En aquel agosto de 2005, José Antonio Revuelta tenía 46 años y cuatro hijos, el mayor de 10 años y el pequeño de tan sólo 3 meses. Era ingeniero aeronáutico y trabajaba como consultor y socio en una importante multinacional. Su esposa se dirigía con los niños a ver a sus padres en vacaciones cuando el coche se salió de la carretera y cayó por un terraplén. Falleció en el acto, pero milagrosamente ninguno de sus hijos sufrió heridas irreparables.
En la soledad del vehículo, desgarrado por dentro, la fe firme de José Antonio (lejos quedaban los tiempos de su alejamiento de Dios) se puso a prueba. "Intenté comenzar a orar", explica: "La primera oración balbuciente era de incomprensión. ¿Por qué Dios permitía esto, en ese momento, en la plenitud de nuestro matrimonio y con un bebé de tres meses recién nacido? Después surgió el rayo de esperanza de que se realizara un milagro. Luego, la certeza de nuevo de que Dios lo quería así: Él se llevaba a María del Mar con Él, y yo me quedaba solo aquí".
Pero no tan solo como pensaba. "Fue entonces, cuando ya no tienes nada en que apoyarte y estás al borde del abismo, cuando sentí su presencia, la presencia del Sagrado Corazón de Jesús: dentro de mí, junto a mí".
No fue casualidad que José Antonio experimentase la cercanía de Dios bajo esa particular devoción, pues era el fundamento de su matrimonio con María del Mar. Por esa devoción tan vivida intervendrá este sábado 15 de febrero en una mesa redonda de la jornada de formación El Corazón de Cristo en el año diocesano de la esperanza, convocada por la diócesis de Getafe.
Cuando conoció a la que luego sería su mujer, José Antonio vivía alejado de Dios y de la Iglesia, y fue ella la que le hizo cambiar. "Al principio, sólo empecé a ir a misa los domingos y poco más, hasta que hice unos ejercicios espirituales con el padre Rodrigo Molina, fundador de Lumen Dei", nos cuenta. Esto fue en 1994, tres años después de su boda, y su vida espiritual empezó a ser más intensa y profunda.
En 1999, durante una estancia laboral de cuatro años en México, María del Mar, quien fue siempre una cristiana ferviente, supo de los fenómenos de Medjugorje y viajó hasta allá. "Volvió transformada", recuerda José Antonio: "Al año siguiente fuimos toda la familia y fue como una segunda conversión, con una intensa devoción a la Virgen María".
En 2003 se unieron a los Grupos de Oración del Corazón de Jesús -que hoy él mismo preside-, una asociación fundada en 1978 por el sacerdote jesuita Ángel María Rojas, cuyo carisma propio es "amar y hacer amar al Corazón de Jesús desde el Corazón de María".
Pero todo eso, evoca ahora, era "un convencimiento intelectual" que, de repente, se enfrentaba al mazazo que le aguardaba en su destino mientras conducía. Entonces surgió la tercera gran transformación espiritual de su vida: "Durante el viaje Él estuvo conmigo dialogando, un diálogo donde yo no entendía el porqué de las cosas, pero sí que Él me amaba con un amor íntimo, personal, inconmensurable. Y finalmente entendí que por donde yo estaba pasando, Él ya había pasado y por eso me entendía totalmente. Ese día, en el día mas amargo de mi existencia, conocí verdaderamente la intimidad de su corazón y la alegría profundísima de sentirme realmente amado por Él".
No se trató de algo místico o extraordinario, aclara, pero sí "una sensación de estar envuelto en la presencia de Dios como no la he vuelto a experimentar nunca". Jesús le estaba preparando para lo que se le venía encima: la soledad.
Por que María del Mar, además de su esposa, era su "alma gemela espiritual": "Tenía con ella una intimidad espiritual como no tenía con nadie, ni con mi director espiritual. Con ella compartía todos los avances espirituales, los hallazgos, los detalles de Dios actuando en nuestras vidas". Una orfandad que se añadía ahora a la propia de cualquier padre en sus circunstancias: afrontar toda una infancia, una adolescencia y una juventud de cuatro pequeños tomando todas las decisiones solo.
No tan solo como pensaba, de nuevo... "El Sagrado Corazón de Jesús se hizo cada vez más presente a través de la Adoración Eucarística. Comencé a dedicar más tiempo a la Adoración y empecé a recibir luz para decidir en la educación de mis hijos, a experimentar una alegría profunda que me llenaba de fuerza. Y lo que más me impresionó es que un día desapareció la sensación de soledad. Me encontré que vivía en un dialogo interior con su Corazón casi continuo, que sentía su presencia permanente, que podía compartir todo lo mío con Él, y Él, todo lo suyo conmigo".
José Antonio es muy expresivo cuando enfatiza: "Durante mucho tiempo pensé que podría sobrevivir a lo que me había pasado, pero que jamás podría ser feliz. Hoy, sin embargo, soy igual o más feliz que en aquel momento cumbre de mi matrimonio en el que llegó el accidente".
¿Cómo es eso posible? "Porque la devoción al Corazón de Jesús transforma todo lo que tienes a tu alrededor". Y lo primero de todo, la familia, la cual consagró a esa particular devoción. Él mismo preparó la fórmula, y un sacerdote entronizó en el hogar un cuadro del Sagrado Corazón.
Fue la luz en medio de unas tinieblas que -confiesa- aún duraron unos años, durante los cuales fue palpando en su vida la estrecha relación entre el Corazón de Jesús y la Adoración Eucarística:: "La Adoración Eucarística te cura heridas, te llena de alegría, te da seguridad y certeza y te ayuda a discernir. En los momentos más difíciles, entraba a adorar con un completo caos mental y salía con las ideas muy claras".
José Antonio ha educado a sus hijos en frecuentar esa compañía, y -con los altibajos propios de las distintas edades- lo ha conseguido: "El pequeño, que tiene ahora ocho años, hace una hora entera de adoración sin problema".
A quien quiera iniciarse en esta devoción, José Antonio Revuelta aconseja en primer lugar asistir a la jornada de este sábado para formarse en ella. Y a quien no pueda ir... la consagración al Inmaculado Corazón de María en el espíritu de San Luis María Griñón de Montfort. Porque el corazón de la Madre y el Hijo están unidos, y consagrarse al de la Virgen ("así lo pide en Fátima", recuerda) es "un camino que te permite crecer, un camino seguro y fácil".
Fácil... hacia Dios, pero eso no implica una vida sin sacrificios. María del Mar y él se consagraron en 2001, sin saber para qué iba a consistir para ellos -para él, sobre todo- el sacrificio al que se brindaban: "Porque, cuando te consagras, te estás ofreciendo. Y llega un día en el que Jesús y María te dicen «Por aquí te quiero llevar»".
Para José Antonio fue un día fatal de agosto de 2005. Pero hoy ya no está solo. Está con Él (donde está también María del Mar, aunque no la vea) y Le encuentra en el Santísimo Sacramento, ante el cual aumenta cada vez el tiempo de adoración: "Y voy viendo los frutos".