El día 11 de junio, el Santo Padre clausuró el Año Sacerdotal, en un encuentro con sacerdotes de todo el mundo. En conversación con PALABRA, monseñor Javier Echevarría hace un balance de estos meses. Se refiere a los aspectos principales de la vida de los sacerdotes, centrando la atención en la acción de Cristo por medio de ellos. Sus respuestas abordan también otros temas, como el fomento de las vocaciones, la comunicación en la Iglesia, las Jornadas Mundiales de la Juventud, la santidad de Juan Pablo II y otros.
- Está a punto de terminar el Año sacerdotal que el Santo Padre convocó en el aniversario de la muerte del Santo Cura de Ars. Ya que la Iglesia lo propone a los sacerdotes como modelo, ¿qué aspectos destacaría en la vida de San Juan María Vianney?
- Su humildad, su piedad, su espíritu alegre en la penitencia, etc., etc. Y pienso que el aspecto más importante de la vida del Santo Cura de Ars es su completa dedicación al ministerio. Precisamente por esto, al final del Año sacerdotal, Benedicto XVI lo proclamará patrono de todos los sacerdotes (de los confesores lo era hace tiempo).
La figura de San Juan María Vianney es una fuerte llamada a que seamos sacerdotes, sólo sacerdotes: por el bien de las almas, hemos de estar dispuestos a dejar de lado todo lo que pudiera estorbar, aunque sea una pequeñez, el servicio pastoral. Con frase gráfica, un pastor santo de nuestra época –San Josemaría Escrivá de Balaguer– solía repetir que hemos de ser sacerdotes cien por cien.
- El trabajo de los sacerdotes encuentra muchos puntos de apoyo: por ejemplo, la inclinación de muchos jóvenes a participar en actividades de voluntariado, o la disposición favorable de muchas personas. Pero, a veces, halla también motivos de desilusión, y resistencias: ignorancia religiosa, mentalidad secularista, incomprensiones, etc. A pesar de todo, ¿pueden los sacerdotes trabajar hoy con confianza?
- No sólo podemos, sino que debemos trabajar sacerdotalmente con optimismo y confianza. Basta tener presente que la eficacia del ministerio no proviene de nosotros–de nuestra preparación, de nuestras cualidades, etc., aunque todo esto hemos de cuidarlo para ser mejores instrumentos–, sino de la acción de Cristo en cada uno y por medio de cada uno. Al mismo tiempo, hemos de esforzarnos para hacer desaparecer esas resistencias, difundiendo la verdad con caridad.
- La vida sacerdotal gira, en gran medida, en torno a la liturgia. Su momento cumbre es la celebración de la Eucaristía, sobre todo el domingo. ¿Podría hacer algunas recomendaciones concretas a los sacerdotes, para fomentar una celebración llena de fruto?
- El sacrificio eucarístico constituye, en frase del Concilio Vaticano II, el «centro y raíz de toda la vida del presbítero» (Presbyterorum Ordinis, 14). Para que esa aspiración se convierta en realidad, suele ser eficaz preparar la Misa ya desde la noche anterior a la celebración eucarística, con actos de amor a Jesús Sacramentado, con comuniones espirituales, con deseos de acompañarle en el tabernáculo; y prolongar luego la acción de gracias por el Santo Sacrificio durante la jornada. Así lo he visto en la vida del Fundador del Opus Dei, que era un sacerdote enamorado de Jesucristo. Es especialmente útil, para una celebración llena de fruto, meditar con frecuencia los textos y las rúbricas litúrgicas, para profundizar en su sentido. En cualquier caso, hemos de fomentar el hambre y la sed de prestar a Cristo nuestro ser en la actualización sacramental del Sacrificio del Calvario.
- ¿Qué hace eficaz la predicación? ¿Podría indicar alguna experiencia particular relativa al modo de prepararla?
