En el corazón mismo de Madrid vive una pequeña comunidad religiosa de una realidad eclesial relativamente reciente y en expansión para respuesta a los problemas de hoy desde el arraigo a la tradición. Se trata de las Hermanitas del Cordero, seis monjas de espiritualidad dominica de una congregación nacida en Francia en 1983.
En la capital de España viven dos españolas, tres francesas y una polaca. Tienen un carisma muy especial, pues son contemplativas y misioneras. Evangelizan con su liturgia y vida monástica dentro de una gran urbe y con sus bellas vigilias de Adoración, también con con la acogida de personas pobres y solas, y con su misión por las calles en grupos de dos o tres. Son un nuevo ejemplo de la unión de evangelización y labor social, lo que aúna en torno a ellas a personas de todo tipo: jóvenes, mayores, profesionales de éxito, personas pobres…
La palabra providencia se vive a rajatabla entre las hermanitas del Cordero, pues son totalmente mendicantes. Viven únicamente de los donativos que reciben y de lo que piden casa por casa. Dios siempre está en el centro y tras invocar al Espíritu Santo las religiosas eligen una ruta a seguir por la ciudad para conseguir la ayuda para su subsistencia y para la “mesa abierta” con las personas pobres que acuden a su hogar.
La Comunidad del Cordero tiene rama masculina y femenina. Hay 170 hermanitas y 35 hermanitos y están presentes en Francia, España, Italia, Austria, Polonia, Argentina, Chile y Estados Unidos. Concretamente, en España hay comunidades en las diócesis de Barcelona, Tarrasa, Valencia, Granada y Madrid.
A Madrid llegaron en 2008 a petición del cardenal Rouco Varela y desde 2010 viven en la Capilla del Obispo como un lugar provisional. Sin embargo, necesitan un lugar definitivo y como otras hermanitas del Cordero de distintas partes del mundo la respuesta pasa por los llamados “pequeños monasterios”, un lugar donde insertar la vida monástica y su estructura de paz y encuentro en medio del bullicio de la ciudad. Con su confianza en la Providencia esperan que este proyecto pueda llegar a buen término.
Por ello, solicitan la ayuda de los católicos y personas de buena voluntad que quieran colaborar en un proyecto que según la experiencia de otros lugares transforma no sólo espiritualmente sino también socialmente los barrios en los que se crean estos monasterios.
Las hermanas Marie y Joana han conversado con Religión en Libertad sobre este nuevo carisma y el proyecto de construcción del pequeño monasterio en Madrid. De sus gestos y de sus palabras trasciende esta confianza en la Providencia, ya sea para conseguir el alimento de ese día como para conseguir construir un lugar donde adorar a Dios y servir al prójimo en pleno Madrid.
“Vivimos de la Providencia, no tenemos salario ni ingresos fijos. No compramos alimentos. O los pedimos o la gente que sabe que vivimos así nos los hace llegar. A veces nos llegan cosas sin nosotras pedirlas”, nos cuenta la hermana Marie Aimée.
Pero además, este carisma mendicante –asegura la religiosa- se da “en todos los aspectos de nuestra vida". “Dios es mendigo, porque Él mendiga nuestro amor, está a la puerta y llama. Recibimos este amor del Dios mendicante en el amor. Somos mendicantes en las relaciones fraternas, de vivir de este amor, que se recibe”.
Pero además, la hermana Marie Aimée explica que cuando van de misión por las calles lo hacen de dos en dos (o tres en tres) para ir de puerta en puerta para que las den comida "sabemos que es Dios quien nos da de comer”. Y para ello oran antes, “Dios nos guía y vamos a esta calle o a esta otra a pedir. Él guía nuestros pasos”.
La hermana Joana cuenta además que “un lugar privilegiado para la amistad con los más pobres son los comedores sociales a los que vamos a comer con ellos. Hacemos cola como ellos, nos sentamos con ellos y comemos. A veces no hay palabras, pero luego los vemos en la calle y nos dicen: ‘ey, tú has comido conmigo… y empiezan a venir a la capilla, a la mesa abierta. Primero se hace el camino de amistad, luego el de la familia del Cordero”.
Precisamente, las mesas abiertas son una de las principales obras de este carisma de la Comunidad del Cordero, y este espacio que ahora les falta es uno de los aspectos de por qué necesitan este monasterio.
