¿Cuál es la manera más eficaz de hablar de Dios hoy? Al dirigirse a una persona atea o agnóstica, ¿de que modo puede uno despertar su interés y quizás hacerle replantearse su postura? En su libro Comment parler de Dieu aujourd’hui : Anti-manuel d’évangélisation [¿Como hablar de Dios hoy? Anti-manual de Evangelización, en libre traducción del título], el filósofo francés Fabrice Hadjadj ofrece algunas «pautas».
Veamos cinco de ellas:
«Hablar de Dios no significa hablar de “otro”. El Uno puede ser enunciado a través de los otros y los otros pueden afirmarse gracias al Uno».
O sea, de Dios no se habla adecuadamente ni como una «Super Cosa» ni como si fuera algo trivial. Se trata de hablar de él de manera… divina. Vamos a intentar un ejemplo. Cuando se habla de una chica bonita, se puede elevar la conversación hacia un enfoque en que, al mismo tiempo, se superen las banalidades y se hable con una «profundidad accesible», volviéndose realidades que podemos experimentar: «Ella es bonita, pero ¿cuál es el sentido de su vida? ¿Por qué la belleza de su cuerpo habla misteriosamente a mi alma?».
En resumen: no banalizar, pero tampoco transformar el discurso en algo complicado, distante, abstracto, inalcanzable. Hablar de Dios es «hablar de aquel que habla», es «hablar de la Palabra»: es hablar de Alguien que se comunica. Por tanto, es hablar de una «comunicación interior» que nos llega al corazón y nos invita a «conversar» con una realidad superior, más profunda, más llena de sentido, transcendente y que… no conseguimos explicar con palabras, pero que «entendemos» porque es una experiencia que todos podemos tener.
Hablar de Dios «también significa amar, inseparablemente, a ese con el que hablamos sobre Él, porque significa reverberar sobre él la Palabra que le da la existencia y, por tanto, desea infinitamente que él exista».
El autor pone el ejemplo del misionero ante una persona hostil. «Si yo anuncio la Palabra de Dios, y Dios es Providencia, entonces es Dios mismo quien coloca esta persona en mi camino. Yo tengo que honrar a esta persona, aunque ella se porte de forma bastante desagradable. (…) Tengo que admirar la poesía de su rostro y el enigma de su existencia».
Desde esta perspectiva, «todo fanfarrón acaba revelándose “Palabra de Dios” por causa de su propia presencia. Es la Palabra de Dios quien le da el ser. Es el amor de Dios el que crea a esta persona de la nada y la vivifica». La propia existencia de esa persona evoca el misterio inexplicable del ser. Y ese misterio hace pensar en el sentido, en el origen y en la finalidad del ser.
Dios, por tanto, está presente hasta en el más anticristiano de los hombres. «Tal vez no con la presencia de la gracia, pero, por lo menos, con la presencia de la creación, con la presencia de la inmensidad. Cuando yo hablo de Dios con mi “enemigo”, debo ser consciente de que Dios está plenamente empeñado en crear a ese “enemigo” con amor».
Esta es una constatación decididamente «desestabilizadora», observa Hadjadj: «Yo tengo que hablar sobre Dios con esa persona, dejándome antes interpelar por ella, acoger su presencia, responder a su enemistad atestando su bondad original. Y es justamente el espanto ante su bondad original, más allá de la antipatía inicial, lo que nos puede ayudar a llegar al corazón del “enemigo”».
Es esencial que «el mensajero de Dios no tenga miedo de dar testimonio ante aquél que parece tan distante de la fe», a ejemplo del apóstol san Pablo.
El evangelizador, hoy, corre el peligro de parecer un «payaso» por causa de la desproporción entre Aquél de quien habla y aquello que él mismo es: su boca es demasiado pequeña para el Infinito, su corazón es demasiado estrecho para el Amor sin medida.
El cristiano, observa Hadjadj, «no pretende ser divertido, pero es ridículo a su propia costa. El Espíritu es bromista. Piensa en el misterio de la Trinidad: un solo Dios, esto aún se entiende, pero … ¡en tres Personas…! Piensa en el misterio de la Encarnación: el hombre que come pescado con nosotros es la Palabra eterna».
¿Como, entonces, hablar de Dios sin parecer un payaso? Puede ser mediante el testimonio de la misericordia. Por ejemplo, «cuando paso al lado de un sin techo cuyo olor me da náuseas»: ¿sé demostrar que Dios está presente en todos, incluso en aquellos que nadie ve?
Hablar de Dios significa promover con quien está con nosotros una «conversación del corazón y de la mirada. Dios nos quiere enseñar la humildad».
Por eso, predícale con el ejemplo. Sé humilde. Da señales discretas. Haz el bien sin pregonarlo a los cuatro vientos. Vive con una generosidad que, en sí misma, hable de trascendencia.
Publicado en Aleteia.