Casi cualquier católico medianamente informado ya tenía noticia del renacer vocacional que empezó hace unos años en el convento de las clarisas de Lerma (Burgos). Pero parece que el Espíritu no quiere que sea el único.
En septiembre de 1999, la madre Prado cerraba por última vez la puerta de la que había sido su celda durante varios años. “La llamada”, como ella la identifica, había sido insistente desde hacía tiempo. “Era una llamada muy fuerte a una vida más contemplativa”, relata con la sencillez propia de las almas consagradas. Detrás quedaban años dedicados a la enseñanza en el colegio de agustinas de Talavera de la Reina (Toledo). ¿Y delante? ¿Qué quedaba por delante? Tal vez, madre Prado sintió en ese momento la misma mezcla de incertidumbre y confianza que invadió a santa Edith Stein cuando escribió: “¿Adónde nos conduce Dios? No lo sabemos. Sólo sabemos que nos conduce”. Y se dejó conducir.
Madre Prado no se fue sola. Tres agustinas más, que habían escuchado esa misma llamada, la siguieron. Unos meses más tarde, se sumarían otra tres. Las siete llegaron al antiguo convento franciscano de Becerril de Campos, enclavado en medio de la inmensa e inhóspita llanura castellana.
Allí comenzó una vida de intensa oración y discernimiento. Y, al poco tiempo, el milagro comenzó a suceder. Varias jóvenes empezaron a llegar a ese remoto pueblo de Castilla atraídas por el calor que el Espíritu infundía en esa recién nacida comunidad.
Han pasado casi 13 años. Actualmente, las Agustinas de la Conversión son 26 religiosas procedentes de cinco países. Y ocho más pueden entrar el próximo mes de septiembre, tras un período de reflexión.
Las Agustinas cantan, ríen, tocan instrumentos, componen música, trabajan con las decenas de jóvenes que se sienten atraídas por su carisma y, en ocasiones, hasta se las ha visto bailar. Y todo, sin perder de vista su misión y su llamada a la vida contemplativa. Es como un pequeño Lerma enclavado en Palencia. Ellas, sin embargo, rehúyen de las comparaciones: “El Espíritu abre distintos caminos”, afirma con modestia una de las religiosas.
Uno de sus apostolados es la acogida de peregrinos en el albergue parroquial de Carrión de los Condes (Palencia). Pero lo hacen de un modo distinto y novedoso. “Llevo seis días de Camino. En todos los albergues llegas, pagas, te dan alojamiento y al día siguiente te vas. Parece que sólo es un negocio. Aquí… es distinto”, afirma gratamente sorprendida Emma, una peregrina irlandesa. Con su piercing en la nariz y su pelo suelto, Emma comenzó el Camino en Logroño.
“Necesitaba pensar; estar conmigo misma”, explica. Así que dejó Bruselas, donde trabaja y, en lugar de regresar a su Irlanda natal durante sus vacaciones de verano, se ha venido a hacer el Camino de Santiago. Hoy ha llegado al albergue de Carrión. Allí se ha encontrado con seis o siete monjas jóvenes y sonrientes, que la han acogido con cariño. Tienen, como diría Machado, “esa expresión serena que, a la pena, da una esperanza infinita”. “A las seis y media tendremos un encuentro musical. Luego, a las ocho, la misa en la parroquia, con la bendición del peregrino. Y después, la cena compartida, en la que te invitamos que traigas algo para que lo repartamos entre todos”, le explica una de las agustinas con un inglés un tanto rudimentario pero efectivo.
A las ocho en punto, Emma ocupa su sitio en un banco de la iglesia románica de Santa María. Julio, el joven párroco de Carrión de los Condes, dedica unas palabras en español y en inglés a los más de 50 peregrinos que ese día han ido a la misa del pueblo. Cuando termina la eucaristía, les invita a pasar al frente para recibir la bendición de peregrino. Allí se presentan y dicen de dónde provienen: Alemania, Francia, Austria, Noruega, Corea del Sur, Japón, Estados Unidos, Gran Bretaña, Brasil, Irlanda… A Julio parece no sorprenderle esta profusión de nacionalidades. Es habitual que, cualquier día del año, recaben en Carrión de los Condes decenas de peregrinos de los más recónditos países. Las monjas se sitúan en la escalinata del presbiterio y cantan, con extraordinaria armonía, una de las canciones que han compuesto para los peregrinos: “El Señor te bendiga hermano, el Señor te guarde”, mientras Julio impone sus manos sacerdotales sobre la cabeza de cada uno de los peregrinos. El ambiente es especial e inmensamente tierno. Varios peregrinos rompen a llorar con mansedumbre. Otros se retiran a un banco a orar.
Cuando termina la bendición, son numerosos los que se acercan a las hermanas y al sacerdote para hablar y abrir sus almas. Otros piden confesión. Aún otros abrazan a las hermanas mientras les susurran unas palabras al oído.
Estos encuentros han dado sus frutos. Erika, una joven profesora de español de la Universidad de Budapest, vino como peregrina y hoy viste el hábito de agustina de la Conversión. Lo mismo le pasó a Elizabeth, una alemana que jamás había oído hablar de la congregación ni de Carrión de los Condes hasta que comenzó el Camino de Santiago, y aquí es donde se ha quedado a seguir su vocación.
El futuro, conducido por el Espíritu, es esperanzador. Las agustinas acaban de dejar su convento de Becerril de Campos para trasladarse a una nueva casa que han construido por medio de donativos en Sotillo de la Adrada (Ávila).
Se puede conocer más la vida de las Agustinas de la Conversión en su página web: http://comunidadconversion.blogspot.com.es/