El próximo jueves 4 de junio se estrena en España la película «La Última Cima», un largometraje sobre la vida del sacerdote español Pablo Domínguez Prieto, fallecido en febrero del año pasado a los 42 años en un accidente de montaña en el Moncayo.
El director de la producción es Juan Manuel Cotelo, un hombre que quedó impactado por su figura, tras conocerle en una conferencia. Doce días después, ocurrió el accidente en el que falleció este sacerdote.
Cotelo, actor, guionista y director de cine y televisión, se autodenomina simplemente «contador de historias que merezcan la pena ser contadas». Dirige la productora Infinito + 1. Ha dirigido también producciones como «El sudor de los risueñores» y es autor del libro «Opera Prima. Así logré escribir, producir y dirigir».
Cotelo confiesa que un amigo le invitó a grabar la charla del padre Pablo: «yo no veía por ninguna parte el interés en conocer a un sacerdote más», confiesa. «¡Y ése fue mi error! Porque Pablo no era "un sacerdote más", sino un buen sacerdote», dice.
«Por quitarme de encima la insistencia de mi amigo... fui y la grabé», recuerda Cotelo. «Además, hablé con él unos escasos minutos y comprobé su buen humor y su generosidad. No dudó en decirme: "si puedo ayudarte en algo, sólo tienes que pedírmelo". Aquello me impresionó porque sentí que lo decía en serio».
Pablo Domínguez Prieto era el decano de la facultad de Teología San Dámaso de Madrid. Nació en la capital española en 1966 y fue ordenado sacerdote a los 24 años. Doctor en Filosofía y en Teología, publicó 7 libros y decenas de artículos, impartió más de 50 conferencias. Era un buen alpinista y escalador. Coronó todas las cimas españolas superiores a 2.000 metros y otras superiores en los Alpes y los Andes. Cuando podía, celebraba misa en la cumbre.
Cotelo destaca del padre Pablo «su alegría y buen humor, su optimismo, incluso en los momentos más dramáticos, porque confiaba totalmente en su gran amor: Dios... "que no es un amigo cualquiera, sino que es un Padre Todopoderoso", dicho con sus palabras».
«Estaba enamorado de Dios y servía a Dios sirviendo a los demás», dice Juan Manuel a pesar de su brevísimo trato con él. «Ésa era la segunda cualidad que llamaba más la atención en él: su reacción inmediata para ponerse al servicio de cualquier persona, fuera quien fuese», testimonia.
«Estaba enamorado de la Iglesia», asegura. «Por último, estaba enamorado de las montañas, de la naturaleza, el lugar en el que se encontraba con Dios de modo más íntimo. En resumen, diría que el amor de Pablo a Dios era el mismo amor que tenía a los demás, a la Iglesia y al mundo. Todo lo unía en Dios» asegura el director de La Última Cima.
Cotelo recuerda el día en que se enteró de la muerte de Pablo viendo las noticias: «Escribí a un amigo montañero y, para mi sorpresa, me respondió llorando, diciéndome que había muerto "su amigo Pablo". ¡Yo no sabía que eran amigos! Desde ese día hasta hoy sigo topando con amigos de Pablo, del modo más inaudito. Con eso he descubierto que conocer a Pablo era querer a Pablo».
Alguien le sugirió hacer una película sobre el padre Pablo. Juan Manuel se negó rotundamente. Pero poco a poco empezó a cambiar de parecer: «Fui conociendo a personas que habían tratado a Pablo y que me contaban de qué modo el cariño que habían recibido de parte suya había transformado sus vidas. Había que estar ciego para no darse cuenta de que su historia merecía la pena ser contada», dice.
«Además, siempre he concentrado mi trabajo en contar historias de personas buenas, sin prestar atención a los que hacen el mal, porque personalmente no me interesan esas historias de las que, además, se ocupan muchos otros con gran profesionalidad», confiesa Juan Manuel.
Este cineasta cuenta cómo aquella conferencia y su breve trato con Pablo alteraron su vida: «Pablo es la demostración de que cualquier persona puede tener una vida fértil. Porque sus virtudes son accesibles a cualquiera», dice.
«Gracias a él, ahora procuro escuchar con más atención a las personas, prestar pequeños servicios a quien se ponga delante, sonreír cuando no me apetece, alterar mi horario sin enfadarme cuando surge alguien que me lo pide... y unas cuantas cosas más en las que veo que él era mucho mejor que yo», señala.
«Sobre todo, procuro buscar a diario y en todo la voluntad de Dios para mí», agrega. «Por último, con Pablo uno puede descubrir que el Cielo no está "más allá" ni empieza "más tarde", sino que desde ahora uno ya puede empezar a vivir en el Cielo, si dejas que Dios entre en tu vida», dice Juan Manuel.
Este trabajo le ha permitido a Cotelo encontrarse con la belleza de la vocación sacerdotal que para él «es la belleza de un Dios humilde quien, pudiendo actuar sin depender de nadie, nos hace llegar su gracia a través de otros hombres».
«Cristo, pudiendo dar de comer a una multitud, con un simple chasquido de dedos, lo hizo con la colaboración de hombres vulgares: "dadles vosotros de comer". Y hoy sigue actuando igual», dice Juan Manuel. «Son los sacerdotes quienes nos dan el alimento para el alma, que no es suyo, sino del mismo Dios, que se nos entrega en persona a cada uno», asegura.
«Es innegable que Pablo ha vivido y ha fallecido con fama de santidad, sin eufemismos: santidad real», asegura el director de «La Última Cima».
«Además, lo que destacan de él quienes le trataron no son sus cualidades intelectuales, a pesar de tener dos licenciaturas y dos doctorados», dice el director. «Me sorprendió mucho que nadie diera importancia a eso, a pesar de ser cierto. De él destacan sus virtudes: su alegría, su humildad, su generosidad, su amor a Dios, su castidad, su desprendimiento de todo lo material...».
«He querido dar la cara por los curas», dice Juan Manuel Cotelo, y por ello dedicó este largometraje a un sacerdote que, minutos antes de morir, llamó por móvil a su familia y dijo «He llegado a la cima».