- Hay muchos modos de preparar la predicación. Como explicó el Sínodo sobre la Eucaristía, la homilía tiene una finalidad catequética y exhortativa (cfr. Sacrosanctum Concilium, n. 46), y no debe confundirse con una conferencia, una clase, etc. Ha de ser fruto del trato personal del sacerdote con el Señor. Sin vida interior, sin piedad, poco valen las palabras persuasivas. San Agustín aconseja que el predicador, al hablar, haga cuanto esté de su parte para que se le escuche con gusto y docilidad. “Pero no dude” –añade– “de que si logra algo, y en la medida que lo logra, es más por la piedad de sus oraciones que por sus dotes oratorias. Por tanto, orando por aquellos a quienes ha de hablar, sea antes varón de oración que de peroración” (De doctrina christiana 4, 15, 32). Me parece un consejo plenamente actual.
- En su intervención en el Sínodo de los obispos sobre la Eucaristía se refirió a las concelebraciones. ¿Cuál es su experiencia? ¿Se pueden preparar de modo que faciliten la participación piadosa de todos los concelebrantes, aunque sean muchos?
- En el Sínodo me hice portavoz de una experiencia común: en no pocos casos, las concelebraciones –sobre todo, si hay un gran número de concelebrantes– dificultan la piedad del sacerdote, tanto durante la celebración eucarística como en la necesaria preparación personal. En esas concelebraciones multitudinarias es fácil que se diluya el sentido de adoración propio del misterio eucarístico, también porque ofrecen muchas ocasiones de distracción.
Benedicto XVI hizo referencia a estas dificultades en la Exhortación apostólica postsinodal Sacramentum caritatis, y recordó que ese tipo de concelebraciones han de tener carácter excepcional, al tiempo que propiciaba el estudio de los modos adecuados para asegurar el decoro en la liturgia y salvaguardar la participación plena y real de los sacerdotes y de los fieles en la celebración (cfr. SC 61), con el necesario orden y distinción de funciones propias de cada uno.
- Un tesoro del sacerdocio es la administración del perdón divino en el sacramento de la Penitencia. Usted ha dicho recientemente que no existe propiamente una crisis de la confesión, sino que, en todo caso, sería más acertado hablar de una crisis de confesores. ¿A qué se refería?
- No es una frase mía, sino una afirmación que vienen haciendo los Romanos Pontífices desde Pablo VI a Benedicto XVI. También en este aspecto la experiencia lo confirma. Conozco innumerables casos en los que la administración del sacramento de la Reconciliación en su forma ordinaria ha recibido un gran impulso, por el simple hecho de disponer en las iglesias de confesores con horarios claros y en momentos favorables para los fieles. Recuerdo, por ejemplo, que durante el Año Santo del 2000, en Roma, pudimos contemplar un «redescubrimiento» de la Confesión entre todo tipo de personas, especialmente jóvenes, porque se cuidó con esmero este punto.
El ejemplo del Cura de Ars es elocuente. Un sacerdote con cura de almas no se queda tranquilo si no dedica todo el tiempo necesario a este ministerio, si no ama el confesonario y no espera en esa sede a las almas. Y los otros –pienso en los que trabajan en oficinas de curias, en la enseñanza, etc.– también pueden ayudar en esta labor pastoral tan importante, sacando algún tiempo para atender el sacramento de la Penitencia los días de fiesta, los fines de semana, etc.
- La ignorancia en materia religiosa es patente en muchos lugares. ¿Qué importancia tiene la labor catequética y formativa? ¿Cómo conjugarla con las restantes ocupaciones del sacerdote?
- Dar formación a los fieles es de importancia capital y, en los momentos actuales, absolutamente necesario. Anteriormente, en muchos lugares, la educación en el seno de la familia y en las escuelas garantizaba que los niños y muchachos conocieran las verdades básicas de nuestra fe, las oraciones fundamentales del cristiano, la diferencia entre lo bueno y lo malo. Ahora, en muchos países, ya no sucede así, y es preciso suplir ese vacío con un empeño mayor por parte de los sacerdotes, especialmente si tienen confiada la cura de almas en parroquias, capellanías, asociaciones, etc.
