Se crió en Texas en una familia de origen mexicana sin fe, muy implicada en luchas sindicales muy politizadas, en la órbita de partidos socialistas. Él vivió una juventud de ocio y «demasiada fiesta», ligado a las bandas juveniles. Una vez incluso le dispararon: "noté la bala a mi lado, pero incluso me pareció emocionante; así de inconsciente era yo".
Pero después vio morir amigos en bandas o por las drogas y, una noche, en una discoteca, pese a la buena música, el alcohol y las chicas, se dio cuenta que eso no daba la felicidad. Empezó a hacerse preguntas.
Un amigo, seminarista, le invitó a ir a la JMJ de Denver. Allí se convirtió, y después entró en los Franciscanos de la Renovación, una orden nueva de predicadores callejeros, muy activos en el trato con jóvenes y a la vez alegres y exigentes en ayunos y oraciones.
«El otro día un chico vino a confesarse repasando una lista de pecados en su iPhone, y conozco otros que rezan el breviario también del iPhone», comenta. Pero también es consciente de que "los chicos están conectados siempre, y las ocasiones de pecado, sobre todo sexual, son más abundantes".
En su experiencia, lo que los jóvenes piden a la Iglesia es que sea exigente. «Ellos saben cuándo les intentan vender algo, y el mensaje de Cristo les suena con frescura, con autenticidad, porque ven que incluye dificultades, y eso les inspira. Saben que la espiritualidad verdadera es difícil pero bella», asegura.
Al lado del fraile descansa, con un zumo y dos madalenas, el obispo Rolando Tria, de Infanta, una diócesis pequeña de Filipinas. Ha predicado con pasión y buen humor durante una hora a 600 chicos de lengua inglesa y de todo el mundo. Veterano de cinco JMJ, Tria está convencido de un rasgo de la «generación Benedicto XVI» que definió el martes el cardenal Rouco en la misa de apertura: «Estos jóvenes son capaces de entrar en oración profunda con facilidad, dejando a un lado las distracciones del mundo; lo he visto muchos países, se nota una mayor conciencia en la adoración, en la Palabra de Dios. Es un nuevo momento del Espíritu Santo», afirma.
Sorcha, Anna y Lydia, tres chicas de Oxford de 16 años, nos cuentan que son entusiastas de dos libros sobre disutopías que leían ya sus padres y abuelos: «El Señor de las Moscas», de William Golding, y «1984», de George Orwell.
Por estos libros entienden lo que el Papa ha predicado tantas veces: que las utopías sin Dios ni moral llevan al desastre y la tiranía. Aimee Fishwick, de California, tiene solo 15 años y lo que más le impresiona de la JMJ es «la sensación de ser comunidad», la unidad de tantos países y culturas.
A su lado, dos chicas de Malta, Maria Spiteri, de 18 años, y Ann Marie Bonnici, de 23, explican que están intercambiando direcciones de correo electrónico y Facebook con jóvenes de otros países. Se ven como «una comunidad mundial».