros mismos, con «la mentalidad de ciudad asediada». Pero encerrarnos en nosotros mismos es mortal. Todos los guetos acaban derrumbándose. Es una mentalidad perdedora. Y lo que es importante, en ambos casos renunciamos a nuestra vocación profunda: amar, servir y salvar al mundo. Un cristiano no puede renunciar a comprometerse seriamente con la sociedad, para servir al bien común y testimoniar la esperanza que él trae consigo. Es su misión, él sabe que es «enviado», este mundo se le ha confiado. El Evangelio es muy explícito en este aspecto.

»Esto no quiere decir que no necesitamos lugares de renovación. ¡Al contrario! Hay que buscar lugares de formación. Es necesario cultivar las amistades y las redes útiles para no estar aislados. Un cristiano que está solo está en peligro. Pero que estos lugares -escuelas, asociaciones, familia, grupos de amigos, redes sociales- donde fortalecer nuestras convicciones no sean lugares cerrados, sino ¡trampolines para prepararse a la misión!





-Benedicto XVI utilizó esta expresión que me marcó. Al final de la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid les pidió a los jóvenes de lengua francesa: «¡Sed testigos sin complejos!». ¡Habría que preguntarle a él que quería decir y la razón por la que eligió esta expresión para los franceses! Por mi parte, yo la recibí como una invitación a una gran libertad interior. Nuestra fe, nuestra esperanza, nuestra caridad nos hacen libres de la mirada de los otros, de las modas de opinión, de los sondeos, de los juicios mediáticos, de las burlas, de los golpes bajos, etc…

»¡Esto no quiere decir que el mundo nos sea indiferente! Al contrario, queremos aportar lo mejor que hay, este tesoro del Evangelio que hemos recibido, esta concepción del hombre, de la sociedad, de la vida que creemos justa y buena para todos. Estamos llamados a hacerlo humildemente, intentando todo lo posible para estar a la altura del mensaje del que somos portadores, sin estropearlo con nuestras faltas. Estamos llamados a hacerlo sin miedo, sin complejos, con gozo y generosamente.

»Se escucha a los católicos más de lo que se piensa. En este desierto, hay una sed emergente. Sed de referencias, de raíces, de identidad, de esperanza. Sed de amar verdaderamente y de saberse amado. Necesidad inmensa de una felicidad que no defraude. Los católicos no deben esconderse, menos aún enrojecer. Pueden asumir plenamente lo que son, lo que creen. No tienen miedo de ser signo de contradicción para el mundo: ¡lo peor sería suscitar la indiferencia! Su palabra, su testimonio, siguen interpelando las conciencias, iluminando las inteligencias y tocando los corazones. Un «catolicismo sin complejos» es, en el fondo, un catolicismo que ha redescubierto su capacidad de cambiar el mundo, ¡y que se aplica generosamente!


-Pienso, efectivamente, que hemos subestimado la importancia, el valor, la nobleza de estas profesiones vinculadas a la transmisión. ¿Acaso no es una gran misión participar en el despertar de las conciencias, transmitir una cultura, informar preocupados por la verdad, educar a la belleza? Además, ¿acaso no hemos pecado de ingenuidad al abandonar esos lugares de influencia en los que se gana el combate cultural, la batalla de las ideas? Si creemos en nuestras ideas, si creemos que son buenas para construir una sociedad más justa, hay que llevarlas y transmitirlas.



»¿Cómo podemos llegar a nuestros conciudadanos, hablar a la inteligencia y al corazón de cada uno de ellos, si estas ideas están ausentes de esos lugares de transmisión? Los cristianos deben dedicarse de nuevo a esos lugares, no para defender sus intereses particulares -esto sería comunitarismo-, sino para servir con más eficacia a lo que creemos es el bien común y una antropología justa. Se trata siempre de convertirse, ante todo, en «colaboradores de la verdad» según el lema de Benedicto XVI.


-El año 2013 y los debates sociales que tuvieron lugar entonces fueron la ocasión para una verdadera toma de conciencia por parte de los católicos. El modelo de sociedad que nosotros creemos justo ya no es compartido por la mayoría. Es necesario, por lo tanto, comprometernos para promoverlo, explicarlo, defenderlo. Los cristianos no pueden contentarse con mirar desde el balcón -retomando la expresión del Papa Francisco-, porque el mundo avanza sin ellos, se deconstruye.