Si no nos empeñamos en formar a las jóvenes generaciones en la fe y en la moral de Cristo, todo lo demás que llevemos a cabo, siendo bueno, resultará insuficiente. La instrucción religiosa es una tarea que el sacerdote no puede delegar, aunque, naturalmente, puede y debe buscar colaboradores. ¡Qué gran labor han realizado y realizan las catequesis en tantos lugares!
El modo de conjugar esta mayor dedicación con las restantes actividades sacerdotales dependerá de cada caso concreto. Muchas veces bastará organizar bien las clases de preparación a la primera Comunión, a la Confirmación, al Matrimonio, yendo a lo que es verdaderamente esencial. También puede ser útil tener un programa para desarrollar en las homilías dominicales, con el objetivo de explicar los temas fundamentales de la fe, la moral y la liturgia, siguiendo el Catecismo de la Iglesia Católica, como aconsejó la Asamblea del Sínodo de los Obispos sobre la Eucaristía (cfr. SC 46).
- La Escritura dice que el hermano ayudado por otro es como una «ciudad amurallada». San Josemaría Escrivá de Balaguer, el Fundador del Opus Dei, solía utilizar esa expresión. ¿Podría hablar de fraternidad entre los sacerdotes, y de unión de cada uno con el obispo?
- Debemos partir del hecho de que todos somos débiles. San Josemaría ilustraba el sentido de la fraternidad sacerdotal –y, más en general, de la fraternidad cristiana–con una imagen tomada de la vida corriente. Todos recordamos los castillos de naipes que quizá levantábamos en nuestra infancia. El Fundador del Opus Dei señalaba que los cristianos, apoyándonos unos a otros por la caridad, estamos en condiciones de levantar esos castillos. «Vuestra mutua flaqueza» –escribía– «es también apoyo que os sostiene derechos en el cumplimiento del deber si vivís vuestra fraternidad bendita: como mutuamente se sostienen, apoyándose, los naipes» (Camino, 462).
Así como el primer deber de los obispos se traduce en cuidar de sus sacerdotes, del mismo modo uno de los primeros deberes de los sacerdotes se concreta en ayudar a sus hermanos clérigos a ser fieles ministros del Señor. Para lograrlo, resulta necesario que recemos unos por otros, no dejar solo a ninguno en sus necesidades espirituales o materiales, visitar a los enfermos, ofrecerse con alegría para ayudar al que lleva una carga excesiva de trabajo, etc. En este sentido, la Iglesia recomienda las asociaciones sacerdotales aprobadas por la legítima Autoridad con la finalidad de ofrecer esa atención a los diáconos y presbíteros.
Por lo que se refiere a la unión de cada sacerdote con su Obispo, bastaría recordar que el presbiterado, por su misma naturaleza –como enseñó el Concilio Vaticano II– existe para colaborar con el episcopado en todo lo referente a la misión sacerdotal (LG 28, PO 4). Por otra parte, es muy importante la unión con el propio Obispo; una unión que no ha de ser sólo de subordinación jerárquica, no sólo efectiva, sino también afectiva, y que junto a la obediencia y disponibilidad ministerial, lleva a que cada sacerdote tenga a su Obispo muy presente en su oración y en su sacrificio.
- ¿Cómo hacer para despertar nuevas y abundantes vocaciones sacerdotales?
- Lo primero, como siempre, es rezar al Dueño de la mies. Pero rezar de verdad, sin cansarse, todos los días, explicando a los demás fieles de la Iglesia que a todos compete el deber de promover vocaciones para el sacerdocio. Luego, al mismo tiempo, examinar qué acciones concretas se pueden emprender, para descubrir y fomentar la llamada de Dios entre los jóvenes. No sería bueno descargar esa responsabilidad exclusivamente sobre el encargado o los encargados de la pastoral vocacional en las Diócesis: todos hemos de sentirnos responsables de dejar al menos un sucesor, que ocupe nuestro puesto cuando seamos ancianos o el Señor nos llame a su presencia.
