Lo dijo ayer por la tarde el Papa por la tarde, en la Konzerthaus de Friburgo a los católicos comprometidos en la Iglesia y en la sociedad, en el último encuentro de su visita de cuatro días a Alemania.
“Desde hace décadas – afirmó el Pontífice en su discurso, el más largo de los pronunciados en este 21º viaje apostólico, el tercero a su patria – “asistimos a una disminución de la práctica religiosa, constatamos un creciente distanciamiento de una notable parte de los bautizados de la vida de la Iglesia”.
“Surge, pues, la pregunta: ¿Acaso no debe cambiar la Iglesia? ¿No debe, tal vez, adaptarse al tiempo presente en sus oficios y estructuras, para llegar a las personas de hoy que se encuentran en búsqueda o en duda?”.
A la beata Madre Teresa, recordó, le preguntaron una vez cuál sería, según ella, lo primero que se debería cambiar en la Iglesia, respondió: “usted y yo”.
”Este episodio, explicó el Papa, hace evidentes dos cosas: por un lado, ella entendía “que la Iglesia no son sólo los demás, la jerarquía, el Papa y los obispos; la Iglesia somos todos nosotros, los bautizados”; y de otro, que “cada cristiano y la comunidad de los creyentes están llamados a una conversión continua”.
El Pontífice se preguntó por tanto en qué consiste esta renovación, más bien “una corrección, para retomar el rumbo y recorrer de modo más directo y expeditivo un camino”
“”Por lo que respecta a la Iglesia, el motivo fundamental del cambio es la misión apostólica de los discípulos y de la Iglesia misma”, afirmó, añadiendo que ésta “”debe verificar constantemente su fidelidad a esta misión”.
El Papa advirtió que, “a causa de las pretensiones y de los condicionamientos del mundo, el testimonio viene repetidamente ofuscado, alienadas las relaciones y relativizado el mensaje”.
Para cumplir su misión, la Iglesia debe tomar “continuamente las distancias de su entorno, debe en cierta medida ser desmundanizada”.
La Iglesia “debe su ser” al intercambio desigual entre Dios y el hombre, “encuentra su sentido exclusivamente en el compromiso de ser instrumento de redención, de impregnar el mundo con la palabra de Dios y de trasformarlo al introducirlo en la unión de amor con Dios”.
En este sentido, afirmó, “está siempre en movimiento, debe ponerse constantemente al servicio de la misión que ha recibido del Señor”.
Sin embargo, advirtió, existe “también una tendencia contraria, la de una Iglesia que se acomoda a este mundo, llega a ser autosuficiente y se adapta a sus criterios. Por ello da una mayor importancia a la organización y a la institucionalización que a su vocación a la apertura”.
Por ello, “debe una y otra vez hacer el esfuerzo por separarse de lo mundano del mundo”, y en este sentido, “la historia viene en ayuda de la Iglesia a través de distintas épocas de secularización que han contribuido en modo esencial a su purificación y reforma interior”.
“En efecto, las secularizaciones –sea que consistan en expropiaciones de bienes de la Iglesia o en cancelación de privilegios o cosas similares– han significado siempre un profundo desarrollo de la Iglesia, en el que se despojaba de su riqueza terrena a la vez que volvía a abrazar plenamente su pobreza terrena”.
Así, explicó, “liberada de su fardo material y político, la Iglesia puede dedicarse mejor y verdaderamente cristiana al mundo entero, puede verdaderamente estar abierta al mundo. Puede vivir nuevamente con más soltura su llamada al ministerio del adoración a Dios y al servicio del prójimo”.
La Iglesia se abre al mundo, “no para obtener la adhesión de los hombres a una institución con sus propias pretensiones de poder, sino más bien para hacerles entrar en sí mismos” y conducirlos así a Cristo.
En este sentido, el Papa lamentó que los actuales escándalos relacionados con el clero “han desgraciadamente ensombrecido” el mensaje de la Iglesia.
“Se crea una situación peligrosa, cuando estos escándalos ocupan el puesto del skandalon primario de la Cruz, haciéndolo así inaccesible; esto es cuando esconden la verdadera exigencia cristiana detrás de la ineptitud de sus mensajeros”, advirtió el Papa.
Por ello, el Papa subrayó la necesidad de “dejar todo lo que es mera táctica y buscar la plena sinceridad, que no descuida ni reprime nada de la verdad de nuestro hoy, sino que realiza la fe plenamente en el hoy viviéndola totalmente precisamente en la sobriedad del hoy, llevándola a su plena identidad, quitando lo que sólo aparentemente es fe, pero en realidad no son más que convenciones y hábitos”.
“Una Iglesia aligerada de los elementos mundanos es capaz de comunicar a los hombres –tanto a los que sufren como a los que los ayudan– precisamente en el ámbito social y caritativo, la fuerza vital especial de la fe cristiana”, concluyó.