Lo afirma el salesiano don Enrico dal Covolo, de 59 años, que del 21 al 27 del pasado mes de febrero predicó los Ejercicios espirituales de Cuaresma en presencia del Papa y de sus colaboradores de la Curia romana sobre el tema «Lecciones de Dios y de la Iglesia sobre la vocación sacerdotal».
Las meditaciones se encuentran ahora recogidas en el volumen In ascolto dell’Altro [En la escucha del otro, ndt] (Librería Editrice Vaticana), que en el título recoge la oración de Salomón por «un corazón que escucha», en la que el sacerdote se ha fijado para desarrollar sus reflexiones.
«Claramente éste es un punto fundamental frente a la crisis de una cultura cada vez más incapaz de escuchar al Otro, pero también a los otros que nos rodean, y frente a la tentación de la autoreferencialidad que está siempre al acecho», explica Enrico dal Covolo.
El sacerdote es postulador general de la familia de don Bosco y profesor de Literatura cristiana antigua en la Universidad Pontificia Salesiana. Siguiendo el método de la lectio divina, ha recorrido las etapas típicas de los relatos bíblicos de vocación: la llamada de Dios; la respuesta de la persona a la misión; la duda, las tentaciones y la caída; y finalmente la confirmación tranquilizadora de Dios.
En este trazado bíblico, el sacerdote ha querido introducir algunas «perlas» o modelos luminosos de santidad sacerdotal -san Agustín, el santo Cura de Ars, el cura rural de Bernanos, el venerable don Giuseppe Quadrio y el venerable Juan Pablo II-, correspondientes a los temas de las diversas jornadas de los Ejercicios espirituales: vocacional, misionero, penitencial, cristológico y mariano.
El sacerdote se refiere a los escándalos por los abusos sexuales por parte del clero que han afectado a la Iglesia últimamente. «Se impone inmediatamente una reflexión amplia sobre la vocación basad a realmente en textos bíblicos que constituyen su paradigma», opina.
Y explica: «El punto de partida de todo es precisamente la Gracia de Dios, porque la vocación sacerdotal, como cualquier otra vocación, es en primer lugar un acto de Gracia, de elección por parte de Dios».
«Nadie se llama a sí mismo en la perspectiva de la fe -añade-, sino que sólo Dios llama; y es Él quien de manera libre y gratuita, llamando aprecia también a aquel a quien llama», asegura.
En este sentido, la vocación de los apóstoles representa «la prueba más bella y la mejor documentación: es de hecho el Señor mismo quien les ha llamado, les ha preparado para la misión a la que les enviaba, aunque sin quitarles la libertad».
«Tanto es así que uno de los doce es precisamente el traidor, así como son innumerables las pruebas de debilidad humana también de los otros once», continúa.
«Por tanto, no es que los sacerdotes, como los apóstoles, sean inmunes a las tentaciones -indica-. Ellos, de hecho, están sujetos a las tristes consecuencias del pecado original».
«No existe la figura del sacerdote angelical, es decir, que no sufre las tentaciones, las caídas -recuerda-: todo esto está presente de una manera dramática en la historia del sacerdote». «Ni siquiera Jesús estuvo exento de la prueba, ni tampoco María estuvo exenta de la tentación», recuerda el salesiano. «La tentación es una pedagogía de Dios, es una prueba de fe que hace madurar el camino vocacional», destaca.
«Por tanto, debemos considerar la tentación no tanto como un riesgo, sino más bien como un camino providencial», añade. «Lo que salva, como se ve en la vida de Pedro, es el recurso a la fe y al amor a Aquel que llama -afirma-. Lo que es decisivo para Pedro es la respuesta definitiva: “Señor, tú sabes que te amo”». «Y de ésta se desprende la misión apostólica -concluye-, es decir: “apacienta mis corderos”, “apacienta mis ovejas”».