Era el mes de noviembre de 1993 cuando comenzó a correr el rumor de que un cardenal estadounidense sería acusado ante la justicia civil de abuso sexual. El 11 de noviembre el nombre fue público: se trataba del cardenal Joseph Bernardin, entonces arzobispo de Chicago, de 65 años. «La acusación me dejó perplejo y anonadado. Traté de pasar por alto los rumores no confirmados y volví a mi trabajo, pero tan extravagante acusación contra mis ideales y compromisos más profundos siguió acaparando mi atención», relató después el purpurado en su célebre libro-memorias, El don de la paz.
El nombre del acusador también se hizo público: se trataba Steven Cook, entonces contaba 35 años y estaba enfermo de SIDA (contraído en su juventud como consecuencia de una vida sexual activa con diferentes parejas). Afirmaba haber sido conducido al dormitorio del entonces padre Bernardin, en 1975, cuando era estudiante universitario del seminario de Saint Gregory, en Cincinnati, y haber sido sometido.
Inmediatamente los medios comenzaron a dar por cierto el hecho y a dar amplios entradas en noticieros, programas de tertulias e incluso dedicaron programas especiales. La CNN, por ejemplo y como de costumbre, aprovechó la ocasión para transmitir un programa titulado «La caída de la gracia». Sólo un periodista de un canal local afiliado a CBS, Bill Kurtis, sugirió la posibilidad de que aquella historia ocultara otra.
Años después el mismo cardenal dejaba constancia de esta misma intuición: «No disponía yo de hechos que avalaran mi sensación de que se trataba de un simple peón –refiriéndose al acusador, ndr– en este juego terrible, pero tenía la viva convicción de ello».
El equipo del cardenal Bernardin armó una estrategia para tratar a la prensa, pero el arzobispo de Chicago decidió mejor cuál sería su estrategia: «Diré simplemente la verdad».
A la primera rueda de prensa acudieron casi setenta periodistas. Refiriéndose a ese hecho, el cardenal Bernardin diría: «Aquel momento de acusación pública e indagación era también un momento de gracia […] Por encima de todo era un momento de crecimiento espiritual».
Casi al final de la rueda de prensa un periodista socarrón interpeló al cardenal: «¿Es usted sexualmente activo?». Joseph Bernardin sintió el abismo que separaba el mundo de ese periodista del suyo. Y le respondió: «Siempre he llevado una vida casta de celibato». Momentos después, no pocos periodistas se acercarían para decirle: «Ahora sabemos que usted dice la verdad, cardenal, pero debemos hacer estas preguntas. De eso depende nuestro empleo». Al día siguiente el Chicago Tribune ponía como titular: «He llevado una vida casta».
Después de 100 días el caso se resolvió a favor del cardenal Bernardin. Ya era 1994. Las «pruebas» aducidas se limitaban a una fotografía de grupo y un libro que ni siquiera tenía la firma del cardenal. Paradójicamente, el arzobispo de origen italiano no quiso contrademandar a Steven Cook: «Hice saber a mis abogados que no quería contrademandar».
Pero no todo terminó ahí. «Pensaba a menudo en Steven y su soledad, en su exilio, abrumado por la enfermedad, tanto de la casa de los padres como de la Iglesia». Bernardin estableció contacto con Mary, la madre de Steven. El 30 de diciembre de 1994 volaba a Filadelfia, acompañado de un grupo de sacerdotes, para encontrarse con su acusador.
«Nos dimos la mano y me senté con Steven en un sofá […] Le expliqué que la única razón para solicitar el encuentro era poner fin a los acontecimientos traumáticos del último invierno haciéndole saber que personalmente no albergaba ningún resentimiento hacia él. Le dije que deseaba orar por él por su bienestar físico y espiritual. Y Steven respondió que había decidido encontrarse conmigo para poder disculparse por la molestia y el daño que me había causado. En otras palabras, ambos buscábamos la reconciliación».
Steven refirió al cardenal Bernardin que cuando él era joven seminarista había sido objeto de un abuso por parte de un sacerdote a quien él consideraba amigo. Inicialmente Steven aspiraba sólo a un juicio contra esa persona, pero le aconsejaron ir a por la cabeza del cardenal Bernardin. Y los «consejos» venían de otro sacerdote y del abogado que le instruyó para hacer y proseguir en la acusación. De hecho, el cardenal Bernardin escribió al menos una carta a Steven, durante el proceso, pero la carta jamás le fue entregada por su abogado.
«Miré directamente a Steven, que estaba sentado a pocos metros de mí.
–Tú sabes –dije–, que yo nunca abusé de ti.
– Lo sé –respondió suavemente– ¿Puede repetírmelo?
– Nunca abusé de ti. Tú lo sabes, ¿verdad? –dije mirándolo directamente a los ojos.
Steven asintió con la cabeza y contestó:
– Sí. Lo sé y deseo disculparme por haber dicho que lo hizo.
[…] Le dije que había rezado por él todos los días y que continuaría haciéndolo por su salud y su paz espiritual».
El cardenal Bernardin le obsequió una Biblia a Steven y él la abrazó mientras los ojos se le llenaban de lágrimas. Sacó un cáliz antiguo le dijo que un hombre desconocido le había hecho ese regalo para que celebrara la misa por él. Y Steven le pidió que celebrara la misa en ese momento. En el abrazo de la paz, el cardenal le dio un sentido signo de perdón y caridad a Steven y luego le ungió con el óleo para los enfermos.
Steven murió el 22 de septiembre de 1995 completamente reconciliado con la Iglesia. Seis meses después del encuentro entre el cardenal y su acusador, al arzobispo de Chicago le diagnosticaron cáncer de páncreas. El cardenal Bernardin moría en olor de santidad en noviembre de 1996.