En los últimos meses, las iniciativas de nueva evangelización han empezado a extenderse por toda España, y a llegar a diócesis y parroquias.
Detrás de ellas, late el entusiasmo de quien ha visto cómo otros anuncian a Cristo, y ha pensado: ¿Y por qué no hago yo lo mismo?
Así, no sólo aprenden a evangelizar ellos, sino que hacen posible que este bien se siga contagiando.
«El bien siempre tiende a comunicarse», afirma el Papa Francisco en la Exhortación Evangelii gaudium.
Cuando alguien encuentra a Cristo, siente la necesidad de compartir esa alegría.
Lo mismo ocurre con las experiencias de evangelización: su belleza es contagiosa.
Cada vez son más las realidades eclesiales que asumen que «todos tienen el derecho de recibir el Evangelio. Los cristianos tienen el deber de anunciarlo sin excluir a nadie, no como quien impone una nueva obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable. La Iglesia no crece por proselitismo, sino por atracción».
Estas comunidades se ponen en marcha, y su misma experiencia atrae y moviliza a otros.
Si, hace unos años, sólo algunos movimientos o iniciativas concretas se dedicaban a la nueva evangelización, el impulso está llegando también a las diócesis y a las parroquias.
Así ha ido ocurriendo en varios lugares de España durante los últimos meses, a raíz del Año de la fe, del Sínodo de los Obispos sobre la nueva evangelización y del Congreso Nacional de Pastoral Juvenil de Valencia.
Para empezar, suelen inspirarse en experiencias que ya han dado fruto y, así, no sólo aprenden ellas, sino que hacen posible que este bien siga extendiéndose e iluminando a otros. «Comunicándolo -dice Evangelii gaudium-, el bien se arraiga y se desarrolla».
Un ejemplo de ello son las diócesis de Astorga y Valladolid, que este mes de diciembre lanzarán Una luz en la noche, el método de evangelización en la calle que los Centinelas de la mañana comenzaron en Verona (Italia), y que ya funciona en Barcelona, Cartagena y Madrid.
En febrero pasado, 500 personas participaron en la Jornada Diocesana de Nueva Evangelización de Astorga, algo «bastante significativo para una diócesis humilde», explica Enrique Martínez, su Delegado de Juventud.
Allí, conocieron a los Centinelas de la mañana de Barcelona, y también los Cursos Alpha.
«En algunos de los asistentes prendió el deseo de abrir esos caminos en la diócesis», y se pusieron en marcha para implantar Centinelas entre los jóvenes, y el Curso Alpha para adultos.
En verano, para prepararse, un grupo de jóvenes participó en el evento estival de los Centinelas en Térmoli, Italia. «Allí, vimos mejor el cambio de mentalidad que hay detrás de los Centinelas: que cada bautizado es un evangelizador».
Lo explica David del Valle, que hoy es responsable del equipo Antorcha, que coordina este proyecto en la diócesis.
En octubre, el padre Andrea Brugnoli, iniciador de los Centinelas, impartió su Curso Base, de forma conjunta, a los jóvenes de Astorga y de Valladolid, diócesis que también estaba interesada en poner en marcha Una luz en la noche.
«Compartir este curso creó lazos entre los chicos de ambas diócesis, y nos pareció bonito salir juntos a la calle la primera vez» -explica el padre Enrique-.
El sábado 14 de diciembre, Una luz en la noche se celebrará en Valladolid; dos semanas después, en Ponferrada (diócesis de Astorga).
Y la llama sigue extendiéndose: a esta evangelización acudirá un grupo de jóvenes de Santiago de Compostela, que también están organizando Centinelas en su diócesis.
«Estamos muy ilusionados -comparte David-, con muchas ganas. Aunque ya sabemos cómo es, te motiva ver cómo este proyecto llega a tu ciudad y se expande». Y añade que, sólo con trabajar para ponerla en marcha, esta experiencia ya le ha cambiado: «Intento hablar más con la gente de mi fe. Antes, no tenía muy claro cómo hacerlo; ahora, es mucho más fácil».
En la diócesis de Cádiz y Ceuta, el impulso misionero se ha concretado en un plan para los próximos tres años.
Ya el año pasado, con motivo del Año de la fe, se impulsó la creación de cenáculos, grupos de encuentro y renovación de la fe. Son células pequeñas, que se reúnen en las casas para reflexionar, formarse, rezar y compartir.
Hay unos 150 y, aunque la mayoría son grupos que ya existían antes y asumieron este formato, empiezan a surgir otros a los que se han incorporado personas alejadas, y en los que se trabaja con un material específico. En la diócesis, esperan que estos cenáculos sirvan para acoger a las personas que, gracias a las iniciativas misioneras, se acerquen a la Iglesia.
Otro objetivo de la diócesis es poner en marcha una versión renovada de las misiones populares.
