Al presidir esta tarde una multitudinaria Eucaristía en el Terreiro do Paço (Plaza del Palacio) de Lisboa, el Papa Benedicto XVI resaltó que sólo con Cristo se encuentra el verdadero sentido y la verdadera alegría de la vida. También señaló que su resurrección «muestra que ninguna fuerza adversa podrá jamás destruir a la Iglesia».
 
En su homilía luego del saludo del Patriarca de Lisboa, Cardenal José Da Cruz Policarpo y en presencia del Presidente de la República, el Santo Padre recordó que como hizo con las generaciones de cristianos portugueses, incluida la actual, Cristo cumple su promesa de «estar con nosotros hasta el fin del mundo», informa ACI.
 
«A pesar de ser diferente a los Apóstoles, nosotros también tenemos una verdadera y personal experiencia de presencia del Señor resucitado. La distancia de siglos es superada y el Resucitado se ofrece vivo y operante por nosotros, en el hoy de la Iglesia y el mundo. Esta es nuestra gran alegría. En el río vivo de la Tradición eclesial, Cristo no está a dos mil años de distancia, sino está realmente presente entre nosotros y nos da la Verdad, nos da la luz que nos hace vivir y encontrar el camino para el futuro».
 
Benedicto XVI resaltó luego que Cristo es la «piedra preciosa y escondida». «Hermanos y hermanas, quien cree en Jesús no será confundido: es Palabra de Dios, que no Se engaña ni puede engañar».
 
El Santo Padre advirtió luego que en medio de la Iglesia «no faltan los hijos insumisos y hasta rebeldes, pero es en los santos que la Iglesia reconoce sus trazos característicos y, precisamente en ellos, saborea su alegría más profunda. Todos comparten la voluntad de encarnar en su existencia el Evangelio, bajo el impulso del eterno animador que del Pueblo de Dios que es el Espíritu Santo».
 
«Muchas veces nos preocupamos afanosamente en las consecuencias sociales, culturales y política de la fe, dando por supuesto que la fe existe, o que es cada vez menos realista. Se coloca así una confianza tal vez excesiva en las estructuras y en los programas eclesiales, en la distribución de poderes y funciones, pero ¿qué sucederá si la sal se vuelve insípida?».
 
Ante este desafío, dijo luego Benedicto XVI, «es preciso volver a anunciar con vigor y alegría el acontecimiento de la muerte y resurrección de Cristo, corazón del cristianismo, fulcro y sustento de nuestra fe, alabanza poderosa de nuestras certezas, viento impetuoso que barre cualquier miedo e indecisión, cualquier duda y cálculo humano. La resurrección de Cristo nos asegura que ninguna fuerza adversa podrá jamás destruir a la Iglesia. Por lo tanto nuestra fe tiene fundamento, pero es preciso que esta fe se vuelva viva en cada uno de nosotros».
 
Así, continuó el Papa, «es necesario realizar un vasto esfuerzo capilar para que cada cristiano se transforme en testimonio capaz de dar cuenta a todos y siempre la esperanza que lo anima: Sólo Cristo puede satisfacer plenamente los anhelos profundos de cada corazón humano y responder a sus cuestionamientos más inquietantes sobre el sufrimiento, la injusticia y el mal, sobre la muerte y la vida más allá».
 
Dirigiéndose luego a los jóvenes, el Santo Padre animó a nunca dudar de la presencia real de Cristo, a buscarlo y comulgarlo en la Eucaristía. «Vivan vuestra vida con alegría y entusiasmo, con la certeza de su presencia y de su amistad gratuita, generosa, fiel hasta la muerte de Cruz. Testimonien la alegría de esta suave y fuerte presencia para todos, comenzando por aquellos de vuestra edad. Díganles que es bello ser amigo de Jesús y que vale la pena seguirlo», exhortó.
 
Con vuestro entusiasmo, animó el Papa, «mostrad que, entre tantos modos de vivir que hoy el mundo parece ofrecernos –todos aparentemente del mismo nivel– solo siguiendo a Jesús se encuentra el verdadero sentido de la vida y, en consecuencia, la alegría verdadera y duradera».
 
«Buscad diariamente la protección de María, la Madre del Señor y espejo de toda la santidad. Ella, la Toda Santa, os ayude a ser fieles discípulos de su Hijo Jesucristo», concluyó.