Acaba de concluir el Año Sacerdotal y parece que todo vuelve a la normalidad, pero desde Misión queremos hacer una llamada para rememorar la gran labor de los sacerdotes que han dedicado toda su vida a los demás. Ellos también se hacen mayores, pero nunca dejan de estar a nuestro servicio. Así nos lo recuerda Antonio Sancho, un sacerdote jubilado que reside en la casa sacerdotal San Pedro Apóstol. Con setenta y siete años, perteneciente al Opus Dei, nos cuenta, desde su silla de ruedas y con una tremenda alegría de espíritu, que está disponible para todo aquel que quiera hablar y rezar con él. Antonio sintió la llamada de Dios a los doce años, se ordenó en Madrid en el año setenta y dos y dedicó toda su vida a la pastoral de pueblo en pueblo. La lectura, la Eucaristía, la oración y las charlas con sus amigos sacerdotes de la casa son parte de su día a día.
    
    La hermana Graciela Cruz, superiora de la comunidad de cuatro Dominicas Hijas de Nuestra Señora de Nazaret, regenta esta residencia desde hace año y medio. Gracias a hermanas como ella y casas como ésta los sacerdotes están atendidos. Ella nos guía en nuestro recorrido por la casa y nos presenta a Florencio Díaz, que nos espera sentado en la terraza mientras lee. Tiene ochenta y seis años y lleva uno en San Pedro Apóstol. Está enfermo pero se siente muy feliz y adaptado en la casa, donde continúa su labor con la misma intensidad pero de otra forma. Con sus limitaciones nos regala generosamente su testimonio. Humildemente dice que cada persona tiene su vida y que comprende que con el ajetreo diario sea complicado encontrar el momento adecuado para acompañar y compartir con ellos un poco de tiempo. Su testimonio es una muestra de dar sin esperar nada a cambio.
    
    Cerca de Florencio nos llama la atención Tomás Correas. Tomás ha dedicado toda su vida a la Pastoral de pueblo. Ejerció de sacerdote en Lozoya y estuvo diecisiete años en Chinchón; ahora lleva tres en esta casa y es un artista. Tomás crea cuadros sobre cobre al fuego y cada año realiza una exposición. La próxima será en Navidad. A sus ochenta años está estupendamente, tiene una vitalidad maravillosa y nos contagia su alegría nada más conocerle. Su habitación es un estudio de pintura que irradia vida y luz. Nos dice que su ministerio no ha concluido porque el sacerdocio es una gracia, una vocación que siempre permanece en la persona. La hermana Graciela, que está entregada al cuidado de los sacerdotes, comenta que ahora nos toca a nosotros devolverles todo lo que nos dieron. “Es un deber demostrar gratitud”, afirma. “Basta con rezar por ellos, hacerles compañía, escucharles... que sepan que estamos a su lado”.

Un plan generoso
    En la residencia San Pedro Apóstol de Madrid viven ciento veinte sacerdotes, treinta dependientes y noventa no dependientes, además de diez hermanas de sacerdotes que han dedicado su vida a cuidarlos. Como esta casa hay muchas más en toda España regentadas por hermanas como Graciela, que ayudadas por enfermeras, se ocupan de los sacerdotes mayores. A estas residencias podemos acudir como voluntarios para acompañar y rezar con personas como don Antonio, don Florencio o don Tomás, que sin duda nos estarán esperando con los brazos abiertos. Para ellos la compañía es un tesoro y a nosotros su testimonio nos fortalece.