Y cuando abrimos las páginas de «Nadando contra corriente» (Buenas Letras), encontramos en el prólogo su confesión de que ese talante no tiene sólo una razón doctrinaria, también temperamental.
-¿Cuándo y por qué nace su vocación polemista?
-Que adquiere luego un contenido...
-¿Y eso cuándo sucede?
-Pero usted suele protestar cuando le denominan «converso»...
-¿Esto era sabido?
-Entonces, ¿de dónde viene esa historia de la conversión?
-Que sirve para colgarle el sambenito...
-¿Se siente solo?
-¿Por ejemplo?
-¡No será el caso de los católicos de a pie! Están volcados con usted...
-¿No tiene la sensación de que sus problemas con la cultura dominante comienzan cuando saca a colación la palabra «Verdad»?
-Se insiste mucho en la libertad...
- Y eso tiene un coste...
-Al que dedica un capítulo de «Nadando contra corriente»...
-¡Un enfrentamiento implacable...!
-Lo está experimentando Benedicto XVI en sus carnes...
-¿A qué se refiere?
-Y particularmente injusto con Benedicto XVI...
-¿La Iglesia podría defenderse mejor de los ataques que sufre?
-Veo que comparte esa crítica con Vittorio Messori, quien pide más apologética y menos moralismo...
-¿No pasa algo así en la polémica sobre el laicismo?
-¿Qué propone usted entonces?
-¿Qué traducciones prácticas tiene ese error?
-¿En qué afecta eso a los medios de comunicación católicos?
-¿Tenemos que resignarnos al gueto en el que algunos quieren meternos... y en el que algunos quieren estar?
-Aunque el adversario se empeña en ello...
-¿Y eso no es posible, con las posibilidades tecnológicas actuales?
-¿Cuándo y por qué nace su vocación polemista?
-Hay una componente biológica, por cierta propensión al retraimiento. Soy una persona un tanto huraña en mis hábitos y eso te hace adoptar una postura de rechazo al mundo, a lo que está de moda, a lo que se lleva, a lo gregario. Tengo desde niño un componente cascarrabias.
-Que adquiere luego un contenido...
-En un segundo momento descubro en el ámbito cultural una unanimidad, incluso entre personas de ideologías diversas, en el denuesto, el desprestigio, el ataque al orden cristiano. Y esto desarrolla en mí un sexto sentido para detectar los epicentros de ese intento de demolición.
-¿Y eso cuándo sucede?
-Cuando triunfo literariamente y soy aceptado en la feria de las vanidades del mundo de la cultura.
-Pero usted suele protestar cuando le denominan «converso»...
-Porque no es una conversión. En ningún momento de mi vida he roto con la Iglesia. Provengo de una familia católica, mi abuela era muy devota y he aprendido a leer con el almanaque del Sagrado Corazón, un libro de historias de la Biblia y un folletín sobre la vida de Santa Rita de Casia. Y tras recibir la confirmación llegué a ser catequista.
-¿Esto era sabido?
- Cuando gano el Premio Planeta, a los 26 años, varias publicaciones culturales publican un alegato pidiendo que no se compren mis libros porque soy antiabortista.
-Entonces, ¿de dónde viene esa historia de la conversión?
-Es un bulo que involuntariamente han provocado ciertos puritanos y fariseos que para desprestigiarme me llaman «el autor de Coños», que es como se titula mi primer libro, hoy descatalogado. Mucha gente se piensa entonces que tuve una juventud libertina. Pero «Coños» no es un libro pornográfico, sino un libro juvenil y muy desenvuelto... y que ante todo es un homenaje a «Senos» de Ramón Gómez de la Serna. ¡Es un libro de greguerías!
-Que sirve para colgarle el sambenito...
-Exacto, el de “el autor de Coños”, quien en un cierto momento se convierte al catolicismo... Pero es falso. Lo que sí hay es un proceso de maduración y profundización en la fe. Cuando eres joven vives tu vocación de escritor en un plano estético. Luego uno se nutre de ideas y desarrolla un pensamiento.
