Una gran procesión en las calles de Sevilla puso fin este domingo, festividad de la Inmaculada Concepción, al II Congreso Internacional de Hermandades y Piedad Popular, celebrado del 4 al 8 de diciembre a iniciativa de la archidiócesis hispalense.

Ha sido denominada como "la Magna", un acontecimiento catalogado como "histórico", con el desfile por la ciudad de ocho imágenes de cuatro patronas y de los cuatro pasos más característicos de la Semana Santa más célebre del mundo.

A saber: la Virgen de los Reyes (patrona de Sevilla), el Jesús del Gran PoderNuestra Señora de Setefilla (patrona de Lora del Río), la Virgen de Valme (patrona de Dos Hermanas), la Virgen de la Consolación (patrona de Utrera), el Cristo del Cachorro, la Esperanza de Triana y la Macarena. Cuando esta última entró en su basílica de regreso, a las cinco y media de la mañana del domingo, concluyó un recorrido que había empezado a las cuatro de la tarde del sábado con la salida de la Cruz y el resto de pasos desde la catedral, a donde se habían trasladado el día y la noche anteriores. (Puedes descargar aquí en PDF la guía de esta jornada inolvidable.)

Un millón de personas, según cálculos del Ayuntamiento de Sevilla, acompañaron a las imágenes, demostrando en la práctica una de las principales conclusiones del congreso: la importancia clave de la piedad popular en la evangelización.

La Magna, en un resumen sintético de más de doce horas de procesión.

En efecto, según expresó en una de las mesas redondas Santiago Padilla, presidente de la Hermandad Matriz del Rocío, “nuestra tierra hace mucho tiempo que se convirtió en una tierra de misión. Es fácil encontrar en nuestras sociedades a muchas personas que no conocen a Dios, incluso bautizados que son paganos en su mentalidad y comportamientos”. Las hermandades están llamadas a llegar con la fe a esas personas, pero siendo vigilantes en el proceso de admisión de nuevos hermanos, cuidando las celebraciones, evitando "la banalización de los lugares de culto” y teniendo claro, en cuanto a la vertiente social de las hermandades, que no es propio de ellas "la filantropía", sino que tienen "otro sentido" como “experiencias espirituales de la caridad”.

Una intervención destacada, que tuvo lugar por videoconferencia, fue la del filósofo francés Fabrice Hadjadj, judío de origen y converso desde el ateísmo, quien comentó cómo descubrió la presencia de Dios precisamente a través de un objeto de devoción popular, un rosario en un cajón que le habían regalado y al que se aferró "como un salvavidas" en un momento de angustia.

Un momento de la ponencia de Fabrice Hadjadj. Foto: Arzobispado de Sevilla.

Hadjadj describió la piedad popular como el lugar donde conviven "lo eterno y lo cotidiano, la fe en la verdad y la pasión que ciega, lo más espiritual y lo más carnal, en una especie de cortocircuito mientras que la parte intermediaria, racional, está obtusa o ausente”. Por eso distinguió la religión de la religiosidad, "más afectiva que efectiva y que se acomoda fácilmente a ciertos residuos llamados paganos con peligro de sincretismo”, pero al mismo tiempo defendió la piedad popular, pues "¿en qué consistiría una religión no popular? Se trataría de una religión elitista, sapiente”. La distinguió de la superstición y apuntó al futuro denunciando que “el proyecto del hombre cibernético es la superstición 2.0, de ahí el deslizamiento de la religiosidad a la irreligión popular y la sustitución del rosario por el smartphone”.

El domingo, el arzobispo de Sevilla, José Ángel Saiz Meneses, presentó ante los participantes los ejes de trabajo del congreso y sus conclusiones.

"Las hermandades, desde su rica tradición espiritual", explicó, "están llamadas a ser instrumentos eficaces de anuncio del Evangelio, testimoniando una fe es celebrada, vivida y compartida. Por otro lado, se ha subrayado la importancia de reafirmar su identidad, entendida como un espacio de comunión y fraternidad en el que confluyen devoción, formación, compromiso pastoral y acción caritativa".

Monseñor Saiz Meneses presenta, en la clausura del congreso, sus principales conclusiones.

Si hay algo que caracterizaría la procesión Magna -como cualquier otra- es la fuerza de la imagen, la evangelización a través de los ojos y de las impresiones que los ojos recogen, porque, dijo el prelado, "la mirada -tocada por la presencia de lo trascendente, al que no puede someter a su control o a su interpretación- se dispone entonces para la acogida de un don, en el marco de una experiencia auténtica de asombro y de respeto".

También incidió en el compromiso de caridad propio de las hermandades, las cuales, "arraigadas en sus comunidades de fe, tienen una responsabilidad clave en la evangelización y en la dimensión caritativa y social de la Iglesia”. 

La catedral de Sevilla acogió este II Congreso, celebrado un cuarto de siglo después del primero, que tuvo lugar en 1999.

Finalmente, el arzobispo de Sevilla presentó las siete conclusiones prácticas del congreso:

-redescubrir la mirada transformadora de Dios;

-las hermandades y cofradías "han de ser un reflejo vivo de la comunión eclesial, enraizada en Cristo”;

-ha de incidirse en el “misterio divino como fuente de la santificación” y en la liturgia como "acto de alabanza que hace posible el crecimiento en la santidad y la comunión eclesial”;

-las hermandades deben ser "fermento en medio del mundo" con su “testimonio valiente” del Evangelio;

-hay que “hacer presente el amor de Dios en medio de su pueblo” con “una nueva imaginación de la caridad, que ponga en juego la ayuda material a los más pobres, junto con la fraternidad y el reconocimiento de la dignidad personal”;

-la formación cristiana "debe ser una prioridad”;

-ha de crearse un "espacio de estudio y reflexión permanente sobre la piedad popular” para profundizar en "la riqueza espiritual de las hermandades, identificar los retos y los desafíos contemporáneos y diseñar propuestas pastorales que fortalezcan su papel evangelizador en la Iglesia”.

Monseñor Saiz Meneses concluyó exhortando a todos a una reflexión sobre las imágenes de nuestra devoción, valorando que "también nosotros nos sentimos mirados, pues no son meras pantallas, sino que, en ellas, es Dios mismo quien cruza su viva mirada con la nuestra, hasta el punto de que somos vistos por el Señor, alcanzados por el milagro de su Vida, de su Carne”.