La ciudad de Santa Fe, en el estado norteamericano de Nuevo México, fue fundada en 1610 por su tercer gobernador, Don Pedro de Peralta, y es la más antigua de todas las capitales de Estados Unidos.

Buena parte de su fama como destino turístico se debe a la Capilla Loretto, construida en 1873 y que recibe al año más de doscientos cincuenta mil visitantes. Hoy está desconsagrada y convertida en museo, pero para los fieles su principal atractivo sigue siendo la escalera milagrosa del templo, el cual sigue utilizándose como lugar idóneo para la celebración de bodas.


La capilla fue construida en estilo neogótico por el arquitecto francés Antoine Mouly, llamado al efecto por el obispo Jean Baptiste Lamy para que las Hermanas de Loreto tuviesen un lugar de oración apropiado junto a la escuela que habían fundado años antes.

Pero Mouly murió durante la construcción de la iglesia, que duró cinco años, sin haber resuelto un problema importante: la conexión entre la planta baja y el piso superior. Con serios problemas de presupuesto para afrontar la situación, la distancia de unos seis metros se salvaba mediante andamios provisionales o escaleras de mano, en menoscabo de la seguridad personal y de la dignidad de la construcción.

Entonces las religiosas decidieron emprender una novena a San José para que llegasen los fondos necesarios.

Pero San José, de profesión carpintero, hizo algo más... o al menos eso comenzó a creerse enseguida.

Al noveno día de la novena, un hombre desconocido llamó a la puerta del convento ofreciéndose para salvar la distancia al primer piso mediante una escalera, pero exigiendo que nadie entrase a ver su trabajo durante el tiempo que le llevase hacerlo. Las hermanas respetaron su exigencia, y las semanas siguientes el hombre se afanó en solitario.

Hasta que un día dejaron de escucharse ruidos. Cuando los lugareños decidieron entrar, se encontraron la prodigiosa escalera que hoy engrandece la Loretto Chapel. El misterioso carpintero había desaparecido, sin cobrar la obra ni revelar su identidad.


Y dejó construida una maravilla que todavía hoy envuelve tres misterios: uno, el nombre de su creador, a pesar de que numerosos estudios han intentado averiguarlo; dos, la técnica de construcción, una hélice que gira 360 grados sin soporte central mediante 33 escalones (la edad de Jesucristo) de altura exactamente igual unos a otros, y con piezas que encajan sin pegamento ni cola de ningún tipo; y tres, la madera, pues es de un tipo desconocido en la región y de naturaleza realmente rara.

La Iglesia nunca ha hablado de milagro en sentido estricto, y de hecho se han aportado explicaciones técnicas a su prodigiosa estabilidad. Pero sigue resultando incomprensible que una sola persona pudiese llevar a cabo la tarea en tan poco tiempo y sin que haya quedado constancia de planos, ni restos de la madera utilizada, ni se sepa cuándo la trajo y por dónde pudo introducirla sin que nadie se percatase.

En plenos fastos de su cuarto centenario, la ciudad de Santa Fe continúa, pues, recurriendo a su nombre para dar cuenta del hecho: que San José no desatendió a quienes, aunque pensando más bien en que lloviesen del cielo recursos económicos, acudieron con grande fe a un carpintero... que por lo visto tenía ganas de desquitarse a lo grande tras varios siglos de «jubilación» celestial.