Jennifer Fulwiler era una joven atea norteamericana, bloguera y apasionada de Internet, que decidió dedicar un tiempo a explorar la fe cristiana. Lo que inició todo el proceso fue comprobar que su marido era, sorprendentemente, inteligente y creyente en Dios (aunque bastante anticatólico en esa época). Jennifer abrió un blog en 2005 para debatir temas de fe y también temas ligados al aborto, el derecho a la vida y la familia, que le interpelaban. Al final, en 2007, con 33 años, ambos esposos aceptaron la fe católica. Hoy tienen cinco hijos. Explica su historia de conversión en su web ConversionDiary.
El camino de Jennifer fue, sobre todo, intelectual. Además de Internet,ella misma explica qué libros le ayudaron a aceptar que la fe era razonable y, más aún, que era verdadera.
The case for Christ, del ex-ateo Lee Strobel fue el libro que desde julio de 2005 le hizo centrarse en un tema: Cristo y los cristianos, frente a otras posibilidades religiosas. A continuación leyó "Mero Cristianismo" (cuya influencia en el siglo XX y XXI analizamos aquí). Centrándose en el catolicismo, leyó "By what authority?", del ex-protestante y divulgador Mark Shea. Amplió información en "Catholicism for Dummies" (en el popular formato de "libros explicados para que cualquiera lo entienda"). Después abordó el material oficial: ¡el Catecismo de la Iglesia Católica! Lo combinaba con "Making senses out of Scripture", un libro de Mark Shea sobre cómo entender la Biblia. A continuación: ¡sexo católico! Más en concreto, el libro de Christopher West que explica la teología del cuerpo de Juan Pablo II y sus bases bíblicas y antropológicas de forma amena y apasionada: "The good news about sex and marriage". Y ya creyendo en Dios, "El Hombre Eterno", de G.K. Chesterton le hizo gritar: "sí, exacto".
Que los libros son útiles para encauzar una conversión no es cosa que se dude. La filósofa agnóstica Edith Stein cambió cuando leyó un libro de Santa Teresa de Ávila en casa de unos amigos: llegaría a ser Santa Teresa Benedicta de la Cruz. El mismo San Ignacio convalecía de una herida de guerra cuando leyó, al principio con desgana, la Vida de San Onofre, en unas vidas de santos que le dejaban sus cuidadoras diciéndole que "no hay nada más para leer, no tenemos novelas de caballerías". Así surgirían los jesuitas. Los casos de libros influyentes en la fe son incontables.
Mucha gente escribe a Jennifer preguntando qué libros deberían comprar para regalar a sus seres queridos que no han tenido la experiencia de tratar con Cristo.
Pero Jennifer plantea que deberíamos plantearnos más bien cómo hacer llegar libros a esas personas. Y con realismo señala un primer punto: igual que no aceptas consejos ni libros sobre dietas si antes no te has empezado a cuestionar tu dieta o tu peso, hay que tener una mínima inquietud, una apertura al tema, para recibir información sobre Dios y Cristo...
Por eso, Jennifer da 5 cinco consejos:
A menudo, es más útil para el evangelizador simplemente hacer preguntas y escuchar a la persona, que darle respuestas que aún no puede apreciar. "Si te dicen algo con lo que no estás de acuerdo, en vez de decirle que se equivoca, pregúntales cómo llegaron a esa conclusión. Cuanto mejor entiendas cómo tus seres queridos han llegado a su creencia actual, mejor equipado estás para saber qué libros les serán de ayuda".
Un ateo bohemio y pintor es distinto a un ateo biólogo molecular. El temperamento de las personas es muy distinto y requiere libros distintos, testimonios o argumentos o autores diversos. Lo que mejor es que el libro utilice un lenguaje similar al que la persona suele utilizar.
"Todos tenemos vidas muy ajetreadas y los libros regalados, especialmente cuando quien los da está ansioso por hacértelo leer, nos hacen sentir como si nos hubieran endosado otra tarea más por hacer. Además, una regla de marketing bien conocida es que la gente aprecia más aquello que le ha costado algo. Así que recomiendo animar a tus amigos o parientes a conseguir ellos mismos el libro, comprándolo o pidiéndolo en la librería. Quizá, en el proceso, se anima a adquirir más". Eso no significa que nunca haya que prestar libros, pero no es lo ideal.
No suele ser buena idea, en el calor de un debate, entregar un libro gritando: "mira, lee esto y verás lo equivocado que estás". No hay que entregar libros movidos por la impaciencia, el orgullo del tertuliano u otros motivos inadecuados. La paciencia y la suave sugerencia del Espíritu Santo son guías más adecuadas. ¡Hay que saber esperar!
Al fin y al cabo, la conversión siempre es una obra del Espíritu Santo por caminos que Él conoce. "No importa cómo compartamos nuestra fe -recomendando libros, contando nuestro testimonio o siendo imagen de Cristo en nuestra vida diaria- siempre deberíamos empezar y acabar con una oración".