No se trata sólo de confesión y de dirección espiritual, aunque por supuesto las incluye. El acompañamiento como sostén al convertido, o a quien se siente en un momento complicado y dubitativo en su vida (en particular personas de mediana edad que por unas razones o por otras ven en crisis sus convicciones), es una nueva forma de evangelización que están poniendo en práctica numerosas diócesis, destinando a ese efecto a sacerdotes y laicos a quienes se prepara para ello.
La diócesis francesa de Saint-Etienne acaba de lanzar este servicio, dirigido por el sacerdote Guy Daurat, y con esa ocasión Benevent Tosseri recoge en el diario La Croix testimonios de personas que en otros lugares se han beneficiado de él.
Como Serge Granottier, operador de telefonía, cuya fe "cultural e infantil" se vio sacudida a los 52 años: "Estaba casado, tenía una hija, un trabajo que me gustaba... No me planteaba más cosas, me había dormido un poco en la vida", confiesa. Hasta que el divorcio vino a sacudirla: "El equilibrio se rompió y dejó a la luz mis carencias".
Un amigo creyente le animó a "una búsqueda espiritual activa" y acudió a una reunión para personas separadas, donde un jesuita le recomendó el acompañamiento: "Su propuesta respondía a una necesidad latente en mí. Yo no tenía dificultades ´intelectuales´, pero sí sentía una cierta fragilidad en mi fe, una sed de reforzar mi relación con Dios".
Estuvo así dos años, hasta que lo dejó, pero acaba de volver a él para "unificar los distintos trozos" de su vida "anclándose en la Iglesia".
Y es de los primeros diez o doce que ya han tocado a la puerta del padre Daurat, quien explica que, si bien el acompañamiento espiritual se arraiga en una larga tradición de la Iglesia, "responde a una necesidad muy moderna": "Profesionales o deportistas han tomado conciencia de que sus necesidades tienen también una dimensión espiritual, y se plantean preguntas cuya falta de respuesta les descorazona".
Don Guy ha puesto en marcha a los 117 laicos en misión de la diócesis, provenientes de todo tipo de movimientos: Renovación Carismática, caminos ignacianos, Acción Católica...
También Geneviève Courtalhac necesitaba que la cogieran "de la mano". Quincuagenaria, trabajadora social, abandonó la Iglesia a los 18 años, pero tras su divorcio y una grave enfermedad empezó a replantear su vida. Cayó en la astrología y el magnetismo, hasta que se encontró en el buzón la convocatoria de un curso Alpha en su parroquia.
"Fui por curiosidad, preguntándome qué hacía allí, en medio de una panda de iluminados a quienes juzgaba cómicos", recuerda. Pero sus prejuicios y reservas fueron cayendo poco a poco: "Descubrí la fe, estaba llena de preguntas a las que nadie me había respondido en mi adolescencia". Pidió acompañamiento espiritual en un grupo de oración, porque "recomenzar en la fe es un momento muy pasional y desequilibrante". Hoy mantiene ese acompañamiento y sigue "creciendo", poniendo su vida "en armonía con el Evangelio".
Pierre Sadoulet, de 66 años, ex concejal comunista en Cosne-Cours-sur-Loire, utiliza la misma expresión que Geneviève: "Recomenzar en la fe es un momento muy pasional y desequilibrante". Él llevaba cuarenta años alejado de la Iglesia... hasta que un amigo suyo, sacerdote, le pidió que, como experto en lingüística y semiótica, animase un grupo parroquial sobre la Biblia.
Y de pronto, el antiguo ateo descubrió que no lo era tanto: "Me encontré extrañamente fiel". Decidió seguir ese camino: "Un camino difícil, en el que una voz ajena a nosotros mismos puede ayudarnos a evitar las trampas". Como el perfeccionismo que, por su fervor de neófito, le tienta a pretender que todo en su parroquia sea perfecto, causando algunos problemas: "Sin duda había por mi parte una voluntad de manipulación, con exigencias sin visión pastoral". Algo que el acompañamiento le ayudó a superar, como su imprudente "obsesión por la oración", que ahora ve, con mayor realismo, ve como "una pausa donde, en presencia del Señor, planteo mi vida y mis preguntas".
Algo parecido le pasó a Christine Egaude, cuya tentación mística se traducía en una tendencia "a evadirse en las nubes y desencarnar la fe". Recién cumplidos los cincuenta años, médico de profesión, entiende mejor ahora que "uno es la suma de sus heridas y de sus emociones, y se corre el riesgo de no saber distinguir la acción del Espíritu Santo". Es lo que ha ganado con el acompañamiento, dice, tras veinte años a oscuras: "Nadie puede creer en mi lugar, eso no es negociable, pero ahora me siento más asentada en mi fe, capaz de escuchar sin caer en una obediencia infantil".
Como Régine Loubier, gerente de hotel, que cada mes, aunque sea por Skype, se reúne con un matrimonio de la comunidad Chemin-Neuf [Camino Nuevo] que vive en otra ciudad, y que son sus acompañantes: "Es una pausa durante la cual pongo en presencia del Señor mi vida y mis preguntas espirituales o domésticas".
Y en un futuro, como sucede a menudo en este ministerio, a muchos acompañados, tal vez acabe acompañando a otros.