-¿Se siente solo?
-A veces sí. No el ámbito más íntimo, donde estoy respaldado por mi familia y por mis amigos. Tampoco en el sentido de experimentar momentos de desaliento o la tentación de desistir, porque tienes una misión, una responsabilidad. ¡Aunque hay ocasiones en las que una llamada de apoyo se habría agradecido!
-¿Por ejemplo?
-Hace muy pocas fechas, un programa de televisión de gran audiencia dedicó más de diez minutos a insultarme salvajemente, en una auténtica incitación al odio, que noto cada vez que piso la calle. No recibí una sola llamada de solidaridad proveniente del ámbito periodístico y cultural. Eso sí impresiona bastante. Ahí sí te sientes solo. Descubres que quienes se supone que te apoyan, en realidad no te apoyan.
-¡No será el caso de los católicos de a pie! Están volcados con usted...
-Por supuesto, y sus ánimos me llegan constantemente. Aunque también la hostilidad creciente de quienes odian lo católico, que se está azuzando en progresión geométrica en los últimos meses.
-¿No tiene la sensación de que sus problemas con la cultura dominante comienzan cuando saca a colación la palabra «Verdad»?
-Es que el debate de las ideas se ha trasladado a un plano donde ya no se acepta que propongas una alternativa desde las raíces, un mentís a la totalidad. Es entonces cuando comienzas a convertirte en un apestado.
-Se insiste mucho en la libertad...
-Pero no es un problema de libertad. De libertad disfrutamos a tope, somos libérrimos. Es un problema de «verdad», de reconstituir la naturaleza humana, de transmitir lo que es bueno y lo que es malo.
- Y eso tiene un coste...
- Pero es el sentido de la presencia de la Iglesia en el mundo, que no se entiende sin ese componente martirial.
-Al que dedica un capítulo de «Nadando contra corriente»...
-Sí, donde gloso la novela Alba triunfante, de Robert Hugh Benson. El protagonista descubre, en medio de una restauración católica perfecta, que falta algo. Y descubre que ese algo es consustancial a la fe: el sufrimiento.
-¡Un enfrentamiento implacable...!
-Cuando decides defender el pensamiento católico y encarnarlo en la realidad de nuestro tiempo, sabes que vas a ser despreciado, escarnecido, desprestigiado, calumniado. El modelo es Jesucristo. Y nuestra vida debe ser una imitación de Cristo. No tanto cumplir una moral o unos preceptos, como imitar a Jesús.
-Lo está experimentando Benedicto XVI en sus carnes...
-Sobrecoge esta campaña contra el Papa porque ves cómo el misterio de la iniquidad anda suelto, y cómo las estrategias de difamación son minuciosamente premeditadas. ¡Y quienes son más amorales son quienes promueven el puritanismo!
-¿A qué se refiere?
-Obviamente, a la campaña por la pederastia. Los mismos que matan a los niños en el vientre de sus madres, y, si nacen, los corrompen desde la infancia y destruyen su inocencia, luego se disfrazan de puritanos. Primero crean el caldo de cultivo de la corrupción más absoluta, y luego se rasgan las vestiduras ante quien se ha contaminado de esa corrupción en grado mínimo. Es repugnante y estremecedor.
-Y particularmente injusto con Benedicto XVI...
-Recordemos el último Via Crucis del papado de Juan Pablo II, cuando el entonces cardenal Joseph Ratzinger lamentó en su prédica la suciedad que hay en la Iglesia. Lo primero que anunció en cuanto fue elegido Papa, fueron nuevas medidas de discernimiento de los sacerdotes y más cautelas en el escrutinio de las vocaciones. ¡Y ahora se le presenta como protector y encubridor de la pederastia!
-¿La Iglesia podría defenderse mejor de los ataques que sufre?
-Indudablemente. El gran drama de la Iglesia es que el pensamiento católico y su capacidad para encarnarse brillan por su ausencia.