»El problema de muchos católicos en la política es el idealismo: la dificultad de confrontar su ideal demasiado elevado con la realidad, es decir, con la imperfección de este mundo. Así, muchos siguen esperando el candidato perfecto -confundiendo elección y canonización-, el partido perfecto, el programa perfecto, etc. para comprometerse. Al contrario, es urgente abandonar el banquillo y dejar de mirar el partido sin jugar en él. Soy consciente de que hay violencia en el juego político, de que el terreno es pétreo y que el equipo contrario, con sus ayudantes, es «vigoroso», pero no tenemos elección. Hay que actuar, comprometerse, saltar al campo. Un cristiano no puede desertar o contentarse de ser un simple comentarista, a menudo crítico. Viendo lo que está en juego, esta inacción es un error.

»Efectivamente, no ganaremos todas las luchas, todos los arbitrajes, todos los combates. A menudo incluso seremos golpeados. Estaremos permanentemente sobre el filo de la navaja, entre compromisos necesarios -progresamos poco a poco hacia un compromiso necesario- y compromisos imposibles. Podemos quejarnos de la agenda de este o ese partido, de este o ese candidato a las primarias, de este o ese elegido o dirigente. Pero es más eficaz buscar los medios para pesar sobre esa agenda. Hay que invertir en los equipos, en los entornos, en los lugares de decisión. No votamos nunca por un único candidato, sino que votamos también por los que le rodean e influyen sobre él, por los que él hará acceder a los lugares de mando, a los que dará responsabilidades. Se necesitan cristianos comprometidos para servir también en esos entornos, en esos gabinetes ministeriales, en esos equipos de campaña.

»Necesitamos ser una fuerza que propone, necesitamos ser constructivos, ocupar los lugares que hay que ocupar, en lugar de seguir quejándonos eternamente. Admiro a los que hacen este paso, a los que ya lo han hecho, en un espíritu de servicio. No les dejemos solos, animémosles, cada uno según nuestra medida y nuestra vocación.


Asamblea Nacional Francesa: Grosjean sugiere que haya un pluralismo político de los católicos convergiendo en el mismo fin.

»¿En qué partido? ¿Por quién votar? La Iglesia no debe decidir por vosotros. La Iglesia da criterios de discernimiento, indica puntos de atención sobre lo que le parece esencial que hay que respetar y servir respecto a la dignidad de cada ser humano. Luego, confía en el discernimiento de cada uno. Simplemente recuerda que la adhesión a un partido no debe hacer perder la libertad interior. El partido es sólo un medio, no es un absoluto. Que cada uno reflexione el lugar donde podrá hacer progresar sus ideas de manera más fácil y eficaz. Esto significa también que puede haber un pluralismo político legítimo entre los católicos. Dicho pluralismo es sano. ¡Dejad de criticar si no tenemos la misma estrategia para llegar al mismo fin! Respetad el compromiso de cada uno, a nivel local como a nivel nacional, y reuniros para defender juntos lo esencial. Es necesario que en su mismo modo de hacer política los cristianos ofrezcan un testimonio de servicio creíble para el mundo.


-Toda crisis debe ser una ocasión para crecer. Nuestros obispos han tomado medidas muy serias para que la confianza siga siendo posible. Esto significa ser inflexibles con los sacerdotes que utilizan su sacerdocio para abusar de niños. Es una profanación terrible, tanto del sacerdocio como de la inocencia de estos niños. La Iglesia siempre estará al lado de las víctimas. Es su prioridad: proteger, defender a los más frágiles. Nos recuperaremos demostrando al mundo que progresamos en el acogimiento de las víctimas, en la protección de los niños, reconociendo las culpas y castigando a los culpables. Que jamás, respecto a este asunto, nos puedan acusar de «ligereza» ni de imprudencia.

»Los que nos debe animar en este trabajo es, paradójicamente, la rabia de la sociedad civil, transmitida por los medios de comunicación. Si queremos hasta ese punto a la Iglesia es que más o menos conscientemente seguimos esperando que ella sea ejemplar, más que ninguna otra institución. Incluso los más ateos de nuestros ciudadanos esperan que el sacerdote sea un hombre de bien, en quien poder confiar. En el fondo, nadie es indiferente. Con la gracia de Dios y nuestros esfuerzos, queremos estar a la altura de esta expectativa y merecer esta confianza. La inmensa mayoría de los sacerdotes son fieles a su vocación: servir hasta el fin, sin cálculos. En esto está toda nuestra alegría, nuestra vida…

Traducción de Helena Faccia Serrano (diócesis de Alcalá de Henares).