Bastantes sacerdotes saben por experiencia personal que es muy eficaz dedicar una atención especial a los monaguillos y a otros muchachos que colaboran en las parroquias, transmitiéndoles detalles de piedad eucarística, enseñándoles a rezar, a servir a los demás, etc. Lo mismo cabe decir de los profesores de religión, que pueden descubrir, entre los alumnos, aquellos que manifiestan las cualidades humanas convenientes para que el Señor siembre en ellos la vocación sacerdotal. Y un lugar privilegiado es el confesonario, para la dirección espiritual y para acompañar a quienes manifiesten que poseen condiciones para el sacerdocio.
- Usted preside la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, que está intrínsecamente unida a la Prelatura del Opus Dei. ¿Cómo trabaja esta asociación de sacerdotes?
- Favoreciendo en todo momento la plena comunión de cada uno con el Obispo y con el presbiterio de la Diócesis. Los socios de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz procuran vivir el espíritu del Opus Dei, y así buscar la propia santificación en el ejercicio de su ministerio y en el ámbito secular propio de su vocación. Para eso, se les ofrecen –como también a otros muchos sacerdotes que lo desean– los medios para que mejoren su formación doctrinal, ascética y espiritual, mediante reuniones periódicas, acompañamiento personal, cursos de formación permanente, etc.
- Como Prelado del Opus Dei, le ha correspondido suceder –después de monseñor Álvaro del Portillo, cuya fama de santidad es notoria– a San Josemaría, al frente de la Obra. ¿Qué aspecto de su vida destacaría en este año?
- Tanto San Josemaría como su primer sucesor, el Siervo de Dios Mons. Álvaro del Portillo, fueron sacerdotes cien por cien. Desde la situación personal en que Dios los había colocado, se entregaron al cumplimiento de la misión recibida y la llevaron a cabo con ejemplar fidelidad y con intensa caridad pastoral. En los dos destacaba un amor apasionado a la Eucaristía, manifestado en muchos detalles concretos, y un afán de almas que les empujaba a olvidarse constantemente de sí mismos para pensar sólo en el bien de los demás. No me detengo en referir detalles concretos, que superarían los límites de esta entrevista y pueden encontrarse en las biografías publicadas.
- Parece que está próximo el momento de la beatificación del Venerable Siervo de Dios Juan Pablo II. ¿Qué recuerdos conserva de la figura sacerdotal y de la personalidad del anterior Papa? ¿Podría referirnos algún suceso de sus encuentros con el Papa Wojtyla?
- Fue un sacerdote santo y un servidor incansable de la Iglesia, preocupado exclusivamente por el bien de las almas. Todos esperamos con mucha ilusión el momento de su elevación a los altares, porque supondrá un gran bien para el mundo entero.
Conservo muy grabado en mi memoria un recuerdo en el que se pone de manifiesto la entrega la generosa de Juan Pablo II a su misión como sucesor de San Pedro. En una ocasión, acompañé a monseñor Álvaro del Portillo al Apartamento Pontificio. Era una hora avanzada de la tarde. Mientras esperábamos la llegada del Papa, oímos unos pasos que se acercaban por un pasillo, como arrastrando los pies. Era el Santo Padre; se le notaba muy fatigado. Don Álvaro, impulsado por su cariño filial, exclamó: «Santidad, ¡qué cansado está Usted!». El Papa le miró y, con voz firme, le respondió: «Si a estas horas yo no estuviera cansado, sería señal de que no he cumplido con mi deber».
Además, no puedo olvidar que Juan Pablo II fue el instrumento del que se sirvió el Señor para canonizar a San Josemaría, señalándolo como modelo a toda la Iglesia, y para otorgar al Opus Dei su configuración jurídica definitiva, en plena fidelidad al carisma fundacional, como prelatura personal, orgánicamente estructurada por el Prelado, el presbiterio y los fieles laicos. También por eso le estamos muy agradecidos.
- Hace 25 años comenzaron las Jornadas Mundiales de la Juventud. Ya se acerca la de 2011, que será en Madrid. ¿Cómo valora estos encuentros, y qué innovaciones podrían incorporarse, para que sus frutos sean más abundantes?
