Josep María Amorós hace dos años, dejó su puesto como consultor en Coca-Cola y compró Drynuts, una empresa de venta nacional e internacional de frutos secos, para hacer de ella una empresa «coherente con mis convicciones. Me sentía llamado a no quedarme con el conformismo de un buen trabajo», señala.

El empresario, que participó el fin de semana pasado, en Madrid en la X Escuela de Economía de comunión (www.economiadecomunion.org), tenía 14 años cuando Chiara Lubich, la fundadora del Movimiento de los Focolares, puso en marcha la Economía de Comunión (EdC). 

Josep María reconoce que ya, desde entonces, se sintió «tocado por aquel proyecto. Así que estudié Económicas, y nada más terminar, trabajé en una empresa de EdC». Pero no dejó de aprovechar la oportunidad de trabajar en empresas internacionales como consultor.

Aunque el deseo de aportar algo más que un trabajo «para otros a cambio de un sueldo» le llevó, hace dos años, a comprar esta pequeña empresa y adherirla a la EdC. «A corto plazo he tenido que renunciar a muchas cosas, aunque eso no significa que ahora esté haciendo una obra de caridad. Somos una empresa que sale ganando también. Al igual que los empleados: a todos los miembros se les retribuye en favor de su aportación, es un tema de justicia», afirma.

Pero hay muchas diferencias entre las 840 empresas de EdC en el mundo y el resto de empresas convencionales.

Una de ellas es que el objetivo final no es generar beneficio para bien propio, sino «destinarlo a tres fines: reinvertir en el negocio, formar a las personas y favorecer a quienes viven en una situación de pobreza», explica el dueño de Drynuts.

La otra diferencia fundamental es «construir relaciones basadas en el don y la reciprocidad», añade.

Ésta, para él, es una de las claves para ser empresario y, a la vez, regir el negocio con la mirada puesta en la doctrina social de la Iglesia.

Otro pilar fundamental es «fiarte de la Providencia. Dios actúa a través de un cliente, con un pedido, o en una situación imprevista que no sabes abordar. Esta vivencia de la fe forma parte del día a día».

También influye el modo de gestión de la empresa. «Cada uno de los trabajadores tiene su rol, pero hay que dejar espacio para la aportación personal», señala.

Esta «lógica del don», como la define Josep María, supone un enriquecimiento para el negocio. Otra clave es «no pensar constantemente qué puedo sacar del otro. Esto hace que se creen relaciones verdaderas con clientes, proveedores, empleados... y, al final, rompe la relación meramente comercial».