No hay grandes fórmulas en el éxito de Pixar. En la sencillez de historias reales, con personajes creíbles, con sentimientos, contradicciones e interrogantes, está la clave. Una productora que, en cada película, demuestra que el éxito puede ir unido a los valores más universales.
 
La manida frase de «segundas partes nunca fueran buenas» no pudo aplicarse en su día a la genial secuela de Toy Story I. Los guionistas demostraron entonces que, con un poco de inteligencia cinematográfica, una buena dosis de cultura literaria y un puñado de sentido común, podían repetir la hazaña... Y así nació Toy Story II. El secreto de aquel segundo éxito era el saber crear personajes de carne y hueso. Con sentimientos, contradicciones e interrogantes, con una vida más verdadera que la de otros personajes infantiles y juveniles como Hanna Montana, Zuck y Kody, etc.
 
Pero los aciertos de Pixar no se quedan aquí... Revisitar grandes clásicos, no sólo de la literatura tradicional universal, sino también de la historia del cine, los coloca entre los mejores. En Bichos, por ejemplo, una genial versión de los Siete Samuráis de Akira Kurosawa, la valentía de un solo individuo consigue vencer la adversidad que viene del exterior.
 
John Lasseter, el director de la entonces Pixar Animation Studios (hoy Disney-Pixar), declaraba hace algunos­ años que «hacemos las películas que nos gustan, (...) las que me hacen reír hasta las lágrimas y me conmueven al mismo tiempo. (...) Me influyó mucho Frank Capra y la forma en que sus trabajos te llegaban al corazón y te emocionaban».
 
Éste bien podría ser el resumen del éxito de todas las cintas de Lasseter. En Monstruos, S.A., Buscando a Nemo, Los Increíbles, Cars, Ratatouille, Wall-e o Up existe un fuerte sentido de pertenencia a la comunidad, una de las características del universo capriano por antonomasia. El ansia por ser útil a sus amigos de la rata protagonista de Ratatouille, o el espíritu de servicio del inmensamente humano robot de Wall-e, no son sino un reflejo de esos antihéroes, no sólo caprianos, sino de otros muchos maestros (Hawks, Cukor, Wilder...).
 
El día que leí el relato original de Caperucita Roja y descubrí que Charles Perreault había terminado su historia con el atracón del lobo, sin las pertinentes edulcoraciones de «ahora le rajo la barriga al lobo y te salvo, pero la próxima vez pórtate bien», comprendí por qué nuestros niños se habían vuelto tan blanditos. La vida es dura, y a los niños hay que contárselo sin tanto paño caliente.
 
La muerte de la madre de Nemo en los primeros minutos de metraje, si bien trágica, muestra una de las características del cine Pixar. Aquí no todo son risas, banalidades o frivolidades (como en Shrek, por poner un ejemplo). Aquí ocurren cosas dolorosas, como en la vida misma. Los protagonistas toman decisiones que generan un deber, asumen responsabilidades y no se amedrentan con los compromisos para toda la vida...
En Los Increíbles vemos cómo la unión familiar es lo que verdaderamente hace fuertes a sus protagonistas. Y, en Monstruos, S.A., es el compromiso del gran Sullivan con la pequeña e indefensa Bu, lo que le hace estar a punto de perder su preciosa amistad con Mike.
 
El valor de la vida es otro de los leitmotivs que encontramos en el universo Pixar. En Up, el protagonista es un anciano que a todas luces sería un verdadero perdedor en la actual cultura de la muerte que impera en Occidente. Su vida, aparentemente, no vale nada. Sin embargo, es el protagonista de una aventura trepidante, repleta de valor y acción.
 
Algo parecido ocurre con Cars. Mientras el protagonista busca la felicidad en la fama y la gloria con el éxito rápido y fácil, termina encontrándola en la tranquilidad de un trabajo bien hecho desde el anonimato –con el apoyo incondicional de sus amigos–, y en la honorabilidad. Lo que demuestra que el éxito en taquilla de una película puede estar unido también a los valores más universales.
 
Deseo que disfrute con los «mundos de Pixar», y que no deje de intentar ser un «buen niño»...
 
Un año más, Pixar nos presenta en Toy Story III otra gran historia: Andy, a punto ya de entrar en la universidad, debe reubicar a sus queridos juguetes. Así, una guardería se convierte en el nuevo hogar al que Woody, Buzz, Rex, Slinky, Jessie, Jam y el señor y la señora Patata tendrán que acostumbrarse. Todo se complica cuando, por un fortuito accidente, Buzz pierde la memoria y vuelve a creerse que es un auténtico navegador espacial. Con la ayuda de nuevos amigos podrán sortear ésta y otras aventuras.
 
Aunque pueda sonar a repetitivo (un conjunto de juguetes que quieren regresar a su hogar), la combinación de un guión ágil y bien construido y la aparición de nuevos personajes con personalidad propia salvan la película que, además, resulta espectacular con los ya imprescindibles efectos en 3D.
 
Con guiños tanto para niños como para adultos (pulsando el botón de la nostalgia, dirigiéndose a los universitarios que vieron de niños Toy Story I y Toy Story II), la cinta, a pesar de algún que otro altibajo en los diálogos, está a la altura de sus antecesoras, que también han sido reestrenadas en 3D.