(
Juan L. Vázquez/Alfa y Omega) Además de los propios cónyuges, los hijos, los abuelos, la familia como institución, todas las familias que tenemos alrededor, la sociedad entera..., todos ellos se pueden considerar las víctimas del divorcio, un asunto en el que todos salimos perdiendo. Es un drama silencioso que se vive de puertas hacia adentro, en el interior de las casas, y que se ve agravado en estos meses de verano -no en vano, las estadísticas de divorcios hablan de un aumento tras el período vacacional, algo que se ve acentuado de forma considerable desde la aprobación de la Ley del divorcio exprés-. Según datos del
Instituto de Política Familiar (IPF), desde la introducción del divorcio en nuestro país en el año 1981, se ha superado el millón de divorcios en España (1.018.877 ya en el mes de septiembre pasado). Pero hay datos más alarmantes: en los últimos 6 años, el número de divorcios se ha disparado, con un incremento del 95%. Y más aún: tan sólo desde la aprobación de la Ley del divorcio exprés, en julio de 2005, se han producido casi 350.000 divorcios, tantos como en los ocho años anteriores. Esta Ley ha eliminado el tiempo de separación previo al divorcio, suprimiendo cualquier plazo de reflexión; además, permite la unilateralidad en las demandas y no exige que se aduzca causa alguna. Todo ello hace que, según don
Ignacio Tornell, mediador familiar (
mediacionenfamilia.com) y colaborador de la emisora familiar Ondavoz, «las primeras víctimas son los propios cónyuges. Esto lo afirmo como una crítica abierta a la regulación de la ruptura matrimonial hoy en España. Yo, como casado, me considero víctima potencial de esta fórmula del divorcio que tenemos ahora mismo, porque impide toda reflexión, toda reconsideración de los problemas por los que está pasando una pareja. Este divorcio tan rápido, del que no hay que aducir motivos, que no hay que argumentar, que ni siquiera tienes que informar a tu cónyuge de que te vas a divorciar de él, tan unilateral, tan frío..., es letal. Impide un segundo momento de replantearse las cosas; una vez que los dos son conscientes de que la crisis está ahí y que está abierta, impide poder evaluar lo que está pasando, contemplar alternativas, darse una segunda oportunidad. El planteamiento actual del divorcio es tan rápido que impide todo esto. Hemos tenido casos en los que una persona nos ha dicho: Yo me he encontrado en el buzón de mi casa la demanda de divorcio. Víctima es quien recibe esta carta, porque ni se lo olía ni sabía nada; pero víctima es también quien da ese paso, porque en el fondo se está dejando arrastrar de un sentimiento muy destructivo y negativo, al que no pone coto porque no lo contrasta con su cónyuge. Si yo estoy fatal con mi mujer y puedo actuar unilateralmente para deshacer mi matrimonio, entonces yo también soy víctima porque no estoy obteniendo la ayuda de ella y que me diga: Vamos a hablar, vamos a arreglarlo... En ese sentido, pienso que estamos siendo muy maltratados por la regulación del divorcio en España. El matrimonio se está volviendo cada vez más vulnerable, y cada vez está más desprotegido». Don
Carlos Herráiz, Presidente de la
Asociación de Padres Separados, de Madrid, afirma, a este respecto, que «la conflictividad ha aumentado muchísimo en los últimos años», y añade que los problemas a los que se enfrentan los cónyuges que se divorcian son principalmente problemas económicos y de custodia de los hijos: «El hombre que se separa en España pierde los hijos y se encuentra en una situación económica precaria, porque las pensiones que se otorgan en España son altísimas. Y, en cuanto a los hijos, se suele decir que, tras el divorcio, los niños se quedan huérfanos de padre, pierden la referencia paterna; pero ya no se trata exclusivamente del hombre: ahora también hay muchas mujeres que pierden la custodia de los hijos, los cuales se quedan con el padre. Es decir, que los niños pierden al progenitor que no obtiene la custodia». La Ley del divorcio, del año 2005, contempla la figura de la custodia compartida para no añadir más sufrimiento al que ya están pasando tanto los progenitores como los hijos. Si embargo, afirma
Herráiz, «se trata de un camelo: los jueces, simple y llanamente, no la otorgan. Yo he visto a una abogada llamarle la atención a un juez porque no se había leído la ley y no sabía que la custodia compartida existía. Ese juez iba a piñón fijo: la custodia, para la madre. En otros países, la situación no tiene nada que ver; en Francia, por ejemplo, a una mujer que no cumple el régimen de visitas le quitan la custodia de los hijos. Aquí parece que hay una ley no escrita para retirar la custodia al padre. Así, el divorcio hace de la madre una especie de propietaria exclusiva de los hijos. Se argumenta que es por la protección de los menores, pero eso sería así si el padre fuera un delincuente. Al final, parece que se trata de quitar el referente paterno como sea». Y es que por los juzgados circulan un par de dichos cuando menos preocupantes: «Nos separamos nosotros, pero no queremos separarnos de nuestros hijos; y Dios nos los da, y los jueces nos los quitan». Todo ello no hace sino enredar aún más, si cabe, las complicaciones afectivas que ya de por sí trae el divorcio.
