Este domingo se celebra la Jornada de la Infancia Misionera, que viven de una manera muy especial los niños que forman parte de familias misioneras del Camino Neocatecumenal. Parten todos juntos allí donde son reclamados o enviados a evangelizar, y en ocasiones es la propia experiencia que viven los hijos la que anima a sus padres a continuar. Es el caso de los Guerrero, que recoge Antonio Moreno Ruiz en el portal de la diócesis de Málaga:
Juan, Francisco, Pablo y David son hermanos y residentes en San José de Costa Rica. Allí es verano, por lo que estos días están disfrutando de sus vacaciones en Málaga, la ciudad que un día sus padres dejaron para partir en misión. Con motivo de la Jornada de la Infancia Misionera que se celebra el domingo 26 de enero, comparten su testimonio como niños misioneros.
Hace 16 años que Isabel de Oliva, su esposo Juan Ignacio Guerrero y sus entonces seis hijos dejaron Málaga para partir en misión a uno de los barrios más pobres de San José de Costa Rica. Luego vinieron otros cuatro hijos que se unieron a esta misión de hacer presente el Evangelio a quienes no lo conocen. Y es que la misión también es para los niños, como nos recuerda la Jornada de la Infancia Misionera, en Costa Rica y en Málaga.
En Costa Rica ahora es verano, por lo que los chicos tienen vacaciones escolares. Es la época que suele aprovechar la familia Guerrero de Oliva (cuando las obligaciones de la misión lo permiten) para volver a su barrio de Huelin y compartir, con su familia y con la comunidad neocatecumenal a la que pertenecen en la parroquia de San Patricio, las fiestas de Navidad y unos días de descanso.
Juan, que tiene 18 años y que comenzará a su vuelta la carrera de Administración de Empresas, afirma estar «muy contento de venir a Málaga. Lo que más me gusta –afirma– es charlar con la familia, con los amigos, conversar con ellos, preguntarles cómo ha ido el año, cómo lo han pasado y descansar, porque al fin y al cabo estamos de vacaciones».
La Jornada de la Infancia Misionera lleva este año como lema: Los niños ayudan a los niños. David, que tiene 10 años y que es el benjamín de la familia, afirma estar muy de acuerdo con este lema: «La forma en la que los niños somos misioneros es ayudando a los demás», señala convencido.
Pablo, que tiene 13 años, apunta que a veces no hay que hacer nada especial para anunciar el Evangelio, «los podemos ayudar simplemente cuando ellos ven que vamos a Misa y que no es un aburrimiento. Algunos se animan y vienen a hacer las catequesis».
En el caso de Francisco, que tiene 14 años, la misión empieza dentro de la propia casa «obedecer a tus padres ya es una forma de hacer presente tu fe, porque muchos de nuestros compañeros no viven esto en casa».
Y es que, como señala Isabel, la presencia de la familia cristiana ya es, en sí misma, una evangelización: «Allí no hay muchas familias constituidas por un padre, una madre y los hijos que viven en la misma casa. Allí hay muchas madres solas, también muchos hombres solos que, en una edad adulta después de haber tenido una vida dispersa, quieren rehacer su vida ya con una seriedad y se encuentran solos; abuelas que cuidan a sus nietos... El hecho de que una familia como la nuestra haya dejado el proyecto de vida del bienestar que nos ofrecen y viva allí todos los días, ya les evangeliza. Les das una trascendencia, una esperanza de que hay una vida nueva que Dios ha hecho para el hombre y que no está basada en lo material».
Respecto al papel de los niños en la misión, Isabel lo tiene claro: «En estos 16 años hemos vivido muchos sufrimientos, dudas, momentos de lucha en los que teníamos que decidir si seguíamos o no en la misión. Ver cómo ellos lo han vivido es lo que nos ha hecho estar donde estamos ahora mismo. Si no hubiera sido por ellos, ya nos habríamos regresado».
Lo confirman los propios niños misioneros cuando se les pregunta si tienen ganas de regresar a la misión: «¡Claro que sí!», responden a una.