-¿A qué es debido?
-Es fruto del fracaso de la educación católica y a una indigencia intelectual pavorosa. La universidad católica no cumple sus objetivos, el periodismo católico debe replantearse a fondo... No se aportan razones para nutrir a quienes necesitan razones, y cuya fe se debilita.
-Veo que comparte esa crítica con Vittorio Messori, quien pide más apologética y menos moralismo...
-Efectivamente. El problema del publicista católico es que ha aceptado moverse entre unas premisas que no son las suyas. Y así es imposible actuar, porque tienes que defenderte en un plano donde todo está establecido para que no te puedas defender.
-¿No pasa algo así en la polémica sobre el laicismo?
-Sí. Cuando un periodista católico acepta la idea de que la religión es el origen de la violencia entre los pueblos, y el Estado es el superador de la violencia engendrada por la religión... entonces el Estado puede lanzarse a una cruzada laicista y llegar hasta donde quiera, incluso a arrancar un crucifijo de la pared de una escuela alegando que fomenta la violencia.
-¿Qué propone usted entonces?
-Hoy lo religioso se configura como un sector delimitado de la realidad que no tiene que invadir el resto de esa realidad. Pero esto es falso, y hay que denunciarlo así. La religión no es un reducto: invade, diría incluso que anega nuestra percepción de la realidad.
-¿Qué traducciones prácticas tiene ese error?
-Si aceptamos que la religión es un mero reducto, entonces lo único que podemos derramar sobre la realidad es moralismo... pero un moralismo vacuo. Y entonces el católico se ve forzado a adherirse a ideologías: ahora a ideologías de derechas, hace treinta años a ideologías de izquierdas...
-¿En qué afecta eso a los medios de comunicación católicos?
-En que nos limitamos a hacer una conexión con el Vaticano que dure un minuto más que la haría un medio laico. Y, cuando surgen los problemas, como en la campaña por la pederastia, todo se resuelve entrevistando a un obispo. Si me permite la exageración, el buen periodismo católico no necesitaría entrevistar a ningún obispo ni tener un corresponsal en el Vaticano.
-¿Tenemos que resignarnos al gueto en el que algunos quieren meternos... y en el que algunos quieren estar?
-A mí quienes me preocupan más son estos últimos. No hay por qué resignarse a ser una minoría. Pero tampoco fingir que somos una mayoría, al mismo tiempo que hacemos renuncias medulares en lo que somos. Yo sigo creyendo en la fortaleza del poder civilizador del cristianismo. Un pensamiento católico coherente y congruente no está llamado a ser cosa de minorías, en modo alguno.
-Aunque el adversario se empeña en ello...
-Todo está diseñado para que la acción de la Fe se desarrolle en un ámbito minoritario: los medios de comunicación, los paradigmas culturales, todo se configura a partir del odio a lo que supone el orden cristiano. La Iglesia se convierte entonces en el único enemigo a batir que queda. Porque la vocación del cristianismo es de mayorías.
-¿Cómo reconquistarlas?
-El mayor error es seguir actuando como si el mundo fuese mayoritariamente católico. A eso se llegará, pero no de forma inmediata, sino de forma mediata, con la reconstrucción de nuestro propio tejido celular. Benedicto XVI lo tiene claro, pero le ponen trabas por la inercia de querer llegar muy rápido y a todo el mundo.
-¿Y eso no es posible, con las posibilidades tecnológicas actuales?
-Es imposible, porque el lenguaje católico ya no es inteligible para todo el mundo. Hay que hablar menos para quien no puede o no quiere comprender, y más para los propios. Y eso sí será efectivo. Porque en medio de esta descomposición de la civilización occidental, lo que sigue destacando es la eterna novedad del cristianismo.
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Título: | Nadando contra corriente | Criteria | ||
Autor: | Juan Manuel de Prada | ElCorteInglés | ||
Editorial: | BuenasLetras | |||
Páginas: | 325 | |||
Precio: | 20 euros | |||