Los hijos sufren mucho La incidencia del divorcio sobre los hijos ha sido objeto de numerosas investigaciones, que rechazan la tesis bienpensante de que un divorcio es una práctica civilizada, normal, inocua y sin consecuencias para los hijos. El estudio
National Child Development Study, publicado recientemente en el Reino Unido, señala que «los hijos de familias rotas tienden a rendir menos en el colegio, y en su vida adulta tienen una tendencia mayor a romper con sus parejas». Sobre esto afirma
Tornell: «Muchos de los adultos que llegan a nuestro despacho tienen muy cercano el divorcio de sus padres, o de sus hermanos. Los datos estadísticos hablan de una tendencia a la ruptura en personas que han sufrido, o han sido testigos de ello en su infancia, una crisis de este tipo, porque han visto que aquello que creían invulnerable e irrompible se puede romper y se puede venir abajo. Evidentemente, no hay una predestinación, pero sí que es verdad que estadísticamente pesa. Y en el despacho me dicen: Tengo miedo, porque esto lo vivieron mis padres; tengo miedo a que me porte como mi padre o mi madre; o que mi cónyuge haga lo mismo...» El divorcio en España ya ha afectado, desde 1981, a más de 1.750.000 niños. Los psicólogos hablan de conflicto de lealtad y de sentimiento de culpa a la hora de abordar las consecuencias en los hijos. Afirma
Tornell: «El divorcio de los padres afecta a los hijos, siempre y mucho. Se dice que no, que se puede hacer de modo que lo entiendan..., pero mi opinión es que, en realidad, les afecta, y para siempre, además. No olvidemos que, sin importar la edad que tengan, en cualquier etapa de su vida tienen como referencia a los padres, viven de la unión de sus padres, ése es su universo; lo demás se puede hundir, pero su padre y su madre no. Y esto es así, ya sean pequeños o vayan a la universidad. El divorcio les trae inseguridad y una clara falta de referencia de lo que hasta ahora han sido los pilares de su vida. Aparece un sentimiento de culpa, en el momento en que los padres plantean a los hijos su ruptura, mientras siguen conviviendo, porque los hijos ven que los padres discuten mucho, y muchas veces por asuntos relacionados con ellos, por ejemplo: Para qué le pones ese chubasquero si no va a llover; o Por qué le matriculas en ese curso de verano, si es carísimo... Hay muchos temas en el ámbito del hogar que tienen que ver con los hijos, y por los que los padres discuten. Entonces, los niños piensan: Se enfadan por mi culpa, porque yo les pongo nerviosos, porque yo me porto mal, porque yo, porque yo, porque yo... Y es que la mayor parte de su mundo es su hogar; por eso, al ver que ese mundo se desmorona, no pueden pensar que es por causas externas, y lo intentan descifrar en clave personal: He sido yo. Sobre todo, esto es así a partir de los siete años, porque no pueden entender que sus padres, que siempre han estado allí, ya no vayan a estar juntos nunca más. Todo esto hay que abordarlo y necesita un tratamiento, porque puede ser algo demoledor. El niño sufre mucho». A esto se añade un conflicto de lealtad, posterior, sobre el que este mediador familiar afirma: «Los niños, de algún modo, piensan: Si yo estoy con papá, y mamá está mal con papá, entonces es como si traicionara a mamá. Lo viven como si no estuvieran siendo fieles a alguno de sus padres. A mí me ha comentando algún padre: Mi hija, cuando está conmigo, se siente culpable de estar bien, de pasárselo bien conmigo, porque se siente como si estuviera siendo infiel o desleal a su madre. Todo esto es muy difícil de gestionar».
El drama de los abuelos El divorcio también trae consigo víctimas que muchas veces pasan desapercibidas: son los abuelos, a los que, al separarse sus hijos, muchas veces se quedan sin poder tener trato con sus nietos. Doña
María Viñas, Presidenta de
Abumar (Asociación Abuelos y Abuelas en Marcha), dice que «el divorcio es un gran problema para los abuelos. Es más corriente de lo que la gente piensa». Afirma que su asociación nació «porque me di cuenta del problema enorme que se crea con respecto a los nietos; los abuelos tenemos algo que hacer y que decir, porque tenemos un papel importante en la vida de los nietos. Somos conscientes del problema que supone para los nietos la separación de sus padres. Todos los días conocemos casos de abuelos que nos dicen que no pueden ver a sus nietos, muchas veces durante años. Hay casos verdaderamente trágicos».
Antonio Acevedo, asesor jurídico de esta Asociación, recuerda ejemplos especialmente traumáticos: «Me he encontrado divorcios en los que alguno de los dos progenitores intenta cobrarse una venganza en los padres del otro, no dejándoles ver a sus nietos. A los abuelos les afecta de una manera tremenda, porque se encuentran con que, de buenas a primeras, la relación de afecto tan estrecha que mantienen con los nietos se ve, de repente, interrumpida». Este problema es de tal naturaleza que motivó una ley específica, aprobada en el año 2003, que permite que los abuelos puedan reclamar judicialmente un régimen de visitas con respecto a sus nietos, algo similar a lo que tienen los padres separados. Y es que, como afirma el señor
Acevedo, «los abuelos son unas figuras de extraordinaria importancia para los nietos, normalmente muy afectuosos y muy cercanos, muchas veces más cercanos que los mismos padres. Por eso, cuando a los nietos se les priva de ver a sus abuelos, sencillamente, no lo entienden. Se preguntan qué es lo que ha pasado, que por qué los abuelitos, que siempre estaban con nosotros, ya no vienen más».