«Sacerdotes santos»: es lo que lleva pidiendo Benedicto XVI en público y en privado, a los cardenales y obispos y, por supuesto, a los interesados, durante el Año Santo Sacerdotal. Y es lo que pidió también este domingo el arzobispo Angelo Amato, con el testimonio del padre Bernardo Hoyos (17111735), primer español beatificado en suelo patrio, como referencia.

Veinte mil personas abarrotaron las calles de Valladolid, en particular la Plaza de Colón y la Acera de Recoletos. Habían llegado autobuses de toda España, llenos de devotos al Sagrado Corazón de Jesús y en particular a la promesa que Jesucristo hizo al nuevo beato: «Reinaré en España, y con más veneración que en otras partes.»

A la ceremonia, presidida por el prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos en nombre del Papa, asistieron el flamante arzobispo de Valladolid, Ricardo Blázquez, y el presidente de la Conferencia Episcopal Española, Antonio María Rouco.

Durante la homilía, monseñor Amato insistió en la importancia de la devoción al Sagrado Corazón en una sociedad «que se desentiende de Dios, y donde Dios es marginado», porque es «un instrumento de santificación y de eficaz apostolado». Su gran propagador, el padre Hoyos, no caía en un «sentimentalismo superficial» cuando hablaba de ella, y fue más bien modelo de la transformación que puede operar en el alma de quien la practica: «Una auténtica vivencia de caridad» y de «aceptación interior del sacrificio», al tener en cuenta que ese Sagrado Corazón está herido «por los pecados de los hombres».

El legado papal destacó la importancia de esta beatificación en el contexto del Año Sacerdotal, pues la inmensa bondad del padre Hoyos es «testimonio de la presencia en la Iglesia de sacerdotes santos», y un estímulo para ellos «para vivir con alegría la sublime misión del anuncio del Evangelio», con la convicción de que «es posible superar la fragilidad humana y vivir en la gracia sólo si permanecemos estrechamente unidos al Corazón de Cristo y a su perdón y misericordia».

Un mensaje muy similar al que en esos momentos lanzaba Benedicto XVI en Malta, durante su primera homilía en la isla.