Ante la impaciencia de los periodistas, paciencia, mesura y una sonrisa de comprensión. Slawomir Oder, que vino a España para presentar el libro "Por qué es santo" (Ediciones B), es, desde 2005 el postulador de la canonización de Juan Pablo II, al que conoció personalmente y por el que siente una gran admiración como se puede comprobar en el texto donde aborda su vida y sus aspectos más controvertidos.
-¿Cuándo se confirmará la beatificación de Juan Pablo II?
-(Sonríe) No soy profeta, no lo puedo prever. Lo único que puedo decir es que hay que seguir el proceso canónico. No se ha bloqueado. Hemos llegado al fin de la primera fase que tiene que ver con la heroicidad y las virtudes y ahora tenemos que emprender el proceso de los milagros. Cuando termine, la Iglesia ya podrá definir el proceso para su beatificación.
-¿Me podría detallar en que consiste la "heroicidad de las virtudes"?
-Hay dos vías para llegar a la santificación. Una es a través del martirio. En ella se proclama directamente la santidad. La otra vía, que es la que se está siguiendo con Juan Pablo II, es la heroicidad de las virtudes, cómo ha vivido esa persona. Hay que tener la convicción de que esa persona es un hombre de Dios y tiene que haber una opinión difundida y mayoritaria, expresada por voz del pueblo de que ha vivido en santidad. A partir de ahí se hace un estudio de su vida y se van enumerando todas sus virtudes: la fe, la esperanza, la caridad, la obediencia, la pureza, la humildad...
-E imagino que también la fortaleza de sus convicciones que, en el caso de Juan Pablo II fueron decisivas para la caída del Muro de Berlín. ¿Fue Wojtyla un Papa muy político?
-Cuando se habla de acontecimientos políticos estamos hablando del hombre que vive a través del verbo de Dios porque Dios está presente en todas las realidades del mundo; también la caída del Muro de Berlín era una cuestión que incumbía a Dios. Incluso le puedo decir que el nacimiento del sindicato "Solidaridad", en el que Juan Pablo II participó activamente, tiene un origen teológico.
-¿En qué sentido?
-Una de las principales enseñanzas de Juan Pablo II es su afán por enseñar al mundo que había que descubrir la libertad de vivir una vida digna. En sus escritos hay numerosas referencias al hombre renovado por Cristo, al hombre que lucha por su libertad y que esta lucha es por y para la dignidad humana. Ése fue el germen del sindicato polaco "Solidaridad".
-¿El atentado de Ali Agca ha sido o va a ser determinante en el proceso de beatificación?
-No, no ha sido determinante, aunque sin duda fue un episodio muy importante en su vida. En él siguió desde el conocimiento y la perseverancia las enseñanzas de Dios: "Amad a vuestros enemigos", "Bendecid a los que os maldicen".
-"¿Qué aspecto de Juan Pablo II le ha llamado más la atención"?
-Su dimensión pastoral. Siempre se comportó como lo que era: como un pastor que se ocupaba de sus feligreses. Juan Pablo II conseguía hablar con las masas como si se dirigiera personalmente a cada una de las personas que estaban escuchándole. Tenía un gran carisma y una gran capacidad de comunicar.
-¿Es verdad que puso por escrito su voluntad de renunciar a ser Papa en caso de incapacidad física?
-Sí, yo lo interpreto como un ejercicio de prudencia y responsabilidad. De esta manera renovaba su aceptación de la voluntad de Dios y su disponibilidad total a Cristo y a la Iglesia.
-Lo cierto es que en los últimos meses sí que sufría de una incapacidad física.
-Sí, pero nunca perdió en entendimiento. Hasta el final mantuvo su lucidez y su capacidad de discernimiento.
-¿Cómo vivió usted su muerte?
-Estaba en Roma como tanta gente que venía desde todos los rincones del mundo. Cuando supimos que había muerto -a Oder se le entrecorta la voz y se emociona- confié en él mi vida porque sabía que iba a ir al Paraíso. En las horas posteriores vi como muchos niños gritaban "¡ha muerto un santo!", "¡ha muerto un santo!". A mí me entraron las mismas ganas de gritar lo mismo pero no lo hice. No tenía ni el ánimo ni el coraje porque me habrían tomado por un loco. Me lo quedé para mí, pero ahí está el grito del pueblo de Dios: "Santo, ya".