La primera tuvo lugar, el verano pasado, en Tarifa, aprovechando la coronación de Nuestra Señora de la Luz.
«No tuvo muchos frutos -admite don Fernando Campos, Vicario General de Pastoral-, pero lo importante es que demostró que tenemos gente preparada para hacer estas misiones».
Sin embargo, quieren que haya más misioneros, pues son varias las parroquias que han pedido una misión popular. Para lograrlo, en octubre comenzó una Escuela de Evangelizadores que, en cinco sesiones de un día entero, pretende presentar distintas experiencias y métodos de evangelización, con la idea de que surjan grupos de trabajo que los pongan en marcha. Esta Escuela ha suscitado bastante interés, y el sábado pasado, en su segunda sesión, reunió a 250 personas.
Si la llama de la nueva evangelización llegó a Astorga a través de Barcelona, a Cádiz lo hizo desde Alcalá de Henares. El curso pasado, la diócesis complutense organizó su propia Escuela. Su primer fruto fueron, durante la Cuaresma, las Semanas de Evangelización en doce parroquias. La experiencia fue buena, y este curso se repite la Escuela, con un itinerario de iniciación y otro de profundización. Desde Cádiz, don Fernando subraya que «se está creando una comunión de iniciativas compartidas, y eso es muy enriquecedor».
Pero estas iniciativas no deben hacer pensar -lo subrayaba el Papa en Evangelii gaudium- que la parroquia es una estructura caduca: «Precisamente porque tiene una gran plasticidad, puede tomar formas muy diversas que requieren la docilidad y la creatividad misionera del pastor y de la comunidad. (...) Si es capaz de reformarse y adaptarse continuamente, seguirá siendo la misma Iglesia que vive entre las casas de sus hijos y de sus hijas».
Uno de los lugares donde se ha empezado a caminar en esta dirección es en la madrileña parroquia de San Alfonso María de Ligorio. Su párroco, don José Cobo, compartió esta experiencia durante el cursillo de evangelizadores que la archidiócesis organizó, el pasado octubre, dentro del proyecto Misión Madrid.
El espíritu misionero de esta parroquia brotó del trabajo de profundización de la fe dentro de la propia parroquia, «mediante la lectio divina y el conocimiento de la doctrina social de la Iglesia».
A partir de ahí, los mismos fieles descubrieron «que la evangelización es clave en la vida de una parroquia», y «comenzaron a generar iniciativas» que cuajaron en una única experiencia misionera.
Su objetivo era el mismo que apuntaba el Papa: hacerse presente en la vida del barrio. En primer lugar, reforzaron su acción social, yendo más allá de la simple ayuda material. Además de un comedor, han creado centros de escucha, de atención a mayores, a adolescentes...
Por otro lado, «la gente se fue dando cuenta de que un elemento fundamental de presencia eran los bloques de viviendas, y hemos creado una red de enlaces en ellos».
Dentro de esta red estaban Marcela, su marido y sus cuatro hijos -de entre 10 y 22 años-. A pesar de varios años de experiencia como misioneros ad gentes, «teníamos un poco de miedo, porque esto era nuevo».
Al principio, los enlaces sólo dejaban en el bloque material sobre la parroquia. Pero el año pasado, cuando la red estaba ya consolidada, se organizó una misión popular con las otras dos parroquias de la zona.
Entonces, adquirieron más protagonismo: «Mi esposo y yo visitamos a los 36 vecinos de nuestro bloque, para anunciarles la misión e invitarles a reuniones en las casas».
Además, a quienes se incorporaban a ellas, «los invitábamos a las celebraciones comunitarias».
Ha sido una experiencia -concluye- enriquecedora: «Fue muy importante que los cristianos del barrio diéramos la cara», presentándose como tales ante gente conocida.
«Especialmente, la gente mayor nos dio un testimonio impresionante de valentía. La mayoría de vecinos nos recibió con muchísimo cariño, y compartimos vivencias muy profundas», para las que, en el día a día, no hay tiempo. «Nos hemos hecho más amigos». Por otro lado, «los vecinos nos pusieron cara a los cristianos. Algunos de los que estaban más fríos o alejados se van acercando a la parroquia», o se han incorporado a alguna actividad parroquial.
De hecho, gracias a la misión, en la parroquia se han creado 12 grupos nuevos, tantos como los que ya funcionaban.
Con todo, don José reconoce que la misión ha sido dura. Al principio, «la misma gente de la parroquia se negaba» a participar, o se iban a otras iglesias cuando había actos de la misión.
Otras veces, «tampoco nosotros acertamos al llevar» el Evangelio, y luego «culpamos a los destinatarios. Hemos trabajado a base de prueba y error. Estos años han sido un momento de crisis, pero nos lanzamos, y la gente se fue ilusionando poco a poco. Hemos visto que hay luces, y que se puede dar esperanza».