Se acaba de publicar de nuevo la primera carta pastoral de monseñor Roberto Ronca. Una figura que se distinguió por salvar la vida de judíos y antifascistas y también por la creación de un movimiento cívico contra el comunismo en Italia.

En la inmediata postguerra, Italia tuvo que afrontar concretamente la amenaza socialcomunista: las elecciones del 18 de abril de 1948, las primeras tras el enorme conflicto de la segunda guerra mundial, marcaron una verdadera y propia batalla de civilización entre dos ideas del hombre y del mundo profundamente antitéticas.

Por una parte, el mundo occidental, libre y cristiano, por otra el mundo socialcomunista que servía a Moscú, representado por el Frente Popular de unión entre el Partido Comunista y el Partido Socialista italianos.

En aquella ocasión, la Democracia Cristiana ganó con la mayoría relativa de los votos y la absoluta de los escaños (caso único en la historia de la República) inaugurando así la que sería una larga época de gobierno.

Lo que quizá pocos saben es que la victoria se debió a un grandioso esfuerzo de movilización popular suscitado, entre otros, por dos hombres: Luigi Gedda (1902-2000), vicepresidente de la Acción Católica e inventor de los Comités Cívicos, y monseñor Roberto Ronca (19011977), ex rector de Seminario Mayor Pontificio en Roma, fundador e incansable director del movimiento cívico-político católico y anticomunista «Unión Nacional Civilización Itálica» (19461955).

Un movimiento que se distinguió por haber elegido públicamente como propio estandarte la tricolor, además de por una revista homónima que durante años representó, de hecho, el único instrumento de información y formación católica y anticomunista existente en este país.

Monseñor Ronca fue también protagonista de una grandiosa obra de salvación de judíos y antifascistas que se refugiaron en el Seminario Mayor, en los meses tremendos desde octubre de 1943 hasta la liberación en la que los nazis habían ocupado Roma.

Precisamente la figura de Ronca es oportunamente recordada en estos días con un ágil librito, que acaba de llegar a las librerías, a cargo del periodista e historiador católico Giuseppe Brienza, que recoge la primera carta pastoral del futuro obispo de Pompeya, hombre de confianza de Pío XII (Roberto Ronca, Lavorare e sacrificarsi per la gloria di Maria, Ediciones Amicizia Cristiana, Chieti 2010, http://www.amiciziacristiana.it/).

El documento, publicado por primera vez a nivel nacional, salió originariamente el 5 de agosto de 1948 y representó un valiente testimonio de militancia cristiana, anticipando con su abierto rechazo de las «doctrinas falsas y subversivas», el decreto de excomunión de los comunistas, emitido el 1 de julio de 1949, por la entonces Congregación del Santo Oficio.

La Carta se abre con una declaración de amor filial hacia la Virgen, «Reina de las Victorias» (el título con el que la Madre de Dios fue distinguida tras la victoria de la flota cristiana sobre los turcos musulmanes, en 1571) y con un «homenaje devoto al Padre común», el papa Pío XII.

De esta manera, monseñor Ronca mostraba a sus fieles el verdadero sentido de la vida cristiana que, fundada en la Eucaristía, encuentra sus restantes fundamentos en la devoción mariana, que en algunos acentos parece recorrer la mejor tradición católica (así en las citas de san Bernardo de Claraval), y en la obediencia convencida al Papa y a su Magisterio.

Si el objetivo del cristiano es el de instaurar el «Reino de Cristo», la vía más segura pasa por la imitación cotidiana de María, Maestra de Fe y Vencedora de todas las herejías. El Rosario, la «cadena» predilecta de María, se convierte así en el medio más valioso para la santificación individual, familiar y social, según la amada enseñanza del fundador mismo del Santuario de Pompeya, el futuro beato Bartolo Longo (18411926).

Pero la Carta permite apreciar también las cualidades de predicador, animador cultural e incluso profeta de monseñor Ronca, que supo prever, con lúcida mirada, las consecuencias nefastas que la «elección religiosa» (y antipolítica) de la Acción Católica habría de allí a poco determinado a todo el laicado del país.