Santa Faustina Kowalska escribió extensamente sobre sus viajes espirituales tanto al paraíso como al lugar de perdición en sus diarios, que han sido considerados por la Iglesia como revelaciones aprobadas.
Después de que Faustina quedara traumatizada por sus visiones del infierno, se le dio la oración a la Divina Misericordia para compartirla con el mundo como un arma en la guerra por la salvación de las almas.
Pero tristemente, se le recuerda más esto que sus alentadoras visiones del cielo, sobre las que escribió:
“Hoy fui al cielo, en el espíritu, y vi sus inconcebibles bellezas y la felicidad que nos espera después de la muerte. Vi cómo las criaturas dan sin cesar alabanza y gloria a Dios. Vi cuán grande es la felicidad en Dios, que se difunde a todas sus criaturas, haciéndolas felices; y así toda la gloria y la alabanza que brota de su felicidad vuelven a su fuente; y entran en las profundidades de Dios, contemplando la vida interior de Dios, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, a quien nunca podrán comprender o abarcar. Esta fuente de la felicidad es inmutable en su esencia, pero siempre es nueva, brotando felicidad para todas las criaturas”.
San Alfonso María de Ligorio contó una historia que le compartió un superior de la orden jesuita quien se le apareció después de morir y le dio un informe detallado sobre qué trato la gente puede esperar en el cielo.
Según el difunto, las recompensas del cielo no son iguales para todos los que entran, pero todos los que entran quedan igualmente satisfechos:
“Ahora estoy en el cielo, Felipe II rey de España está en el cielo también. Los dos disfrutamos de la recompensa eterna del paraíso, pero es diferente para cada uno de nosotros. Mi felicidad es mucho mayor que la suya, pues no es como cuando estábamos aún en la tierra, donde él era de la realeza y yo era una persona corriente. Estábamos tan lejos como la tierra del cielo, pero ahora es al revés: lo humilde que yo era comparado con el rey en la tierra, así le sobrepaso en gloria en el cielo. Con todo, ambos somos felices, y nuestros corazones están completamente satisfechos”.
El papa san Gregorio Magno habló de la unidad sobrenatural entre la comunión total de los santos en el cielo, y su aparentemente infinito conocimiento: “Además de todo esto, una gracia más maravillosa se otorga a los santos en el cielo, porque conocen no sólo a aquellos con los que estaban familiarizados en este mundo, sino también a los que antes nunca vieron, y conversan con ellos de una forma tan familiar como si en tiempos pasados se hubieran visto y conocido: y por lo tanto, cuando ven a los antepasados en ese lugar de felicidad perpetua, luego los conocerán de vista, aquellos de cuya vida oyeron hablar. Pues ver lo que hacen en ese lugar con un brillo indescriptible, igual a todos, contemplando a Dios, ¿qué es lo que no saben, si conocen al que lo sabe todo?”
Otros santos nos han dejado parecidas visiones y descripciones fantásticas del cielo:
San Agustín: “Allí, la buena voluntad estará tan dispuesta en nosotros que no tendremos otro deseo que el de quedarnos allí eternamente”.
San Felipe Neri: “Si tan sólo llegáramos al cielo, qué cosa más dulce y sencilla que estar allí para siempre diciendo con los ángeles y los santos, Sanctus, sanctus, sanctus”.
San Anselmo de Canterbury: “Nadie tendrá ningún otro deseo en el cielo que lo que Dios quiere; y el deseo de uno será el deseo de todos; y el deseo de todos y de cada uno de ellos será también el deseo de Dios”.
San Juan María Vianney: “Oh mis queridos feligreses, ¡tratemos de llegar al cielo! Allí veremos a Dios. ¡Qué felices nos sentiremos! Si la parroquia se convierte vamos a ir allí en procesión con el párroco a la cabeza… ¡Tenemos que llegar al cielo!”
Santa Bernadette Soubirous: “Mi corona en el cielo brillará con inocencia, y sus flores serán radiantes como el sol. Los sacrificios son las flores que Jesús y María eligieron”.
Santo Tomás Moro: “La tierra no tiene ninguna tristeza que el cielo no pueda curar”.
El cielo es un lugar maravilloso, y todos deben esforzarse para llegar allí. Pero quizás la cita “celestial” más alentadora de todas viene de santa Teresa de Lisieux, la “Pequeña Flor”, quien señaló que tan gloriosa como el cielo, Dios encuentra la presencia de sus hijos infinitamente más deseable: “Nuestro Señor no desciende del cielo todos los días para estar en un copón de oro. Se trata de encontrar otro cielo que es infinitamente más querido para Él, el cielo de nuestras almas, creado a su imagen, los templos vivos de la adorable Trinidad”.