Las imágenes del sacerdote holandés Paul Vlaar causaron escándalo en muchos fieles. El domingo pasado, antes del España-Holanda que convertiría en campeona del mundo a la selección nacional tras el gol de Iniesta en el último tramo de la prórroga, montó en su parroquia de Obdam un auténtico festival hooligan en apoyo de Snejder, Robben y compañía.
No sólo violó las prescripciones litúrgicas en materia de ornamentos, vistiendo una casulla naranja, sino que introdujo en la misa una portería de fútbol, banderolas del equipo, caras pintadas, chuts y predicación balón en mano, y convirtió la misa en un espectáculo trivial de forofismo.
Desde luego la celebración no inspiró caridad cristiana a los jugadores holandeses, a tenor de las patadas de De Jong, Van Bommel o Heitinga. Y ahora, además, el padre Vlaar lo va a pagar con una sanción de su obispo, Jozef Punt, titular de la diócesis de Haarlem. Le ha suspendido de sus funciones para «un periodo de reflexión», tras el escándalo suscitado por la falta de respeto al sacramento.
Según informaciones de agencia, la medida no ha gustado a los parroquianos, que apoyan a su sacerdote porque, alegan, con actos como éste llena su iglesia «mientras otras están vacías».