María Tarruella Oriol no se limita a pintar como hacen muchos otros, sino que recogiendo la tradición oriental de las comunidades ortodoxas, parte de la oración y la meditación para dejarse llevar por la inspiración de Dios, y deslizar así los pinceles para que el Espíritu Santo guíe su trabajo.
Algunos han calificado sus cuadros “como valiosos iconos” de arte moderno. Otros hablan de María Tarruella como “la pintora de la Luz”. Ahora vuelve a Madrid para exponer su nuevo trabajo titulado “Voluntad”, en la galería Alexandra Irigoyen (Calle Columena, 6, bajo derecha) del 17 de junio al 17 de julio. www.alexandrairigoyen.com
- ¿Qué te ha llevado a pintar así?
- Siempre he creído en el fin trascendente del arte, pero en este caso la pintura se convirtió más bien en una forma de llamarLe y encontrar una respuesta a mi angustia personal. Nuestro hijo había nacido con una cardiopatía congénita y durante meses se tambaleaba entre la vida y la muerte, no te puedo explicar lo que es para una madre tener a su hijo agonizando en brazos...
- ¿La pintura se convirtió en una terapia?
- Sí, la pintura era mi terapia personal; buscaba desesperadamente la paz del Espíritu Santo sobre el dolor que nos torturaba. Luego me di cuenta que yo llevaba esa carga pero todo el mundo tenía alguna llaga abierta, algún sufrimiento inconsolable y empecé a rezar pintando de una forma más universal, desde mi propia experiencia pidiendo la paz en el corazón de todos los que sufren.
- ¿Porqué son tus cuadros abstractos y difíciles de comprender a los que no entendemos de pintura contemporánea?
- En mis cuadros pinto la sensación de Majestad de Dios, el viento del Espíritu Santo sobre mi vida o el velo de la Virgen cobijándome de mis angustias. Todo esto no lo puedo resumir en una imagen bidimensional que se pueda reconocer sino que más bien utilizo un lenguaje pictórico propio cargado de transparencias, reflejos, veladuras, desgarros... que me permite trabajar en un entorno tridemensional y que además los transforma en universos vivos que cada día inspiran y sugieren algo distinto al que los contempla.
- Esto es muy interesante, ¿pero cómo se lee esto en tu obra?
- Los propios materiales que utilizo son símbolos que ilustran mi diálogo con el Señor. Por ejemplo: utilizo a veces cenizas para hablar de nuestra pobreza espiritual, de que somos polvo y al polvo volveremos, pero luego en ocasiones pongo encima partículas de mica, que es un mineral semiprecioso buscando ensalzar nuestra pequeñez ante los ojos de Dios. La propia pintura la fabrico yo misma a partir de pigmentos naturales y óxidos, y aplico sobre ella papeles de seda como si fueran vendas del Espíritu Santo curando nuestras heridas. Me encanta utilizar cera en mis cuadros porque es el material que para mi más refleja la fuerza de Dios, abrasadora en un inicio pero luego suave y dulce al secar, como la acción de Dios sobre nuestras vidas – a veces nos quema pero siempre acaba con una caricia.
- María, ¿Por qué se titula tu nueva exposición Voluntad?
- Porque todo acaba siendo Voluntad. Tanto mi propia voluntad de lucha y de esfuerzo personal como el seguir la Voluntad de Dios en cada paso de la vida.
- Entonces, ¿Buscas la presencia de Dios en tu obra?
- Busco a través de la pintura establecer un vínculo de comunicación con Dios, convirtiendo mis cuadros en oraciones. Pero igual hace el que escribe, o compone música para elevarse a Dios… yo pinto rezando o rezo pintando.
- Maria, por último, ¿que pretendes con tus cuadros? ¿Cual es tu meta?
- La verdad, es que mi meta es como diría San Ignacio “Tanto Cuanto” – Tanto Cuanto esto me sirva para acercarme a Dios y acercar a los demás, Tanto Cuanto mi pintura tendrá sentido. La verdad, es que personalmente, no creo tener mucho que ver en la realización de cada obra, ellas salen solas y me dominan sin que tenga control sobre ellas. Luego además son bendecidas por un sacerdote y a partir de ahí vuelan solas; hechas en oración y buscando inspirar a la oración. Una curiosidad que no he contado es que estos cuadros donde más “vuelan” es en la oscuridad. Cada obra refleja una luz propia, fosforescente, que crea una imagen de luz única para cada persona. A veces siento que mi obra no me pertenece, y que soy un peldaño en su camino. Tienen vida propia.