El Ministerio Ordenado fue de nuevo el tema de la catequesis de Benedicto XVI en la audiencia general de los miércoles, celebrada en la Plaza de San Pedro y en la que participaron 16.000 personas. El Papa reflexionó en particular sobre «la realidad fecunda de la configuración del sacerdote con Cristo, en el ejercicio de los "tria munera" que recibe, es decir, las tres funciones de enseñar, santificar y gobernar».
Pero para entender lo que significa actuar in persona Christi capitis, es decir, en persona de Cristo Cabeza y las consecuencias del deber del sacerdote de representar al Señor, es necesario comprender -dijo el Santo Padre- que el presbítero representa a Jesús, que «nunca está ausente en la Iglesia», según informa el Servicio Vaticano de Información (VIS).
«Por lo tanto, el sacerdote (...) nunca actúa en nombre de un ausente, sino en la persona de Cristo resucitado» y «las tres tareas de enseñar, santificar y gobernar son (...) una especificación clara de esa representación efectiva, porque en realidad son las tres acciones del mismo Resucitado que hoy en la Iglesia enseña, (...) santifica y guía».
Refiriéndose a la prima tarea, el «munus docendi», es decir, la enseñanza, el pontífice afirmó que el sacerdote «enseña en nombre de Cristo presente, propone la Verdad que es Cristo. Para el sacerdote es válido lo que Cristo dijo de sí mismo: mi doctrina no es mía. (...) Es la voz y la palabra del Padre. Así debe actuar el sacerdote: no propago mis ideas (...) sino que soy boca y corazón de Cristo y presento esta doctrina única que ha informado la Iglesia Universal y da la vida eterna».
«La enseñanza que estamos llamados a ofrecer, las verdades de la fe que debemos comunicar, deben ser interiorizadas y vividas en un intenso camino espiritual», subrayó el Papa, recordando que «no pocas veces la del sacerdote puede parecer una voz que clama en el desierto». Pero «en esto consiste su fuerza profética: la de no homologarse ni ser homologable a cualquier cultura o mentalidad dominante, sino la de mostrar la única novedad capaz de renovar profunda y auténticamente al ser humano, es decir que Cristo es el Viviente, es el Dios cercano, el Dios que obra en y por la vida del mundo».
En la predicación, la catequesis, la enseñanza académica y sobre todo «a través de ese libro no escrito que es su propia vida, el sacerdote es siempre docente. Pero no con la presunción de los que imponen sus propias verdades, sino con la seguridad humilde y alegre de quien ha encontrado la Verdad, fue aferrado y transformado por ella y por lo tanto, no puede dejar de anunciarla».
«El sacerdocio, de hecho -observó el Santo Padre-, no lo elige ninguno por sí mismo, no es una manera de lograr la seguridad en la vida, ni de conquistar una posición social. (...) El sacerdocio es la respuesta a la llamada del Señor (...) para convertirse en predicadores, no de una verdad personal, sino de su verdad».
Dirigiéndose a los sacerdotes, el Papa afirmó: «El Pueblo cristiano necesita escuchar las enseñanzas de la genuina doctrina eclesial» que tiene como punto de referencia «la Sagrada Escritura, los escritos de los Padres y Doctores de la Iglesia, así como el Catecismo de la Iglesia católica».
«Ordenación sacerdotal -prosiguió- significa estar inmersos en la Verdad, (...) que no es simplemente un concepto o un conjunto de ideas para transmitir y asimilar, sino la Persona de Cristo».
El Papa concluyó manifestando el deseo de que san Juan María Vianney sirva de ejemplo a los presbíteros, porque en él el pueblo cristiano reconocía «lo que se debe siempre reconocer en un sacerdote: la voz del Buen Pastor».