El pasado viernes tuvo lugar en el Aula Pablo VI el tradicional encuentro anual del Camino Neocatecumenal con el Papa, al que acudieron ocho mil de sus miembros. Doscientas setenta familias recibieron el impulso del Papa para la missio ad gentes, su envío a evangelizar lugares del mundo donde la llama de la fe se está apagando o nunca ha sido encendida.

Con motivo de este encuentro, Salvatore Cernuzio entrevistó para Zenit al iniciador del Camino, Kiko Argüello, quien destacó que son los obispos quienes solicitan la llegada a sus diócesis de estas familias.

-Una vez más el Papa ha recibido al Camino Neocatecumental y ha animado la obra de evangelización que realiza desde hace años. ¿Cómo se siente?
-El encuentro ha ido bien. Me han emocionado mucho las palabras que el Santo Padre ha añadido al final, improvisando: ‘Yo me quedo aquí, pero os acompaño con el corazón’. Nos ha demostrado una vez más que nos quiere y después me ha dicho cosas muy bonitas en privado, añadiendo que en los próximos días quiere hablar conmigo. Estoy contento… Y lo estoy también por las familias, realmente un espectáculo. Nos consuelan estas familias, están llenas de generosidad, están llenas de alegría. ¡Es algo impresionante!



-Este año se ha registrado un número aún más alto de familias dispuestas a ir a la missio ad gentes

-Sí, 270 familias para 54 missio ad gentes. Repito, ¡es un espectáculo! Hemos tenido una convivencia maravillosa en Porto San Giorgio: 300 familias presentes y todas han aceptado ir por el mundo a evangelizar y que su destino se elija a suertes. ¡Imagínatelo! Ponían en un cesta el nombre y en otra la nación. Por tanto, por ejemplo, se sacaba China y yo preguntaba: ‘Joaquín, María, con vuestros ocho hijos, ¿aceptais ir a China?’. ‘Sí’. ‘Muy bien’. Y después otra familia, y otra. Y así cinco familias que ni siquiera se conocen forman una misión para Asia. Se ha creado realmente un ambiente dulce, de amor maravilloso. Pensé en el Salmo que dice: “Que bueno los hermanos juntos… es como el óleo que desciende por la barba’.

-Del anuncio del kerygma a los gitanos en las periferias de Madrid, medio siglo después, el Camino llama ahora a las puertas de Asia. ¿Cómo procede la obra de evangelización? Y usted ¿cómo la vive?
-¿Cómo vivo? Esperando ser degollado... Por eso, estas missio ad gentes hacen mucho bien en el mundo, y tienen mucho éxito también con los musulmanes. ¡Lo digo de verdad! En muchísimas partes donde mandamos las misiones vienen musulmanes que dicen que se sienten realmente tocados. En los países del Golfo tenemos ya muchas comunidades, y a menudo tenemos que actuar a escondidas por su seguridad. Yo, mirando todo esto, dije en la convivencia una especie de ‘profecía’ sobre mí: ‘Cuando bauticemos cien musulmanes, me matarán’. Por otro lado estamos destinados a eso, los cristianos están para el martirio. Y yo estaría muy contento porque siendo un pecador, un indigno, un pobrecillo, ¡si muero mártir se resuelve todo! (Ríe.)

-A la espera del martirio… el Camino, ¿cómo aplicará concretamente las indicaciones que el Papa ha expresado este día en su discurso programático?
-Haremos todo lo que podamos, en comunión con la Iglesia. Todo lo que hemos visto hoy es obra de los obispos. Son los obispos los que piden las missio ad gentes, no nosotros. Están contentísimos, porque muchos países se están despertando. Por ejemplo, pienso en Francia: el sur está lleno de familias en misión y tenemos cinco seminarios. Son una bendición porque la situación de la Iglesia en Francia, así como en muchos países de Europa, es una catástrofe: iglesias cerradas, disminución de las vocaciones, sociedades secularizadas…

-¿Tiene alguna anécdota que le haya llamado la atención especialmente de las contadas por estas familias en misión?

-Anécdotas hay verdaderamente muchas… Si tengo que decir una en particular es la que me ha contado una familia en misión en China, con cuatro niños pequeños. Un día en un parque, dos de estos niños, uno de seis y el otro de cuatro años, se encontraron detrás de un arbusto a un feto muerto, con el corazón fuera del pecho… Impresionados, llamaron a su madre diciendo: ‘Mamá, ¿pero por qué aquí hacen estas cosas? ¡Debemos rezar, debemos evangelizar!’. Entonces decidieron dar un nombre a este niño muerto, lo llamaron Mateo, e hicieron una pequeña promesa de no merendar por unos días para que estas cosas no vuelvan a ocurrir en China. Me he emocionado al escuchar esta historia, me han recordado a los pastorcillos de Fátima con su sencillez… E incluso sus padres estaban muy impresionados al contarla y han comprendido que realmente es necesario un anuncio en un país como China, donde las tragedias del aborto están a la orden del día, también debido a la política del hijo único. Imagínese que otra familia, en un pueblo chino, tenía siete hijas, y cuando iban por la calle un montón de mujeres se detenían a mirarlas y acariciarlas, a menudo llorando, porque según les han contado se vieron obligadas a abortar a sus niñas.

-Reduciendo el campo a Europa, usted ha dicho que estamos en un momento en que se raya “la apostasía”, también a causa de los continuos ataques contra la vida y la familia. En este panorama, ¿cuál es la contribución que ofrecen estas familias que dejan todo y se van a evangelizar?
-¡Una enorme contribución! Debemos evangelizar Europa, porque lo necesita. Pienso, en particular, en mi país, España, donde se registran más de 600 divorcios al día y donde hay dinámicas políticas que tienen como objetivo destruir la institución familiar. Por no hablar de muchas otras naciones en el norte donde la religión está prohibida en las escuelas, donde se cierran y se venden las parroquias y así sucesivamente. Con todo lo que está sucediendo, la gente experimenta una profunda soledad, un fracaso, por eso permanecen profundamente afectadas cuando tal vez les invitan a las catequesis, encuentran un ambiente de comunión, conocen una familia unida con hijos, ¡y ya no quieren irse más! Les gusta ese ambiente… Entonces la familia cristiana, llena de amor, ¡es una bomba en toda Europa!