¿Cómo es posible que cristianos de buena fe, comprometidos con la Iglesia, incluso con responsabilidad dentro de algún movimiento o parroquia, sientan que su vida se derrumba de pronto como un castillo de arena? Eso fue lo que le pasó a Peter Scazzero.
Dirigía una congregación en Queens, Nueva York; estaba felizmente casado con Gery y tenían cuatro preciosas hijas. Todo parecía ir sobre ruedas. “Sin embargo, bajo la apariencia de “ser un buen cristiano”, yacían enterradas numerosas capas de mi vida emocional que no habían sido tocadas por el poder transformador de Dios”, explica Scazzero en su libro “Emotionally healthy spirituality” (“Espiritualidad emocionalmente sana”, editorial Thomas Nelson).
“Llevaba tantos años dedicado en cuerpo y alma a construir el Reino de Dios que no había dedicado tiempo a escarbar en mi subconsciente”, añade. De pronto, su matrimonio pareció que se iba al traste; una de sus hijas estuvo a punto de morir ahogada, y él mismo sintió que el trabajo en su iglesia, a la que había empeñado tanto tiempo y esfuerzo, se convertía en una carga inaguantable.
“Muy, muy poca gente sale de su familia de origen emocionalmente de una pieza o madura”, argumenta. En el caso del propio Scazzero, sus padres fueron hijos de la inmigración italiana. Su madre convivió siempre con una profunda depresión, y no encontró en su marido, un hombre emocionalmente ausente, el sustento que necesitaba. “Su matrimonio, al igual que su infancia, estuvo marcada por la tristeza y la soledad”, señala. Esto, claro, no era lo que se apreciaba desde afuera: “Parecíamos una familia normal”, añade.
El joven Peter, tras abandonar la fe con 13 años, la reencontró en la universidad, y decidió consagrar su vida a Dios como pastor evangélico. “Durante los siguientes 17 años fui un devoto seguidor de Cristo, pero el terreno emocional y muchas áreas de mi humanidad seguían sin tocarse”, agrega. No es de extrañar: “Es un tema del que no se suele hablar en la Iglesia”, observa.
Y llegó el momento en el que todo esto se vino abajo. “Hubo tres cosas que me arrastraron, a base de patadas y gritos, para que me diera cuenta de que yo era emocionalmente inmaduro. Primero, que no estaba experimentando la alegría que Cristo promete a los que llevan su yugo. En segundo lugar, me sentía enfadado, agrio y deprimido. Y por último, mi esposa Geri se sentía sola, cansada de funcionar como una madre soltera con cuatro hijas”, reconoce Scazzero. Fue el punto de inflexión que, a base de un camino doloroso de penurias, le hizo ver al pastor que “es imposible ser espiritualmente maduro mientras se es emocionalmente inmaduro”.
¿Cómo se puede saber si uno está pasando por esta fase de inmadurez espiritual? Para Scazzero, estos son los diez síntomas que revelan una espiritualidad emocionalmente insana:
1. Usar a Dios para huir de Dios
2. Ignorar los sentimientos que uno siente de enfado, tristeza o miedo, por considerarlos “poco cristianos”.
3. Abstenerse de las cosas de las que no hay que abstenerse.
4. Negar el impacto que los hechos que nos ocurrieron en el pasado tienen en nuestra vida presente.
5. Dividir nuestras vidas en “mi vida normal” y “mi vida con Dios”.
6. Hacer cosas por Dios, en vez de estar con Dios.
7. Cultivar una espiritualidad que huye de todo conflicto.
8. Mostrarnos siempre como cristianos de una pieza, sin una sola duda, sin una sola grieta.
9. Creyendo que cuidarse a uno mismo “es pecado”, sin preocuparnos lo más mínimo por nosotros.
10. Juzgando y comparando el itinerario espiritual de las otras personas.
Desde el momento de su crisis personal, Peter Scazzero se dedicó en cuerpo y alma a ayudar a otras personas “espirituales, pero emocionalmente inmaduras”, logrando excelentes resultados.
Tiene una página web donde recoge parte de su trabajo, www.emotionallyhealthy.org
En un artículo que se publicará mañana domingo, explicaremos los diez síntomas y la forma de lograr una espiritualidad emocionalmente sana”.