Llevan meses trabajando como voluntarios en el comité organizador de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), pero nunca pensaron que el esfuerzo sería recompensado con un encuentro tan especial. Este verano, cuando el Papa llegue a Madrid para encontrarse con los jóvenes de todo el mundo, compartirán un almuerzo en el salón de los embajadores en la Nunciatura Apostólica.
En cada edición de la Jornada Mundial de la Juventud, el Vaticano cede al comité organizador la preparación de esta comida. En esta ocasión, los doce jóvenes de los cinco continentes que compartirán la mesa con el Papa han sido escogidos a través de un sorteo entre los voluntarios que trabajan desde hace tiempo en la sede de la JMJ.
Ya Chen-Chuang es una de ellas. Llegó de Taiwán (China) hace siete meses para colaborar en la Dirección Ejecutiva de la JMJ y además es la responsable de la versión china de la web oficial del encuentro. «Va a ser una experiencia fantástica», asegura esta joven de 25 años, nacida en el seno de una familia católica en un país donde solo el uno por ciento de la población es cristiana.
A su lado, Juan Carlos Piedra también cuenta las horas para encontrarse personalmente con el Papa. Ha estado en varias JMJ, incluso viajó a Portugal para coincidir con el Santo Padre durante su visita a la Virgen de Fátima, pero nunca ha estado tan cerca de él como lo tendrá el próximo 19 de agosto, cuando sea el propio Benedicto XVI quien lo reciba en la Nunciatura. «Es una sensación muy rara que no se puede explicar. Me encantaría estrecharle la mano, pedirle que rece por América Latina y decirle que rezo por él», comenta este joven informático de 33 años, que ha llegado desde Ecuador para colaborar desinteresadamente con la organización de este evento, que tendrá lugar del 16 al 21 de agosto.
En la comida habrá dos jóvenes por continente, más dos españoles. Eva será una de las encargadas de representar a Europa, pero todavía no sabe muy bien qué le dirá al Santo Padre. «Estoy reflexionando. Es una experiencia que no se repite en la vida y no quiero hablar solo por mi persona sino también en representación de todo el continente. Tengo que pensar qué cosas preocupan a los jóvenes en Europa y qué preguntas querrían hacerle si estuvieran frente a Benedicto XVI», afirma Eva, que con 28 años ha dejado a su familia en Eslovaquia para sumarse a esta aventura ilusionante.
Paul es algo más tímido. A pesar de llevar más de un año en España trabajando para la JMJ apenas sabe castellano. Tampoco le hace mucha falta, ya que en la sede de la JMJ es difícil encontrar a alguien que no hable idiomas. «Siento mucha emoción de poder conocer al Papa aunque todavía no sé qué voy a decirle», dice este vietnamita de 27 años, que al igual que otros muchos voluntarios extranjeros ha sido alojado durante su estancia en Madrid por congregaciones religiosas y familias. Para todos ellos, la experiencia de compartir la mesa con el Papa es «un regalo muy especial» y, si se quiere, también «un reconocimiento de Dios al servicio que prestan a la Iglesia».