Evangelizar no es sólo compartir ideas y convicciones. La Buena Nueva es la relación con la persona de Jesús, una amistad con el Resucitado. Los romanos decían nemo dat quod non habet: nadie da lo que no tiene.
Por eso los nuevos evangelizadores han de ser personas de oración: la lectura de la Escritura, la Liturgia de las Horas, la Eucaristía diaria, la Adoración al Santísimo, el Rosario, la Lectio Divina y la contemplación han de ser algo habitual en sus vidas, porque es así como se cultiva una relación personal con el Señor.
El nuevo evangelizador debe ser una persona de pasión y entusiasmo. En Haití, en 1983, san Juan Pablo II dijo que la evangelización debía ser «nueva en su ardor». Yo creo que San Juan Pablo II dio cuenta de que en los años siguientes al Concilio, la Iglesia había perdido una buena parte de su fuego. Atrapados en interminables debates sobre sus propias dinámicas internas (relativas principalmente el sexo y la autoridad), muchos católicos habían olvidado que su tarea fundamental era anunciar a Cristo al mundo con valentía y confianza.
En su Retórica, Aristóteles sostenía que la gente sólo escucha «a una persona de habla emocionada». Evangelizadores católicos que no están seguros de la verdad de la religión católica, que vacilan al hablar, o que carecen de ardor, simplemente dejan de persuadir a nadie.
La Buena noticia, el evangelion, es que la gran aventura de Israel ha llegado a su clímax, que todas las promesas que Dios había hecho a su pueblo elegido había encontrado su Sí en Jesucristo.
Un Cristo divorciado de Israel, se presenta hoy muchas veces como un maestro espiritual genérico, y es muy poco convincente. Necesitamos evangelizadores que sepan que la Iglesia es el nuevo Israel, y que Jesús es la «gloria de su pueblo Israel».
Karl Barth, el mayor teólogo protestante del siglo pasado, decía que el predicador debe preparar sus sermones «con la Biblia en una mano y el periódico en la otra». Los nuevos evangelizadores, por tanto, deben ver el laicismo como una oportunidad, porque ha producido un ejército de gente sedienta por el Evangelio.
La secularización es una visión del mundo que implica cerrarse a la dimensión trascendente; lo que esto ha producido es una sociedad de personas profundamente frustradas, porque todos estamos por naturaleza orientados a Dios.
Nada en este mundo nos puede satisfacer, porque hemos sido creados para una infinita verdad, bondad y belleza. Esta cultura aburrida, apática, a la deriva y solitaria está, de hecho, clamando por la energía y el valor del Evangelio.
Sólo el 25 por ciento de los católicos asisten a misa de forma regular. Los ex-católicos son tan numerosos que, si se contaran como una denominación separada, serían la segunda religión más grande del mundo. Todo esto debería rompernos el corazón a los fieles católicos.
Quien aspira a evangelizar debe tener hambre de almas, de rescatar a las personas del triste destino de estar separados de Dios. No se trata sólo de mantener las estructuras e instituciones de nuestras parroquias, sino de tener una pasión para salir a los caminos del mundo secular y encontrar a la oveja perdida.
Un nuevo evangelizador es alguien que conoce y ama la gran Tradición de la Iglesia. Los católicos sostenemos que a Cristo se le conoce mejor gracias a los escritos de Orígenes, Crisóstomo, Jerónimo, Agustín, Anselmo, Aquino, Bernardo, Juan de la Cruz, John Henry Newman, Joseph Ratzinger… Los nuevos evangelizadores deben ser mistagogos, los que guían a los demás en el misterio de Dios. Deben, por lo tanto, conocer a los grandes artistas, poetas y maestros espirituales que han caminado antes que ellos.
Los nuevos evangelizadores deben ser expertos en el uso de los nuevos medios. Juan Pablo II dijo también que la Nueva Evangelización debía ser nueva, no sólo en su ardor, sino también en sus métodos. Sin lugar a dudas, tenía en mente el poder extraordinario que las nuevas tecnologías ofrecen a la proclamador del evangelio de hoy. Twitter, Facebook, YouTube, podcasting, Internet…: con estos métodos podemos llegar a millones de personas que de ninguna otra manera tendrían contacto con la Iglesia.
(Publicado en español en Alfa y Omega)