De la indiferencia a la oposición. Éstos son los sentimientos que despierta el velo integral en las musulmanas de nuestro país. Ni la mayoría de las inmigrantes que residen en España ni las españolas que han abrazado el credo islámico quieren ir envueltas en manto que las encarcela, que las lleva por la vida a ciegas entre rejillas, que les aísla y les da calor. No quieren burkas. Incluso apoyan que los ayuntamientos españoles quieran regularlo. Sin embargo, rechazan mostrar su rostro, no quieren que nadie las identifique.
Fátima, una marroquí que lleva viviendo 31 años en España, tiene miedo. «Estoy dispuesta a decir lo que pienso, porque estoy en contra del burka, pero siento pavor de que mi rostro salga en un periódico y alguien pueda identificarme, miedo de los suníes, miedo de que me vea alguno de esos radicales y venga a matarme por opinar. Sé que algún día me tengo que morir, pero aún tengo hijos pequeños que mantener, por eso no quiero que salga mi cara».
Fátima, que aguarda el autobús en la madrileña calle de Bravo Murillo, próxima a la mezquita de Estrecho, sede de la comunidad islámica de España, tiene muy presente lo que le ocurrió a una amiga suya en Londres por intentar quitarse el velo completo. «Tiene cuatro hijos y su marido la amenazó con divorciarse de ella si intentaba vestir de otra manera. Así que ¿qué podía hacer esa mujer si no tenía allí ni madre, ni hermanos, ni familia que la ayudase y cuatro hijos que mantener? Pues aguantar».
Fátima tiene claro que el burka nada tiene que ver con los musulmanes. «Estoy en contra de que la mujer lo lleve. Mahoma no lo quería para nosotras. El Corán dice que te tienes que tapar el pelo, pero no la cara y las manos para que puedan reconocerte, así que me parece muy bien que los ayuntamientos españoles lo prohíban. Por mí, que lo quiten», sentencia. «Las que lo llevan parecen fantasmas. En Londres ves a muchas más mujeres totalmente cubiertas que en España. Mis nietos viven allí y un día tuve que llevar a uno al médico. En la sala de espera de la consulta había una mujer así ataviada y, al verla mi nieto empezó a llorar. Pensó que era una bruja», cuenta.
Mercedes, una española de 30 años, convertida al Islam hace 12 y profesora en la guardería instalada en la mezquita central de Madrid, también rechaza una vestimenta que «encarcela» a la mujer, aunque considera «excesivo» que los ayuntamientos españoles intenten regular su uso cuando apenas se ven casos. «Nunca he visto a una mujer que viniera a la mezquita con burka, por eso me parece que lo que se está intentando es poner la venda antes de la herida. Además, ese tipo de mujeres nunca va a lugares públicos, como un ayuntamiento, claro que como medida preventiva, por seguridad, creo que está bien porque quién sabe lo que puede haber debajo de uno de estos velos integrales».
Son cerca de las dos de la tarde y a la guardería de la mezquita no cesan de llegar madres ataviadas con hiyab para recoger a sus hijos. Ha habido cumpleaños y todos salen disfrazados. Sara, de 21 años, española de origen sirio, acude a buscar a su hermano y asegura que conoce a una mujer que lo lleva. «A mí me da igual que se use o no, y también me resulta indiferente que lo prohíban en España. En el islam no es obligatorio, pero hay a quien le gusta por costumbre».
Este argumento, el de la «costumbre», es casi el único que justifica el burka entre las musulmanas, pero la seguridad y la libertad se imponen. Jadiya es palestina y lleva ocho años en España. Estudia Medicina y ha quedado con su madre, Aldj, para tomar café. «No estoy a favor del burka, pero creo que cada uno tiene sus costumbres y su forma de vivir. Muchos tampoco ven normal que las mujeres musulmanas lleven velo. En cualquier caso me parece normal que lo regulen por una cuestión de seguridad en los tiempos en los que vivimos». Hayar, marroquí, va de camino al banco con su marido, Mohamed, y su hijo. Habla su marido por ella. «A mi mujer no le gusta el burka, la religión exige que se le vean la cara y las manos y a nosotros nos da lo mismo que haya leyes que lo prohíban, porque no nos afecta. Nos da igual y a mi mujer no le gusta, no hay más razones».
Kamal Rahmouni, presidente de al Asociación de inmigrantes marroquíes, la comunidad más numerosa en España, resume el sentimiento de los alauís: «Creo que los ayuntamientos españoles están legislando contra nadie, porque ninguno aporta datos sobre cuántas personas usan burka. No creo que nadie que viva en esta sociedad pueda defender una prenda como esa». Tampoco entienden que se vincule a los musulmanes con el burka. «Es una prenda que viene de Afganistán, de una tribu que no es árabe ni musulmana. Para nosotros es una cosa lejana y rara. De todos modos, los ayuntamientos deberían estar más preocupados por la crisis», asegura.