En 1979, Steve Mosher era, aunque joven, uno de los sociólogos estrella de la Universidad de Stanford, en California: un antropólogo progre en una universidad progre en una época progre. Era, por supuesto, pro-choice [pro-elección], es decir, partidario del aborto.
Y su buen posicionamiento en el establishment académico le convirtió en el primer investigador a quien el gobierno chino autorizaba a viajar al país para estudiar el impacto de las políticas de hijo único que aplicaba el régimen comunista para limitar la natalidad.
Mosher estuvo varios meses en Guangdong y Ghizou, volvió y publicó un artículo. Tras hacerlo, Pekín le prohibió la entrada en el país y consiguió en 1985 que Stanford le expulsase. En aquellos tiempos en que la mayor parte de los claustros de ciertas disciplinas (como la sociología o la antropología) admiraban a Mao Tse Tung o Fidel Castro, casi no hizo falta ni presionar para ello.
Y ¿qué había escrito Mosher? Lo que vio: "El infierno". Acompañó a los representantes del Partido a aplicar en un pueblo la política del hijo único. "Las madres lloraban, suplicaban piedad, pedían por los niños que iban a morir. Una cosa es pensar sobre el aborto en abstracto, pero cuando ves un feto a los siete meses de gestación... es un bebé, realmente uno de nosotros", explica Steve a National Catholic Register al recordar aquellos momentos.
"Es como si las puertas del infierno se hubiesen abierto ante mí. Todas mis especulaciones fueron barridas del mapa por la brutalidad de los hechos: la humanidad de todos esos niños y su asesinato. Inmediatamente comprendí que abortar es quitar una vida humana, y me convertí en provida", afirma: "En una escala del mal de 1 a 10, aquello era el 10. Así que si existía el mal absoluto, deduje que tenía que existir el bien absoluto... o este mundo estaba completamente loco".
Mosher regresó a Estados Unidos con esa idea en la cabeza, y fue así como, primero, descubrió a Dios: "Si buscas el bien, encontrarás a Dios, porque es la fuente de todo el bien del Universo".
En esa búsqueda, Steve se encontró con la Iglesia católica: "Era la única organización que defendía coherentemente la santidad de la vida humana desde la concepción hasta su muerte natural, y había conservado la verdad en su plenitud. Otros habían abandonado partes de ella, si no toda".
La mujer de Steve, Vera, era católica de nacimiento, y comenzaron a ir juntos a misa. Mosher conoció al benedictino Paul Marx (1920-2010), fundador de Human Life International (HLI), una de las más poderosas organizaciones provida del mundo, y con el tiempo se bautizó y se unió a él en su tarea. Actualmente dirige en el estado de Virginia el Instituto para la Investigación sobre la Población, y mantiene su colaboración con HLI.
"Ver a un feto abortado le afectó en lo más profundo", explica Vera: "Él tuvo un padre menos-que-perfecto, pero cuando conoció al Padre del cielo y el amor y perdón que ofrece, quiso hacerlo él mejor con sus hijos".
El impulso que la causa de la vida ha cobrado en todo el mundo en los últimos años, hasta el punto de invertir por primera vez la tendencia de la opinión pública en Estados Unidos, por ejemplo.
Y se está revelando un factor importante en la nueva evangelización. Muchos antiabortistas descubren que sólo la Iglesia mantiene en todo el mundo y a todos los niveles un mensaje provida claro y valiente, cueste lo que cueste. Y frente al abortismo de la ONU es la gran autoridad mundial de referencia en defensa de la vida, algo que anima a quienes, como Steve Mosher, descubren de golpe lo que hay realmente detrás de cada embarazo suprimido.