La mesa abierta tiene forma de U y en ella comen juntos las religiosas, personas de la calle o solitarias, así como familias o jóvenes cercanos a la comunidad. “Gente de toda condición está junta comiendo con una conversación común. La amistad va así creciendo, fregamos juntos, limpiamos juntos. Esto hace crecer la amistad y el don de la vida. Y se da una amistad que sigue después, y ves personas que acaban visitando a los más pobres que vienen a la capilla”.
“No se trata de abrir un comedor sino de abrir la vida monástica con esta forma de U y con una conversación común. Es una manera de relacionarse diferente. Los pobres mismos nunca han tenido esto, incluso los jóvenes, que nos dicen que nunca comen juntos mirándose, hablando… Esto reconstruye vidas”, asegura la hermana Joana.
Se va dando así una acogida que se transforma también en la asistencia a la capilla y a las vigilias de las hermanas. Va todo unido. “Este es un lugar donde se fragua la amistad y la cohesión social. Incluso a la capilla o a la mesa abierta viene gente no cristiana. Nuestro objetivo no es que todos acaben en la vida de la Iglesia, aunque Jesús sea la verdad. Pero Jesús se encarga de atraer”, explican.
En un primer lugar hay gente que llega buscando un lugar de paz y silencio. La hermana Joana relata un ejemplo concreto: “Había un hombre que no quería habla de Dios, venía a la capilla porque tenía una gran depresión. Llegaba siempre llorando y se iba siempre feliz. Un día salió al claustro en la acogida, vio a una hermanita y se arrodilló, y dijo que no lo hacía ante la hermana, sino ante una presencia”.
Hay muchos corazones necesitados, y no habla únicamente de personas pobres. “Hay gente que sigue viniendo y que se quedaba al final pegado a la pared. En estos años esas mismas personas han ido avanzando y encontrando en la Eucaristía o en la oración lo que buscaban”, aseguran estas hermanitas.
En barrios de ciudades de EEUU en los que se ha construido un monasterio del Cordero “ha disminuido el grado de violencia y delincuencia. Como es un lugar muy diferente hay quien dice que nunca se hubiera sentado al lado de esta o aquella persona por ser pobre o por su condición social, pero este es un lugar donde se encuentran como son”.
Pero otro elemento fundamental de las Hermanitas del Cordero y sin el cual no podrían hacer nada es la oración y adoración. Y nuevamente esta vida monástica vuelve a aparecer en medio de la ciudad.
“Nuestra liturgia es única en Madrid, pues es una liturgia cantada entre Occidente y Oriente. Cuidamos mucho los signos, el canto porque el Señor a través de la liturgia habla y cura”, indica la hermana Marie Aimée.
Este es un pequeño boceto de cómo sería uno de estos monasterios en medio de la ciudad. Puede ayudar así a las monjas a que sea una realidad
La religiosa asegura que “pasamos mucho tiempo en la capilla, hacemos adoraciones durante horas y vigilias durante la noche en las grandes fiestas. Por ejemplo, en los sábados de Adviento (este año no debido al Covid) tenemos vigilias que duran tres o cuatro horas en el corazón de la noche para rezar por el mundo. Son catequesis litúrgicas”.
Por ello, consideran una parte importante el poder tener un pequeño monasterio adecuado a su carisma. Las religiosas recuerdan que en los primeros años de fundación de la Comunidad, las hermanitas vivían de forma muy precaria e itinerante, en habitáculos prestados, en una misión de cercanía con todos y particularmente con los más pobres. La hermanita Marie, que es la primera hermanita, vio la necesidad de arraigar el carisma y, al mismo tiempo, asegurar la formación de las jóvenes que llegaban, y poder durar fielmente en esta llamada.
Nacieron entonces, de la mano de la Providencia, los pequeños monasterios. Y son ya quince, en doce años, los que se han construido con una multitud de donativos. Por su arquitectura sencilla, pretenden reflejar la humildad y la belleza de Dios. Ellos les permiten compartir con todos el fuego de lo que llaman el amor trinitario, que es el corazón de la vida monástica, a través de la oración y de la acogida. Aquí renace la “alegría de vivir” ante este Misterio de comunión que es Dios y, juntos, pobres y ricos, experimentan en la tierra un anticipo de la Jerusalén celestial. Cada uno de los pequeños monasterios recibe el nombre de “Luz de...” para testimoniar que la Luz que es Cristo “brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron”.
Puedes ayudar a las Hermanitas del Cordero a construir su pequeño monasterio AQUÍ