Benedicto XVI ha demostrado, con palabras y obras, como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y como Papa, que está con las víctimas de los abusos y quiere acabar en seco con ese problema. Pero una vez más no ha permitido que le marque la agenda una insistencia mediática que no ha ahorrado hostilidades desde el inicio del viaje a Malta, como obligándole a hablar del tema.

Pero el Papa ha demostrado que lo hará cuando juzgue oportuno, y en su primera homilía en la isla, este domingo ante las decenas de miles de personas congregadas en la Plaza de los Graneros de Floriana, donde celebró misa, de lo que habló fue de Dios.


Antes, el dominico arzobispo de Malta, Paul Cremona, había dejado clara una vez más la postura de la Iglesia ante los escándalos de pederastia: «La Iglesia debe ser lo bastante humilde para reconocer los fallos y pecados de sus miembros», afirmó, al tiempo que proclamaba que los católicos «no podemos aferrarnos al modelo de Iglesia al que nos hemos acostumbrado durante décadas.» La advertencia del Papa a través del presidente de la conferencia episcopal maltesa quedaba clara.

Pero los malteses también querían escuchar al Papa sobre el objeto de su visita: la evangelización de su país por San Pablo. Y Benedicto XVI lo hizo: «Desde mi llegada ayer por la tarde, he experimentado la misma bienvenida calurosa que vuestros antepasados dieron al apóstol Pablo en el año sesenta». Y citó en un par de ocasiones al fruto más granado de esa evangelización, el primer santo maltés, Jorge Preca (18801962), empeñado en la formación de los laicos y en extender la devoción a la Virgen María.


El centro de la predicación del Papa fue la necesidad de Dios: «Muchas voces tratan de convencernos de dejar de lado nuestra fe en Dios y su Iglesia, y elegir por nosotros mismos los valores y las creencias con que vivir. Nos dicen que no tenemos necesidad de Dios o de la Iglesia.» Pero es justo lo contrario: «En cada momento de nuestras vidas dependemos completamente de Dios, en quien vivimos, nos movemos y existimos. Sólo él nos puede proteger del mal, sólo él puede guiarnos a través de las tormentas de la vida, sólo él puede llevarnos a un lugar seguro, como lo hizo con Pablo y sus compañeros a la deriva ante las costas de Malta.»

Tras recordar la necesidad de la misericordia divina para curar «las heridas espirituales, las heridas del pecado», Benedicto XVI exhortó a los presentes: «En cada ámbito de nuestras vidas, necesitamos la ayuda de la gracia de Dios. Con él, podemos hacer todo; sin él no podemos hacer nada.»

Y, de nuevo con San Jorge Preca, como modelo, y con las palabras del arzobispo Cremona aún recientes, se dirigió a los sacerdotes evocando el diálogo entre Jesucristo y San Pedro: «Ésta es la pregunta que hace a cada uno de vosotros. ¿Lo amáis? ¿Queréis servirle con la entrega de toda vuestra vida? ¿Deseáis guiar a los otros para que lo conozcan y lo amen? Como Pedro, tened el valor de responder: "Sí, Señor, tú sabes que te amo"; y acoged con gratitud la hermosa tarea que él os ha asignado. La misión confiada al sacerdote es verdaderamente un servicio a la alegría, a la alegría de Dios que quiere entrar en el mundo.»