Según el vaticanista Sandro Magíster, el Papa Benedicto XVI ha salido al encuentro de quienes esperaban –y hasta presionaban insistentemente–  un «replanteamiento» de la disciplina del celibato en el clero latino. Pero lo ha hecho a su modo: reforzándolo.
 
Magíster recuerda que en la vigilia de clausura del Año Sacerdotal el pasado jueves, respondiendo a cinco preguntas de diversos sacerdotes, el Papa ilustró el significado de la castidad de los sacerdotes. «Y lo ha hecho en forma original, separándose de la literatura histórica, teológica y espiritual corriente», asegura el vaticanista en su más reciente artículo.
 
El celibato –ha dicho el Papa– es una anticipación «del modo de la resurrección». Es el signo de «que Dios existe, que Dios entra en mi vida, que puedo fundar mi vida en Cristo, en la vida futura».
 
Por esto –prosiguió el Santo Padre– el celibato «es un gran escándalo». No sólo para el mundo de hoy «en el cual Dios no tiene entrada», sino para la misma cristiandad, en la cual «ya no se piensa más en el futuro de Dios y parece suficiente sólo el presente de este mundo».
 
Para Magíster, esto es suficiente para «entender que un bastión de este pontificado no es el ablandamiento del celibato del clero sino su reforzamiento. Estrechamente conectado con la que Benedicto XVI ha señalado varias veces como la «prioridad» de su misión, por ejemplo en la memorable carta abierta escrita por él a los obispos de todo el mundo el 10 de marzo del 2009:
 
«En nuestro tiempo, en el que en amplias zonas de la tierra la fe está en peligro de apagarse como una llama que no encuentra ya su alimento, la prioridad que está por encima de todas es hacer presente a Dios en este mundo y abrir a los hombres el acceso a Dios. No a un dios cualquiera, sino al Dios que habló en el Sinaí; al Dios cuyo rostro reconocemos [...] en Jesucristo crucificado y resucitado».
 
Así las cosas, concluye Magister, «el lanzamiento del Año Sacerdotal, proponer figuras ejemplares como el santo Cura de Ars, el reforzamiento del celibato hacen parte –en la visión del Papa– de un plan muy coherente, que hace unidad con la "prioridad suprema y fundamental de la Iglesia y del sucesor de Pedro en este tiempo", es decir, con el "conducir a los hombres a Dios"».