- Los frutos espirituales de estas jornadas están patentes ante los ojos de todos. No me corresponde a mí sugerir innovaciones. Lo que sí hago es rezar –ahora, por la Jornada Mundial que se celebrará en Madrid– y animar a los fieles y cooperadores de la Prelatura a rezar y a colaborar personalmente a la realización de este evento, en la medida en que cada uno pueda, para que sea un momento de gracia en la Iglesia, que –como afirmó Benedicto XVI al inicio de su Pontificado– es siempre joven y bella, y en los jóvenes se hace misionera del futuro.
- Ante algunas tristes noticias recientes, hay quienes inciden de nuevo en cuestionar el celibato. Con todo, esta puede ser una buena ocasión para volver a exponer los motivos en que se basa el celibato sacerdotal, y los frutos que se esperan de él.
- Existen estudios científicos serios –también algunos realizados por especialistas no católicos–, que demuestran que la disciplina sobre el celibato sacerdotal nada tiene que ver con esos lamentables casos que se han aireado recientemente. Más aún, cuando se vive como lo que es –un don divino–, por amor a Dios y a todos los hombres (aunque en ocasiones haya que luchar para conservarlo fielmente), el celibato sitúa al sacerdote en las antípodas de esos comportamientos aberrantes.
Sí, en el momento actual puede ser particularmente oportuno retornar y profundizar en los motivos –que no son de simple conveniencia práctica– que relacionan estrechamente el sacerdocio y el celibato, un doble y grandioso don de Dios.
- Son numerosas las muestras de afecto que ha recibido el Santo Padre, en desagravio por los ataques que le han dirigido. Más allá del momento actual, ¿cómo pueden los sacerdotes vivir la unidad con el Papa, y fomentarla entre los fieles?
- El mejor modo de apoyar al Santo Padre, en ésta como en otras circunstancias, se resume en rezar y hacer rezar por su Persona y sus intenciones; leer, meditar, difundir y poner en práctica sus enseñanzas; y encomendar al Señor también a sus colaboradores en el gobierno de la Iglesia, para que sea muy eficaz su servicio a la misión universal del Romano Pontífice.
- Parece indudable que la ingente labor de la Iglesia no siempre es suficientemente conocida y comprendida. ¿Qué cabe hacer en ese terreno?
- Además de rezar –perdone mi insistencia en este punto, pero la oración hecha con fe es fundamental–, sería oportuno que a nivel de Conferencia episcopal, e incluso de cada Diócesis, se cuidara la preparación de profesionales competentes en los medios de comunicación. No basta la “buena voluntad” para informar adecuadamente sobre la Iglesia; es preciso incorporar los modos y los tiempos de la comunicación institucional, de la gestión de crisis, etc., que resultan especialmente necesarios en el contexto de globalización característico de la sociedad actual. A este propósito, me da alegría comprobar que están teniendo gran aceptación los cursos de la Facultad de Comunicación Institucional de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz, dirigidos específicamente a las personas que se ocupan de la comunicación institucional en las oficinas de prensa de Diócesis, Conferencias episcopales y otras instituciones de la Iglesia.
- Una vez que concluya el Año sacerdotal, ¿qué debe permanecer de esta celebración?
En los sacerdotes, una profunda renovación personal, caracterizada por concretas y diarias conversiones interiores, encaminadas a vivir con una fidelidad más acendrada el ministerio, un amor más grande y diario a la celebración de la Eucaristía y a la administración del Sacramento de la penitencia. Y en los demás fieles, la toma de conciencia –no con solas palabras, sino con hechos– de que todos somos Iglesia. El futuro depende también de ellos: de cómo cumplen sus deberes cristianos; de cómo rezan por el Papa, por los Obispos y por los sacerdotes; de cómo educan a sus hijos; de cómo ejercitan su alma sacerdotal también en el trabajo, en el descanso; de cómo piden al Señor que envíe a su Viña muchos y santos trabajadores.